En realidad, la entrada es nada, pero es lo que tiene un diario y el empeño de ganarle al día su chispa de esplendor. Luego, si hay suerte, vienen los comentarios, como ayer, y elevan la cosa. El de Dal, por ejemplo, me dará para un artículo lírico-conyugal que —nuevamente si hay suerte— no se saltará un gitano.
Bien. Volvía corriendo al Puerto a recoger a Pukka de una operación. Y topé, si no con la Iglesia, si con las carretas del Rocío, con la cola de la caravana, para ser exacto. Otros años me la he cruzado, y es más bonito y menos lento que ir detrás, a paso de buey, literalmente.
Salían del Convento del Espíritu Santo y cruzaban el Puerto por esa calle arriba, en dirección a Sanlúcar. Yo tenía que dar la vuelta al pueblo y, con emoción fernandoalonsina, pensé que me daría tiempo a dar la vuelta la circunvalación antes de que los tractores y los bueyes volviesen a interponerse en mi camino. Y estuve a cien metros de conseguirlo, cuando a lo lejos vi a un policía local levantar el brazo y enseguida salir corriendo unos mozos arreando unos bueyes y jaleando al Sinpecado lleno de flores. "Estoy perdido", pensé no muy devotamente.
Entonces, con una agilidad de anuncio de televisión, la furgoneta que llevaba delante, sin tocar el freno, con la elegancia de una curva perfecta, se metió a la derecha en un barrio ignoto. Yo fuíme tras él. Y rápido callejeaba por entre pisos con enormes coladas secándose por sus ventanas hasta que fuimos a salir diez metros por delante del carro. ¡Aleluya! Como detalle curioso, el de la furgoneta llevaba en la ventana trasera una pegatina de la paloma del Espíritu Santo con el lema: "¡Soy rociero!" Pero una cosa es la devoción y otra la conducción.
Llegué, gracias a la Virgen del Rocío, a tiempo de recoger a Pukka, que está muy bien, gracias.
9 comentarios:
Qué suerte, un día de encuentro de carretas... viviendo en el Aljarafe yo tuve que activar el detector de follones rocieros ayer, lo mantengo hoy y seguiré mañana... y la semana que viene otra vez. Habla le de mi a tu furgoneta, la contrato ya...
Leo ahora (no la conocía) la entrada a la que el blog nos enlaza, sobre el mismo tema y de 2006. Nada que objetar; pero invitaría al autor a ponerse por un momento en el lugar de quien, no siendo creyente (y los hay) se viera en el mismo caso (y ocurre) que allí se describe.
Yo, anónimo, huyo de las fiestas de mi ciudad como de la peste. ¿Qué toca en esos momentos? Aguantar, tolerar, comprender... es que, a Dios gracias, somos muy distintos unos de otros. Lo que más me molesta es que se pagan con mis impuestos, habiendo, como hay, cosas mucho más necesarias.
Yo soy creyente y no tengo ningún afán por ir al Rocío, pero tengo que comprender que hay otros a los que esas movidas les va.
Y si vas de viaje a paises con otras creencias, te tienes que adaptar o morir. La vida es así. La convivencia es así. Únicamente en los paises con regímenes totalitarios hacen todos lo mismo.
Te contesta muy bien Isabel, querido anónimo.
Gracias, Gonzalo. Tu comentario me ayuda a hacer justicia a las ágiles curvas del de la furgoneta, que tenía la impresión de que me había quedado corto.
De sobra sé que hay que adaptarse. Puedo decir que, no siendo yo creyente, he tenido varias veces, por razones familiares, la oportunidad de ver las procesiones de Semana Santa de una conocida ciudad castellana, y lo he hecho no sólo con adaptación, ni siquiera sólo con respeto, sino con auténtico interés.
