sábado, 13 de abril de 2019

Quintana y yo


Esta estupenda crítica de Cavalcanti el Nuevo, que acierta hasta en el carboncillo, me recordó una reciente anécdota que servirá para ilustrar hasta qué punto siento míos los poemas de Mario  [él escribía su nombre sin acento] Quintana.

Me encontré con una antigua (aunque ella siga estando muy joven) novia y su  marido. Me contaron que estaban estudiando portugués, les conté que estaba traduciendo portugués y, una cosa por la otra, me comprometí a mandarles el libro en cuanto que saliese. 

Y estaba dispuesto a cumplir la promesa, como todas. Hasta que, con el libro en las manos, caí en la existencia de este poema, que no le iba a hacer ninguna gracia al marido; ni a ella, ni a mí, ni a mi mujer, pero que es un poema como un templo:




«¿Qué hacer, qué hacer?», estuve preguntándome durante dos o tres semanas. Al final les mandé el libro, con la esperanza fundada de que no lo leerían o de que pasarían por encima de este poema, preocupados (estudiantes de portugués, al fin y al cabo) por algún arduo problema de traducción exacta de un matiz difícil. 



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