jueves, 27 de junio de 2013

Bobin, Bobin


Si uno se ve retratado por Pla, se siente proyectado por Bobin. Eso es lo que soy, esto es lo que quisiera ser:


No estoy hecho para este mundo. Espero estar hecho para el otro.  
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La muerte se ha llevado a mi padre pero se ha olvidado su sonrisa, igual que un ladrón sorprendido huye abandonando parte del botín. 
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A Dios le gusta hablar a través de bocas desdentadas, es su encanto. 
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No hay ninguna diferencia entre creer y vivir.  
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No hay infinito sin clausura. 
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Busco un pensamiento tan feliz como el color amarillo del limón en el plato. 
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¿Por qué viajar? Salgo diez metros y ya estoy invadido de visiones, inundado: no ando bajo el cielo sino en el fondo mismo, con tonos de azul sobre mi cráneo. Me asfixio de tanto respirar. saciado de aire y luz. En diez segundo he hecho un paseo de diez siglos. La vida tiene una densidad expolisiva. Un guijarro minúsculo contiene todos los reinos.  
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No hay más que una sola vida y ésta no tiene fin. 
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Para Bonnard, lo más bello que hay en un museo son las ventanas.  
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Según Saint-Cyran nadie será feliz en el cielo si no lo ha sido en la tierra.  
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La vida a cada segundo se aleja de nosotros como la lechuza despliega sus alas nevadas en el instante en que la descubrimos.  
 
Saint-Cyran [a una sobrina nieta]: "Estoy muy contento de que estéis tan alegre, es signo de que amáis mucho a Dios". 
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Todo lo que hacemos suspirando está manchado de nada. 
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Cada día tiene su veneno y, para el que sabe ver, su antídoto. 
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No es complicado escribir: basta con entregarle cada segundo de vida.  
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Era de esa raza divina a la que pertenecen todas las mujeres y todos los hombres sin excepción. 
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La escritura es una mendiga que regala una moneda de oro a todo el que pasa. 
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Dos tipos de paraísos: venir en ayuda de alguien y leer un libro. 
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Esta extraña alegría sin la que nada verdadero puede hacerse.  
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El drama es la última mano que nos echa Dios después de que hayamos rechazado todas las demás.  
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La frase más cariñosa debe ser escrita con hacha. 
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La santidad consiste exactamente en no alimentar el mal que se tiene en sí. 
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Sin pensar en nada me he encontrado en el paraíso. He debido empujar una puerta sin verla.  
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Deberíamos sentirnos honrados por haber conocido a las personas que han muerto.  
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Cada uno tiene su herida y su tesoro en el mismo lugar. 
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Escribir: obedecer lo que vemos. 
 * 
Tengo mi fracaso ante mis ojos: un ramillete de mimosas en un jarro de agua. Ha iluminado mi desayuno, embalsamado mi jornada y soy incapaz de hacerles un retrato a la altura de su generosidad.  
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Abrimos Pensamientos de Pascal, se mete la mano en el saco, se extrae un papel, en todas las tiradas se gana.  
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El carbonero sobre la barrera arroja las chispas de oro de su canto. Es su trabajo y es también el mío. 
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Cada una de nuestras alegrías es una figura en una vidriera. Nuestra muerte es el plomo que sujeta el conjunto.  
 
Se diría que los ricos lo son hasta el último céntimo. 
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De no importa qué lugar se tiene una vista inexpugnable del paraíso.  
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Las personas son obras maestras que cogen el tren. 
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El que ha sufrido el martirio habla de la vida con una gracia irrefutable. 
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La armadura sin defecto de la alegría. 
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Se trata de escribir una pizca más rápido que la muerte. 
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Sea cual sea la persona a la que mires, que sepas que ya ha atravesado el infierno varias veces.  
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La moda es un verdugo que sus víctimas aclaman. 
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En esta vida no hay nada más bello para la vista que la gente y la corona que llevan en la cabeza, sin saberlo. 
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Yo le pido a un libro que me dé valor y que no me engañe sobre nada.  
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"No saben lo que hacen" es la frase más inteligente jamás dicha.  
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Su dolor era un palacio que sus maldiciones arruinaban. 
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La silla de paja se pone, de repente, a existir más que yo: exaltada por la luz, su paja se ilumina.  
* 
Intento pintar con palabras esa luz que acaba de entrar por la ventana y se ha plantado ante la piel rosada de la pera. No lo consigo y ese fracaso no está exento de alegría --como perder a un juego contra un amigo.  
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Jamás me acostumbraré a nada. 
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A los únicos que no se puede decapitar es a los reyes del espíritu.  
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La verdad es un ambiente: se abre un libro, se entra en un lugar y se sabe.  
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El desfallecimiento es el único pecado mortal. 