Sólo sugería a EGM, y ahora también a Isabel, que piensen en quienes han de someterse a las incomodidades que él describía, y hacerlo sin el soporte o consuelo de la creencia, y muchas veces sin poder, como Isabel cuenta con sus fiestas, huir de ellas, sino teniendo (como a EGM le ocurría en aquella ocasión) obligaciones precisas que cumplir, y que esas manifestaciones que les son ajenas pueden dificultar, y a veces gravemente. O sea, le invitaba, como ahora invito a Isabel, a ponerse en el lugar del otro, del que no cree, y que tampoco puede quitarse de en medio.
No es que no comprenda que hay gente a quien el Rocío "le va" (¿cómo no comprenderlo, simplemente con ver la televisión?), sino que también comprendo a quien se ve atrapado en medio de una de esas "movidas" y, como decía, no puede "huir como de la peste", sino sólo quedarse y aguantar. Y pasa, oiga.
Anónimo, creo que te entendí desde el principio.
Lo normal es lo que tú haces, ver con interés otras manifestaciones distintas a tus creencias o increencias. O no verlas en absoluto.
Cuando digo que huyo de las fiestas de mi ciudad no quiere decir que me vaya de viaje, quiere decir que me espantan y las sufro, y no sé si ellos me comprenden o no. Lo único que puedo hacer es comprenderles yo a ellos.
Y cuando vivía cerca del Bernabeu aguantaba que el día de partido me pidieran el carnet para demostrar que vivía ahí y pasar con el coche. Y años más tarde estuve dentro del Bernabéu yo misma.
Sospecho que te parece que el motivo religoso marca una diferencia, pero yo no lo veo. La religión es una manifestación del espíritu humano como lo pueden ser las manifestaciones artísticas, deportivas, científicas, etc. ¿Por qué te van a parecer más molestas las manifestaciones religiosas que otras?
Y si viviéramos en un país con distintas religiones veríamos manifestaciones religiosas distintas. ¿Qué sentiría yo si veo a unos budistas o musulmanes o judíos celebrando sus fiestas? Supongo que las primeras veces miraría con interés y las siguientes intentaría evitarles para poder llegar a mi destino. Lo normal.
Aplaudo tu paciencia, Isabel.
En un país cuya capital padeció 3.419 manifestaciones en 2012, y 1.628 en lo que va de año, más eventos deportivos y marchas varias, creo que la cuestión de la empatía con el no creyente está más que puesta a prueba.
No es cosa de que yo dude, y más viviendo en Madrid, lo de la empatía con el no creyente (aunque las manifestaciones incluyen normalmente a ambos, creyentes y no creyentes, ya que la gran mayoría de ellas son ajenas a motivaciones religiosas). Era EGM, no yo, quien en su entrada del 2006 señalaba la incomodidad para el no participante, y quien acababa apelando a su creencia. Yo le hacía ver, simplemente, que eso (con el Rocío, como en su caso, o con otras cosas) le ocurre también al no creyente, y que él no tiene ese consuelo, y le invitaba a pensar en ello. Nada más.
Nada tengo contra los creyentes, de los que yo mismo no me excluyo (soy agnóstico, no ateo, y menos militante; el "agnosticismo militante" me parecería un oxímoron), y sí mucho respeto y admiración por tantos que lo son o lo han sido. Mi concepción de lo religioso, eso sí, es más interior y poco amiga de lo espectacular, que observo desde fuera y como eso, espectáculo. En esto, seguramente, me siento más cerca de un cierto protestantismo.
No creo que ni en los fastos ni en los espectáculos esté de ningún modo lo mejor, o al menos lo que yo más valoro, de la creencia; sin dejar por ello de reconocer el esplendor del Vaticano, o la hermosura (tan íntima a veces) de algunas catedrales, por ejemplo. Sólo que todo eso me parece más bien asunto humano. A unos metros por encima del suelo, sólo queda el aire y lo celeste: ese despojamiento me parece mejor sitio (convicción que no pretendo imponer a nadie, Dios me libre) para buscar lo divino. Claro que Bach...
En fin, quizá no contenga uno multitudes, como el gran Whitman, sino cuatro gatos mal contados y que encima no siempre se entienden; pero, como él, me contradigo, y lo sé.
Publicar un comentario