Como los sábados es el día de la semana que menos lectores tengo, aprovecharé para contar esto, tan impudoroso.
Iba a confesarme, no en un poema confesional, sino propiamente en el sacramento de la Santa Madre Iglesia. Antes de entrar en faena, rezaba exigiéndome un máximo de sinceridad. Siempre soy sincero, al menos en ese trance, pero hay luego niveles, recovecos, sombras, retorcimientos lingüísticos, sugerencias equívocas, sobreentendidos, autojustificaciones... y yo no quería nada de eso. Así que rezaba: "Que vea claro que hablo contigo, Señor, que ya lo sabes todo, y mejor que yo, incluso: así haré una confesión directa, transparente, porque es contigo, contigo".
Me tocó el turno. Y empecé. Y el cura se puso alucinantemente cariñoso, de mi parte en todo, y hasta se enfadó —muy enfadado de veras— con alguien de quien yo me estaba confesando de haberle sido injusto. Salí aturdido de tanto cariño, hasta que recordé mi oración previa: "Es contigo, contigo..." Ah.
6 comentarios:
Casi siempre es así si la confesión es buena. Si es rutina o autojustificación, se obtiene el premio que merece. Podría pensarse que es egoísmo hacerla bien, por la recompensa, pero en ese egoísmo no hay pecado. Es de los pocos.
¡Sensacional!
Aunque llevo algún tiempo siguiendo el blog, es la primera vez que hago un comentario. Francamente: delicioso.
Es como un microcuento de esos con final sorpresa. Me iba a poner estupendo comentando cómo los profesionales de la lengua tenemos que hacer un esfuerzo extra para no enmascarar nuestra conciencia, pero el quiebro final deja todo eso en la irrelevancia.
Error de penitente: pensar que tiene que justificarse para ser perdonado. Error de cura: pensar que puede decir otra cosa que el "vete y no peques más" antes de dar la absolución.
Muchísimas gracias a todos.
El error de penitente, que es lo mío, lo veo clarísimo. El de cura, sin embargo, no. Cierto que la clave es Vete y no peques más, y por supuesto la absolución; y sin embargo, cuántas veces he agradecido tanto que me dijesen algo más.
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