miércoles, 29 de agosto de 2007

Macancoa

Esta semana no tenemos cenas, ni siquiera benéficas, y en el chiringuito atienden enseguida. Los rayos y truenos del sábado no han sido, pues, el único aviso de que el verano se va. Comenzó la promoción más agorera del año, la de la vuelta al cole, con esos pequeños hipócritas que se ríen en las vallas publicitarias no se sabe de qué. Se encuentra aparcamiento, sí, pero anochece antes y la política ha vuelto a las portadas, por no hablar de la sombra de ETA. Iba a ser el verano más caluroso de la historia y resultó más bien fresquito. Lo que se calienta por momentos es el clima social: prepárense para un invierno candente, con elecciones a la vuelta de la esquina.

Lo cual aumenta, si cabe, la macancoa o la melancolía o la murria de los que seguimos de vacaciones y que vemos, impotentes, cómo se escurren los días. Se habló del síndrome pre-vacacional para describir el mal humor y la impaciencia que antecede al merecido descanso. Ahora los suplementos, para animar, supongo, describen con todo lujo de detalles el síndrome post-vacacional: los insomnios, las depresiones, las taquicardias. Y eso que nos quedan unas horas en las que podríamos hablar largo y (todavía) tendidos del síndrome vacacional, de la desazón psicológica que produce la sospecha de que no estamos divirtiéndonos hasta la última gota de nuestro tiempo libre.

La posmodernidad es ir de síndrome en síndrome hasta la neurosis final, pero el que esté libre de síntomas que tire la primera piedra. El síndrome vacacional afecta hasta a los más estoicos, y es que está descompensado esto. Dividimos mentalmente el año en dos: los meses laborales frente a las vacaciones. Los primeros son más y abusan como cobardes. Nosotros, de tanto correr para ayudar a agosto a hacerse único, inolvidable y capaz de aguantar la mirada de los otros meses, acabamos derrengados.

La tentación ahora es rendirse y recitar los versos de Jaime Gil de Biedma: “Pero después de todo, no sabemos / si las cosas no son mejor así, / escasas a propósito... Quizá, / quizá tienen razón los días laborables”. Aunque tampoco hay que entregarse incondicionalmente. Lo ideal sería disfrutar sin ansiedad de cada instante: del trabajo, qué remedio, y también, aunque sea más complicado, de las vacaciones (lo que a estas alturas, es ya un consejo para el próximo verano, me temo).

Porque, puestos a hacer en cada momento lo que toca, hoy toca macancoa. Esta traca final de melancolía tiene su romanticismo, su encanto tristón, su aire a tarde de domingo y, a fin de cuentas, su dulzura. Tiene ese punto de dulzor de los higos y las uvas, los frutos de estos días.
[Joly]

6 comentarios:

Anónimo dijo...

La macancoa post-vacacional es un lujo, como el leve dolor de los masajes o la pequeña incomodidad de estrenar algo. A mí lo que me produce macancoa son las colas que empezarán de nuevo en la carretera, imaginar la ciudad llenarse de gente y de coches, y el jaleo de mi calle por culpa de la guardería. Por mí pueden seguir todos ustedes de vacaciones...

Ángel Ruiz dijo...

Magistral.

Juan Ignacio dijo...

Genial.

Creo que decía Juan Pablo II que él no tenía "tiempo libre". Que el tiempo del trabajo y el del descanso eran para él ambos tiempo "libre".

Apuntaba a algo más profundo, pero entiendo que en esa situación, de poder lograrla, desaparecería toda o casi toda la macancoa.

Y lo especial de un tiempo y de otro ya no provendría de su duración (las vacaciones ya no serían especiales por ser cortas, ni se dejarian de valorar si fueran más largas) sino del verdadero disfrute de cada uno de los tiempos.

Que es un poco la situación ideal que vos propones de disfrutar sin ansiedad ambos momentos.

Saludos.

Luis dijo...

Y por qué en el RAE viene macacoa y no macancoa...

E. G-Máiquez dijo...

Pues porque "macancoa" es la variante andaluza, y como tal sí que la recoge.

Muchas gracias a todos, especialmente emocionadas a CRM, tan partidario de que sigamos de vacas gordas.

Anónimo dijo...

Genial. Perdón que me pierda en el detalle, pero me ha parecido un detalle buenísimo lo de la sonrisa bobalicona de los niños de los posters. Siempre lo pensaba en mis tiempos escolares. Supongo que es una extensión más de esa publicidad que oscila entre ideales modelos imposibles anunciando champús y bondadosas familias de clase media acomodada anunciando cosas de comer, por ejemplo. Por otra parte, me recuerda a que de pequeño jugábamos siempre a las suposiciones ¿y si los fines de semana fueran clases y el resto de la semana descanso? ¿y si tuviésemos clase tres meses (aquí no incidíamos en el verno, seguramente porque no concibíamos ir a clase a cuarenta grados) y el resto del año libre? Seguramente, entonces, no habría ni verano ni fines de semana. Muy finos Jaime Gil de Biedma y Juan Ignacio.