Hoy el humor de El País viene quizá con poca gracia pero con mucho que comentar:
1)
(vía, obvíamente)
2)
(obvíamente)
Lo que digo siempre del odio al hombre del ecologismo. No lo pueden remediar, no pueden, pero no predican con el ejemplo, eso no, qué va. Sobran otros.
Y 3)
(obvíamente)
Que no le veo la gracia, ni la tristeza, si no fuera por la decepción socialdemócrata. De toda la vida, los buenos escritores han seguido diciendo lo que no podían, aunque sin tinta. Con inteligencia apenas. De lo mejor de la recién publicada obra Tomás Moro es precisamente el juego que la censura le da a los sobrentendidos, sugerencias, indirectas y silencios significativos. Es todo un espectáculo.
Los otros dos chistes son dos tonterías. Contra lo habitual, en el caso de Erlich.
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