[Un día tengo que enumerar las múltiples ventajas de hacer crítica literaria, pero puedo empezar hoy contando que en mi reseña sobre Christian Bobin, ignoraba el hecho de que Las ruinas del cielo había sido publicado por Sibirana en traducción de Gª Inda y González Ordovás. Lo supe, lo leí y ni mi alegría ni mi agradecimiento tienen fin.]


15 comentarios:

Federico Limeres dijo...

Bobin. Un nombre que no olvidaremos. ¡Qué pocas
palabras hacen falta para colmar de sentido una página! Cuanto menor es el ruido, mayor el eco.

menor ruido, más intenso es el eco.

domingovallejo dijo...

Admirable. Gracias.

Jesús dijo...

"Según Saint-Cyran nadie será feliz en el cielo si no lo ha sido en la tierra".

¡Ay, cuán errado estaba Sain-Cyran y Bobin al hacer suyo su dictum!

Anónimo dijo...

Mi acuerdo total con lo que dice Suso. Sería tristísimo pensar que quienes han sufrido de veras en este mundo (y los hay, y son muchos; que la desgracia, por desgracia, existe, no es una imaginación ni un invento), hubieran de continuar haciéndolo, sólo por eso, después de esta vida. Yo, agnóstico, podría creer en algunas cosas; pero no en ésa, no en que la desgracia, tantas veces inmerecida e injusta, sea por sí sola una culpa y merezca castigo. Idea, a mi parecer, equivocada y atroz.

E. G-Máiquez dijo...

Suso pone el dedo en la llaga. También en la mía, pues yo comparto el dictum de Saint-Cyran y de Bobin, que también lo fue de Santa Teresa y de muchos santos más. Creo que esa alegría no es, ni mucho menos, la del animal satisfecho o la del hombre sin problemas ni dolores. Se habla de una alegría de fondo, invulnerable, que los que más han sufrido nos cuentan que tenían o que alcanzaron. Nótese que no dice Saint-Cyran que lo fuese siempre en la tierra, sino que lo haya sido: creo muy difícil, sinceramente, estar en gracia y no ser profundamente feliz y que no salga a la superficie y a la conciencia, a pesar de todo, durante muchos momentos de la vida.

Anónimo dijo...

Yo creo, y perdóneseme por ello, que quien habla así lo hace desde un conocimiento superficial y lejano de la desgracia. Es fácil teorizar sobre ella desde una vida resuelta e indolente, en ambos sentidos del término. Pero, ¿es lo mismo para una mujer que sufre durante años, ella y sus hijos, el infierno del maltrato? ¿Lo es para quien no sabe si él mismo o sus hijos podrán comer mañana? ¿Para quien tiene 56 años, y dos hijos, y se ve en la calle -quiero decir, sin empleo- y sin perspectivas de futuro (son los datos exactos de un excelente amigo mío)? Y, ¿para qué hablar de Etiopía, de Somalia, de tantos sitios donde la misma vida es, como dijera Hobbes, "pobre, desagradable, brutal y corta"?

