jueves, 18 de abril de 2019

Ante la rosa


Leo de nuevo Mi planta de naranja lima. Mis hijos me piden que lea en alto y, asombrados de que esta vez sea la historia de un niño, se arraciman a mí lado. Muy bien. Pero llego a la parte de la flor para la profesora y la galleta, y empiezo a llorar. Los niños, pasmados, me tocan las lágrimas con las yemitas de los dedos y les hace gracia mi nariz colorada.  Recuerdo al sacerdote que preguntaba cuánto hacía que uno no lloraba y me río, entre lágrimas. Pero para mis hijos tengo un recuerdo mejor, para que no confundan las lágrimas con una debilidad cuando son una delicadeza. Es esa copla argentina:

Mi caballo es andaluz,
de los que trajo Mendoza,
que no tiene miedo al tigre,
pero tiembla ante la rosa.

Les convence. Que siga leyendo, pues. Pero empiezo a no poder por el nudo en la garganta. Se ofrecen a ir leyendo ellos a páginas sucesivas y así pasamos el duro trance de ese capítulo.

Cuando llega su madre, se lo cuentan enseguida. Han visto a papá llorar, que no lo habían visto nunca, dicen. Cuando Leonor se alarma, enseguida, la calman. No, no, ha sido, naturalmente, ante la rosa.


No hay comentarios: