sábado, 20 de enero de 2018

Encuentro fugaz


Llamé para que me recogiesen una hora y media más tarde en Atocha porque me había salido un compromiso ineludible. No les hizo demasiada gracia, pero, como son encantadores, se resignaron. Repetí: "Perdón. Es importante".

Resultaba que Leonor, que llevaba dos días en Madrid, terminaba antes su última reunión de trabajo, y podíamos comer juntos en Atocha. En el aparcamiento de la estación de trenes del Puerto había visto, qué casualidad, un sitio vacío al lado de su coche. Pensé poner mi coche al ladito, como un guiño conyugal, y que se llevase la sorpresa cuando llegase de ese recibimiento delegado, como un ramo de flores (diesel). Pero había aparcado tan mal (ejem) que se metía en mi espacio de la batería y, si yo hacía el romántico, no iba a dejar entrar al conductor del coche del otro lado. Estaba claro por qué estaba libre ese sitio, precisamente. No era casualidad. Ahora, con el encuentro en Atocha, podía resarcirme del romanticismo perdido.

Mientras la esperaba, me compré unos auriculares. Descubrí una nueva versión de envejecer. Ya no es que te traten de usted en las tiendas porque nadie trata de usted. Es que, mientras me atendían (muy amablemente, por cierto, con mucha consideración), comentaban lo guapísimo que era uno de los policías nacionales que pasaba por allí cada dos por tres. Como yo soy muy de las Fuerzas de Seguridad del Estado, me pareció bien. Y además ya llegaba Leonor.

Fue muy emocionante. Verla llegar. Comer juntos como ganándole una partida al estrés por la espalda. Casi podríamos decir que con ese encuentro fugaz, furtivo, cruzado, le estábamos poniendo los cuernos a la vida moderna. Je. Nunca hemos sido nada de escapadas, como algunos matrimonios amigos. La palabra y el concepto me gustan poco. ¿Escapar de mi casa? No, gracias. Pero si, en vez de eso, puede ser un encuentro, qué bien. Lo aconsejo vivamente.



1 comentario:

AR dijo...

Hora y media, cita fugaz en una estación...es como Breve encuentro, pero feliz de principio a fin.