La estación de trenes del Puerto se ha convertido en una estación de penitencia. Para mí lo es, además, de ida y vuelta. La estación de mi pueblo era pequeña, blanca y azul, encalada y con tejas, con una cantina de aire decimonónico y una inmensa higuera inmemorial tras una verja de hierro oxidado. Desde el andén se disfrutaba de una vista inmejorable del penúltimo meandro del río Guadalete entre salinas, como en un poema del primer Alberti: “¡Ay mi blusa marinera!/ Siempre me la inflaba el viento/ al divisar la escollera”.
Como iban a traer el AVE, tiraron aquella estación para hacer una nueva, adaptada a los tiempos. Siendo en nombre del progreso, nadie dijo ni mu. Y luego, mientras levantaban la nueva, aunque ya se iba viendo que era un horror funcional, un cubo de chapa sin gracia, como seguíamos ilusionados con el AVE, tampoco protestamos mucho. Cuando lo acabaron, efectivamente era un cubo ni tan siquiera grande, descomunal sólo como adefesio, cerrado herméticamente a las vistas y a las brisas, pero, habiendo pasado ya dos o tres años, se nos había olvidado bastante la vieja estación, ida para siempre.
Y ahora viene la penitencia de vuelta. Los amigos van apareciendo por el Puerto y nada más vernos preguntan qué ha pasado: ¿ómo nos han colado el timo de la estacioncita? Y nosotros, entonces, caemos en la cuenta, y la humillación es doble: por haber perdido aquella, tan bonita, y por el papel tan desairado que hacemos cuando son los de fuera los que se duelen más.
El último visitante se empeñó en que le dedicase mi columna de Alba. Me parecía un tema muy local para tratarlo en un medio nacional, pero él insistía con contundentes argumentos. Me convenció, como ven, y no sólo porque daba la casualidad de que era y es el director de este semanario, sino porque efectivamente la historia encierra una moraleja clara: el cuidado que hay que gastarse con la retórica del progreso, que, si te descuidas, te deja descompuesto y sin novia. Porque esa es otra: después, entre un paso para adelante y dos para atrás de los Presupuestos, el AVE no vino.
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4 comentarios:
¿Por qué no llegó al final? ¿Qué se estropeó?
Con todo lo grande que es, no quedó sitio para sacar el billete a Sevilla y te hacen salir a un axexo, cruzando un paso de peatones en cuesta, so riesgo de perder la vida.
De pena...
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Pocas cosas tan románticas como una vieja estación. Algo se muere en el alma, sí, cuando las sustituyen por esas otras cosas.
La política se estropeó, querido Fernando, o ya lo estaba.
Y qué tío poco práctico soy, Lamarque, y cuánta razón tienes. Se me pasó comentar también ese disparate de los billetes de larga distancia, que hay que comprarlos fuera y cruzando calles. Gracias por el aviso.
Amén, JSR.
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