A media tarde, empecé a sospechar de Trapiello. ¿Se habría metido de verdad entre pecho y espalda los miles de fersos de Gimverrer? ¿O habrá afilado sus frases a medias entre la intuición y la hipérbole? A veces ("por qué no", me susurraba la esperanza) es posible conocer a un poeta leyendo sólo una parte de su obra, sobre todo cuando el poeta no es gran cosa.
Ya por la noche levanté los ojos al cielo, del que todavía caían algunas gotas escurridas, y, entre dos nubes, vi tres o cuatro estrellas. Y me oí susurrando lo de Juan Carlos Mestre:
Las estrellas para quien las trabajay supe que ése era el mejor verso de los cientos suyos. Aunque algún otro valioso tendrá el hombre y aunque yo no lo haya leído apenas, ése es su mejor verso, sin duda.
3 comentarios:
El enorme riesgo de ser poeta es que nada hay más deleznable que un verso malo. Por sí sólo, justificaría la pena de muerte (hipérbole).
Por eso el pudor poético es el mejor de los consejeros, y la vanidad del vate, una tentación que el diablo usa para perdernos. Mejor el silencio del cajón que el estruendo del infierno al que van los poetas malos.
Por cierto, graciosa confusión con el título del comentario: creí que te referías al gran Pedro Subijana: http://findesemana.libertaddigital.com/articulo.php/1276232635
No hace falta leer mil versos para saber lo que te gusta o no. Yo con un simple recital de dÓrs quedé rendida de por vida, y con dos poemas de Gamoneda supe que no iba a seguir adelante...
"Por eso el pudor poético es el mejor de los consejeros".
Los seudónimos también ayudan, je.
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