Yo, lo siento, creo que Chéjov, a quien leo estos días, veía más y sabía más que todo eso. Cito, por ejemplo,de su relato "Por asuntos del servicio": "Mientras vosotros estáis calentitos, con buena luz y en asientos mullidos, nosotros en cambio nos perdemos en la ventisca, helados de frío y hundidos en la nieve. No conocemos lo que es el descanso, ni la alegría... Llevamos sobre nuestras espaldas todo el peso de esta vida, de la nuestra y la vuestra... Y tomamos de la vida lo más pesado y amargo de ella, y a vosotros os queda lo llevadero y alegre, y vosotros podéis, mientras cenáis, reflexionar de manera serena y sensata por qué razón nosotros sufrimos y perecemos y por qué no estamos tan sanos y satisfechos como vosotros... Y el inspector sentía que tanto el suicidio como la desdicha de los muzhiks pesaban también sobre su conciencia, pues aceptar la idea de que esta gente, resignada a su suerte, cargara sobre sus espaldas lo más pesado y oscuro de la vida resultaba horroroso. Aceptar este hecho y en cambio desear para uno mismo una vida luminosa y bullanguera entre personas felices y satisfechas, y soñar constantemente en esta vida, significaba aceptar nuevos suicidios de personas agobiadas por el trabajo y los quehaceres, o de personas débiles y abandonadas, de las que solo se habla a veces en las cenas, con enojo o con ironía, pero a las que nunca se socorre...". No sigo, ¿para qué? Chéjov y su inspector, que aquí creo claramente portavoz de sus propias ideas, tenían conciencia. También hay quien habla mucho de ella, es verdad; pero quizá no se trata exactamente de la misma cosa. Ay.

E. G-Máiquez dijo...

No tengo remedio: ni ser tan injustamente incomprendido empaña mi felicidad de fondo ni, mucho menos, me produce ningún desfallecimiento.

Anónimo dijo...

Me alegro de veras de lo que dice EGM. Es más, estoy dispuesto a creer, bajo su palabra, que si él y su familia se vieran trasladados de pronto a Etiopía o Somalia y hubiese de ver morir poco a poco a sus propios hijos sin poder hacer nada para evitarlo, y luego su mujer, y por fin él mismo ("pobre, desagradable, brutal y corta"), eso no afectaría a su "alegría de fondo, invulnerable", o a su "felicidad de fondo". Y hasta puedo admirarle por ello. Pero que diga, y piense, que si alguien en una situación como ésa no es capaz de sentirse alegre, todo lo que merece por ello es una eternidad de dolor o de tristeza, me obliga a decir no que su ceguera es atroz (y podría), sino sólo que, retrucando la frase de Cristo en la cruz que Bobin cita, "no sabe lo que dice", o lo que piensa.

E. G-Máiquez dijo...

Uff.

Jesús dijo...

Estoy absolutamente de acuerdo con anónimo, que poniendo el dedo en la llaga, en las llagas, las abre y deja que hablen. Mi desacuerdo con Saint-Cyran, con Bobin y contigo, querido Enrique, tenía de fondo todo lo que anónimo refleja con tanta exactitud: el misterio de la iniquidad va acompañado por el misterio de los que nunca han conocido la felicidad en este mundo, sobre los que sólo se ha acumulado toda la desdicha, aquellos en los que pensaba Bernanos cuando escribió lo que sigue: ”Creo que semejante miseria, una miseria que ha olvidado hasta su nombre, que ya no busca, ya no razona, sino que abandona al azar su rostro huraño, debe despertarse un día sobre el hombro de Jesucristo”, el hombro al fin de la felicidad, que enjugara por fin, y poniendo fin, las lágrimas de sus ojos y les dará con medida desmedida la felicidad infinita del cielo.
En lo de Saynt-Ciran, que hace suyo Bobin, y que tú, Enrique, haces tuyo, hay algo inquietantemente burgués, edulcoradamente cristiano, "cielismo" que no cielo.

E. G-Máiquez dijo...

A mí bien podéis llamarme burgués y aún cosas peores y más atroces, que me las merezco todas, pero creo que eso no tiene ningún sentido ni con Saint-Cyran ni con Bobin. Aunque fuese por ellos, habría que entender que se trata de una felicidad que no excluye ni la misericordia ni la compasión ni el dolor. "Sed felices" nos ordena San Pablo. Y Jesús: "Estad contentos porque vuestro nombre está escrito en el cielo".

Jesús dijo...

Yo voy a volver al punto de partida, que era éste: "Según Saint-Cyran nadie será feliz en el cielo si no lo ha sido en la tierra".

