1) Si ahora nos parece extraño que Dante se ocupara tanto de la política en su Divina Commedia es, en parte, porque hemos ido reduciendo el campo de poesía hasta límites minifundistas. Tanto que a veces no me extraña que los lectores huyan despavoridos, aquejados de claustrofobia. Urge una reconquista de temas para la poesía; y los poetas que más me interesan avanzan en este sentido. Piensen en Pound, en Eliot, en Ibáñez Langlois o en el mismo Miguel d'Ors sin ir más lejos. Dante es un ejemplo máximo, pues a él nada le fue ajeno: ni la metafísica ni la metapoética ni, tampoco, el humor, la historia, el amor, la amistad, el arte… Desde luego, tampoco la política, que en su parte más noble, de servicio a la sociedad y de preocupación por el bien común puede provocar (y provoca) grandes sentimientos, dignos de la más elevada poesía. Y, también, duras reacciones, perfectamente aprovechables para afilados epigramas.
2) La imprescindible lección que nos da la generosidad de Dante y su honradez. Por el hecho de serlo, no echa al Inferno a sus enemigos ni premia con el Paraíso a sus compañeros de partido. Muestra a las claras que el juicio de Dios está muy por encima de la pasión política y que sólo se basa en la moral y en el amor. Toda una lección de tolerancia en la cumbre de la Edad Media.
3) Dante, además, tuvo la suerte de que el problema de fondo de las luchas políticas de entonces, aunque teñidas como siempre de intereses espúreos, tocase un punto medular de la Historia de la Humanidad, como son las relaciones entre el poder civil y la Iglesia, que es lo que se debatía, al fin y al cabo, entre güelfos (blancos y negros) y gibelinos. La cuestión aún no está resuelta.
4) Y, finalmente, detecto en el desprecio a los comentarios políticos de Dante una extraña (pero extendida) repulsa a la realidad. Si Dante, en vez de retratar magistralmente en cuatro trazos a numerosas personas de su época y lugar, hubiese inventado unos personajes y los hubiese situado en una trama novelesca, no tendría que soportar tantas objeciones. Contra esta misteriosa alergía al realismo, muy extendida, yo he descubierto una vacuna extraordinaria en los versos de Luis Cernuda:
Dostoievski no puede ya decirnos
Si inventó a Falalei o lo encontró en la vida,
Si inventó la hermosura o supo verla.
Pero el mérito igual en ambos casos.
9 comentarios:
Urge una reconquista de temas para la poesía... No puedo estar más de acuerdo.
Impresionante el epitafio anglo-romano. Así acabaremos muchos.
Aunque me falta tiempo para escribir en mi blog, nunca dejo de visitar el tuyo.
A ver si me acuerdo cómo se ponían los enlaces...
Nunca -y creo no exagerar demasiado- me causó tanta inquietud que dos personas cuyo juicio estimo coincidiesen conmigo. La razón es clara, y es que ahora hay que ponerle el cascabel al gato. ¿Cómo ampliar los límites de la poesía sin que deje de serlo? ¿Y sobre todo cómo hacerlo yo? Ay, amigos, que yo creí que con este comentario íbamos a discutir de güelfos y gibelinos, y no del futuro, de los retos, de las responsabilidades...
Muy desazonado y agradecido,
Enrique
Magnífica imagen la del gato desmechenado...
Y tus ideas me ayudan mucho. Yo también presiento que en Eliot está la clave de lo que hay que hacer. Y estoy de acuerdo en la necesidad de esa actitud de expectativa, que me recuerda a tu dibujo del gato contemplativo. Dices cosas muy serias: lo de no ser ajeno a nada de lo humano, lo de ser sincero con los ritmos, lo de reflejar la complejidad de la vida simple... Marco, copio y guardo tu texto en mi cuaderno de notas, para pensarlo con más paz y soledad. Te lo agradezco mucho.
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