viernes, 19 de enero de 2018

La salvación de la Alcarama


[Una amable lectura, preguntaba por esta reseña que publiqué en Ambos mundos hace cinco o seis años. Se ha caído de la red, y yo la subo, porque los libros que en ella recomiendo son una delicia y por ellos pasa el tiempo, claro que sí, pero por dentro, para remansarse, no por fuera.]


Con Leyendas de la Alcarama (Gadir, 2011), culmina Abel Hernández (Sarnago, Soria, 1937) la trilogía dedicada a su pueblo natal y a la Sierra de la Alcarama, en las Tierras Altas de Soria. Los libros precedentes fueron Historias de la Alcarama (Gadir, 2008) y El caballo de cartón (Gadir, 2009). Éste último ganó el Premio de la Crítica de Castilla y León 2010, que puede entenderse como un premio por adelantado a la trilogía.

Abel Hernández es periodista político de reconocido prestigio, con varios ensayos de análisis de la transición, que vivió en primera línea. No es insólito que un periodista, acercándose al final de su carrera, compendie lo visto y lo vivido, y logre un resumen importante. Ha sido el caso de Abel Hernández con su Suárez y el Rey (2009), premio Espasa de Ensayo. Sí resulta inusual que un autor haga su primera incursión literaria con más de setenta años y dé una obra tan cuajada como Historias de la Alcarama (2008), memorias de su infancia rural.

Y que vuelva a repetir la hazaña y superarla al año siguiente, ya resulta increíble. Y que la remate tan brillantemente como con Leyendas de la Alcarama, nos demuestra que estamos ante un caso único. De la última entrega nos dice en la primera página: “este libro cierra el círculo”. No cierra, le corregiríamos: lo ahonda; y no un círculo, sino una espiral. El gran hallazgo de su trilogía es, precisamente, que no es ni circular-cerrada ni lineal-acumulativa. La primera entrega bajo el género epistolar —cartas que el autor escribe a la más pequeña de sus hijas— era un texto memorialístico. El caballo de cartón se adentra en la narrativa: se construye sobre un viejo y breve diario de infancia encontrado de forma casual, con un halo de misterio novelesco. Los fragmentos del diario del niño son de una gran pureza y los comentarios del adulto al hilo demuestran que, por encima de los años y las distancias, la personalidad del autor se ha mantenido a salvo. En Leyendas de la Alcarama hay otro cambio de género. Abel Hernández se pasa a la narrativa-mítica, mezclando y confundiendo una historia casi costumbrista con el recuento de las viejas leyendas. Fijémonos, además, como cada libro empieza apoyándose en un género para dar un paso adelante: epistolario-memorias, diario-narración, y relato-mitología.

Cada libro representa, pues, dos pasos en una aproximación cada vez más honda a la realidad de aquella tierra: la nostalgia desde el presente que se ofrece al futuro (Historias de la Alcarama); una narración que se rescata del pasado y que se glosa en el presente (El caballo de cartón), y la invención de una vieja historia que entronca, finalmente, con los mitos intemporales (Leyendas de la Alcarama). Admira que el escritor Antonio Ferres, hablando sobre el primero de los libros, ya viese la intención de la trilogía: “Todo va hacia atrás, y las tierras y la Historia renacen”. Hernández trata de reconstruir y repoblar el viejo pueblo abandonado de Sarnago desde todos los puntos posibles de vista. Que el autor es bien consciente de este perspectivismo lo demuestra este diálogo recogido en la tercera entrega:

“—¿Y qué diferencia hay entre historia y leyenda? —se atrevió a preguntar Esteban.
—Muchas veces se confunden, porque son inseparables —respondió el de la mula—. A mi parecer, la historia se queda en lo de fuera, en lo material, en lo aparente, y las leyendas encierran el alma de los pueblos.
—Pero, ¿cuál es más verdadera?
—No lo sé, puede que la leyenda, por eso perdura más”.

Abel Hernández juega sabiamente con el tiempo y con nosotros. En El caballo de cartón repite muchas cosas que ya contó en Historias de la Alcarama, y también se repite mucho dentro del libro. No es un error, sino una técnica muy refinada para que su memoria acabe siendo la nuestra, de modo que, cuando él vuelve a recordar, nosotros lo hacemos con él. En Leyendas de la Alcarama ya todo lo que se nos cuenta trae consigo un recuerdo sentimental en el lector o su eco. No lo hace para demostrar sus poderes técnicos como escritor: Abel Hernández necesita que recordemos como cosa nuestra la vida y los hechos de la Alcarama y que los amemos, pues sabe muy bien la verdad que encierra este poema de Ezra Pound con el que abrió su trilogía:

Lo que quieres de verdad perdura,
el resto es escoria.
Lo que quieres de verdad no te será robado,
lo que quieres de verdad es tu verdadera herencia.

Toda esta compleja arquitectura literaria convive con una sencillez estilística de vaso de agua clara. Mana de las lecturas que hacían en la lejana infancia del autor hacía en su casa, en voz alta, en familia, al calor de la hoguera, a la luz de un candil, de los viejos romances y de El Quijote. Y debe mucho, sobre todo, a la advertencia insistente de su madre: “No retoriquees”. En la prosa de Hernández, la emoción nace de la exposición de los hechos desnudos, y hay un gusto muy carnal en la realidad misma y en los nombres propios de las personas y en los concretos de los animales y las plantas y los fenómenos meteorológicos.

Al fondo, late una poética del bien. Se ve en su enfoque de la guerra civil, en el recuerdo amable de sus vecinos, en el amor por la naturaleza, a la familia, al pueblo, a las viejas leyendas… Abel Hernández lo confiesa expresamente: “Que me perdonen Baudelaire y Umbral, pero no me atrae nada la belleza de los lirios hediondos”. La trilogía pretende salvar una tierra y un tiempo, y el escritor sabe que la salvación verdadera sólo viene, sólo puede venir, del bien.



1 comentario:

domingo vallejo dijo...

Mira por donde. Leí esos libros en carne viva por el relato que hay en ellos de la desaparición de la vida rural. Tu reseña me incita a releerlos. Me falta, te falta "El canto del cuco" que es posterior.
Tendríamos que hacer un viaje a Sarnago. Un abrazo Domingo Vallejo