Leámoslo despacio, en alto, muy despacio, muy hacia dentro: "Según Saint-Cyran (a partir de aquí nos fijamos mucho) nadie será feliz en el cielo si no lo ha sido en la tierra".

Pues bien, declaro: no es cierto, no es evangélico, no es cristiano. Mi dictamen se refiere, y sólo se refiere, a esas palabras, que vuelvo a escribir: "Nadie será feliz en el cielo si no lo ha sido en la tierra".

Falso, falso, falso.

Y digo: "Muchos, ojalá que todos, serán felices en el cielo, hayan sido o no felices en la tierra".

E. G-Máiquez dijo...

Hay que leerla despacio, muy despacio, y también muy del derecho. No dice, como me temo que os temáis, que quien no sea feliz en la tierra no vaya a entrar en el cielo, sino que todos los que estén en el cielo, a pesar de lo que hayan sufrido, han sido felices en la tierra. Porque la vida en Cristo es alegre, incluso entre circunstancias tristes, y porque lo manda el mismo Cristo: «Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».En otro momento, Saint-Cyran, en medio de terribles persecuciones, le dice a su sobrina-nieta: "Me alegra verte tan contenta porque eso es signo de unión con Dios".

Anónimo dijo...

Yo pienso, Dios me perdone, que Enrique lee no lo que Saint-Cyran, y Bobin al citarlo, dicen, sino lo que en su opinión (admirablemente benévola) debieran querer decir, o haber dicho. Pero leída estrictamente su frase, me parece inevitable el entender que la infelicidad (de hecho, ni siquiera se habla en ella de la alegría) es una culpa, y merece castigo. Y no puedo de ninguna manera estar de acuerdo.

La mujer y los hijos maltratados de mi ejemplo, o los somalíes o etíopes de los que también hablaba, o tantos otros casos de desdicha no culpable, es muy natural que no puedan sentirse "felices" por su tremenda situación, y tristísimo que se piense que esa desdicha es y debe ser su perspectiva también en una vida futura. No es sólo que no lo entienda: es que me niego a entenderlo; es que de ninguna manera puedo sentirme ni por un momento de parte de quienes así los condenan. Yo, en la medida de mis pocas fuerzas, estoy, y aspiro a estar siempre, de su lado, de su triste lado, y no del del maltratador o de quienes los reducen a esa pobreza atroz.

Como decía, si recuerdo bien, monseñor Romero, el arzobispo salvadoreño asesinado, "si doy de comer a los pobres, me llaman santo; si pregunto por qué son pobres, me acusan de revolucionario peligroso". O esta otra, breve y punzante, que cito directamente de la wikipedia: "La justicia es igual a las serpientes. Sólo muerde a los que están descalzos". ¿Cómo voy, cómo va alguien decente, a condenar a quien está triste y se duele porque su vida y la de los suyos, sin culpa alguna por su parte, es (qué bien lo dijo Hobbes) "pobre, desagradable, brutal y corta"?

Yo, que no soy cristiano, no sólo jamás los condenaría, sino que siento y sé que es a su lado donde hay que estar, que su lado es el buen lado, el único buen lado. Y el cristianismo (o el Saint-Cyranismo, o el Bobinismo) que no lo sienta así, que crea que esa tristeza es una culpa y que merece más infelicidad en otra vida, si la hubiera, desde luego que no tiene (ni quiero que tenga en absoluto) nada que ver conmigo. Ni con el mismo Cristo, por cierto; al menos, tal como yo lo entiendo.

E. G-Máiquez dijo...

Gracias por esa benevolencia que usted me reconoce. Creo que la cuestión tiene raíces teológicas aún más complicadas. Para Saint-Cyran, entrar en el Paraíso requiere la fe, la unión con Cristo, la vida de gracia, la oración profunda, un alma sacramental; y considera que, a pesar de las desgracias y penas de cualquier vida, quien tiene eso, tiene una felicidad profunda ya en la tierra. Julián Marías decía que la realidad era siempre infinitamente valiosa, porque Dios era real e inclinaba cualquier balanza. Desde luego, sin fe, no se puede entender esto y entiendo vuestros reparos. Ya lo dijo san Pablo: escándalo para los judíos y necedad para los griegos.

Un abrazo, E.