En la formación de un escritor casi todo es lectura, pero son diversas lecturas. Por supuesto, la entusiasta de aquellos autores que uno sueña con emular. Es bastante adolescente, sí, pero imprescindible y también difícil. Hay que tener claro quiénes son de verdad, sin dejarse arrastrar por los momentáneos prestigios ni las modas. Dichoso quién encuentra pronto sus modelos.
Casi simultáneamente, aunque un poco después, solapándose, vienen las lecturas de lo que uno rechaza. El gesto parece fácil, pero hay que saber por qué se rechaza y convertir esa negatividad, alquimia de ley, en aprendizaje propio.
Por último, están las lecturas más hermosas. Aquellas que uno admira mucho a la vez que tiene claro que no ha de emularlas ni loco, que son otro mundo, ajenas y perfectas.
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