miércoles, 17 de abril de 2019

Jibia


Paseando por la playa de Zahara, mis hijos fueron recogiendo huesos de jibia o esqueletos de choco o lo que los más figurativos llaman barcas de sepia. Eso era muy propio ponérselo a los canarios antiguos en la jaula, si me perdonan la memoria histórica.

Carmen y Quique estaban emocionados porque los había grandísimos, como de chocos de Julio Verne, y corrían de arriba abajo, adelante y atrás. 

Tanta emoción se pagó y, a la vuelta, Carmen me dio todos sus tesoros, y me cogió la mano, mientras que Quique, todavía más cargado, se iba quedando atrás y atrás. También es cierto que Quique no necesita ir muy cargado para irse quedando atrás en los paseos. Lo que hizo que mi cuñado dictaminase: «Quique los tiene de plomo». No sé si algún lector no andaluz necesita que le explique qué quiere decir esa expresión o qué, concretamente, tenía de plomo mi hijo.

A Carmen sí se lo tendría que haber explicado. Dijo, deduciendo que lo que tenía de plomo su hermano eran sus siete u ocho esqueletos de choco: «¡Los míos me los lleva papá!» Por supuesto, no le expliqué nada a la niña, porque son cosas que no se detallan a una señorita; y también --lo reconozco-- porque para un irremediable heteropatriarcal como yo, ser el portador de los plomos de la niña que llevaba de la mano me pareció, si me perdonan la ordinariez, una preciosidad y, sobre todo, una responsabilidad de la que no quiero descargarme.




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