miércoles, 22 de agosto de 2007

Una alegría para Álvarez

A Cataluña, desde que se fue Pujol, le crecen los enanos. Lo del Estatut, borriquito como tú, yo soy más que tú, etc., no mereció la pena, reconoce el ex molt honorable Maragall. Luego han venido Montilla, los atascos, los atrasos y los apagones. El aeropuerto de Barcelona. Las casetas cedidas a los pro-etarras en las fiestas de (maldita la) Gracia. El tiburón por las playas de Tarragona. Y Magdalena Álvarez.

A la ministra de Fomento que le exijan la dimisión la trae al pairo. Ella está convencida de que la culpa de todo la tiene, naturalmente, Aznar, excepto lo del tiburón y porque no muerde, que si fuese catalanófago, ya veríamos... Lo que a la ministra Álvarez le ha dolido de veras es que el diputado de Esquerra Republicana Joan Puig la haya llamado señorita andaluza. ¡Hala, hala, lo que ha dicho! “Es casi lo peor que me puede decir”, ha declarado la ofendida.

A uno se le ocurren, como pueden ustedes imaginar, muchas cosas peores que una señorita andaluza. Yo he conocido a bastantes extraordinarias: finas, cultas, con sentido del humor, elegantes y muy trabajadoras. Incluso me casé con una, de hecho. Pero no vine a hablar de mí, sino a darle una alegría al menos a la excelentísima ministra en estos días tan amargos de su ferragosto particular. Y es que le aseguro que, diga lo que diga Puig, ella puede estar muy tranquila: salta a la vista que una señorita andaluza no es. Puestos en lo peor, sería, en todo caso, una señora y una andaluza, aunque sólo por culpa de su estado civil y de su partida de nacimiento. Nada más.

Por supuesto, no va con ella lo que cantaba un hermano que parece que tuvo don Antonio Machado: “De mi alta aristocracia, dudar jamás se pudo./ No se ganan, se heredan, elegancia y blasón.../ Pero el lema de casa, el mote del escudo,/ es una nube vaga que eclipsa un vano sol”. De esos versos es posible que sólo le interese lo del eclipse, para el que contribuye con todas sus ganas.

Como a Magdalena Álvarez no le cabía en la cabeza que un socio de ERC le imputase algo tan horrible, ofreció a Puig la salida de que él ignoraba el matiz peyorativo de la expresión. Replicó el hombre que lo conocía muy bien, porque tiene —confesó— ascendencia andaluza. El tema de la ascendencia andaluza de nuestros independentistas daría para un libro, aunque, por sus implicaciones freudianas, mejor que lo escriba un psiquiatra.

Yo prefiero centrarme en el peor de los pecados que una ministra socialista puede cometer, que es ser una señorita y para remate andaluza. La ministra Álvarez no lo ha cometido de ninguna manera. ¿Ven que fácil animarla algo? Pues para eso estamos, ministra. Ea, a mandar.
[Joly]

6 comentarios:

Álvaro dijo...

Sencillamente perfecto.

Anónimo dijo...

Mira que meterte con tu amiga Maleni...

Anónimo dijo...

Muy certero tu artículo. Hay un desprestigio de la elegancia, hoy todo es camiseta y bocata de calamares, que está muy bueno, pero en su momento. Pero esto viene de muy lejos. Ya de cuando el industrial gordo sustituyó al hidalgo y se inventó el mito de que lo único que caracterizaba al último era estar arruinado y no querer trabajar. ¡Qué falta de señorío!

Anónimo dijo...

Pero es que un señorito es justamente ese compendio de defectos (arrogancia, pereza, prepotencia, ignorancia enmascarada en modales aprendidos). Un señorito no es un señor, y para distinguirlo se adoptó el diminutivo, tan andaluz por otra parte.

A mí me molestaría que me llamaran señorito, en la misma medida que me gustaría ser presentado como un señor.

Anónimo dijo...

Ahora, que si se trata de llamarle merdellona a Maleni, pues sí, claro. Como Celia; son unos especímenes muy típicos de mi tierra que dan bastante vergüenza cuando se los saca fuera.

E. G-Máiquez dijo...

Pues sí, Ignacio, el artículo juega (o lo prentende) con las diferentes connotaciones entre el masculino y el femenino de 'señorito'. No siempre pasa como en lo del hombre público vs. a la mujer pública: el femenino tiene, qué os voy a contar, sus irresistibles encantos.

Ah, y desde luego, tú, un señor.