viernes, 19 de abril de 2019

Hacer un Adán


Decidimos no ir a los oficios en los Jesuitas, donde va el todo el Puerto, e ir al convento de las capuchinas. Amparados en la circunstancia y en el carisma de la orden (Ángel dixit), me eché una chaqueta por encima y ya, sin corbata ni nada. Fueron unos oficios emocionantes, muy íntimos.

A la salida estaban unos  íntimos, precisamente, que viven en Madrid. Qué alegría saludarlos. Ambos hermanos muy bien puestos. Como son amigos y dos y tres años mayores que yo en el cole, se metieron directamente con mi ropa, sin miramientos: «Te estás volviendo un rojo». Me puse rojo de vergüenza. Y les expliqué que como eran unos oficios casi clandestinos... Me dijeron, rápidos y certeros, que por quién me arreglaba yo, eh, si por Jesús o por la alta sociedad. Tan acorralado me sentí que incurrí no en el primero de los pecados, pero sí en el segundo: hice un Adán. Señalé a mi mujer, que es su pariente, además, y dije: «Ella me dijo que no me arreglase».

Nada más perpetrar esa frase, cruzó por mi mente el ángel con la espada flamígera. Había cometido la falta menos caballerosa de la Historia Universal. Me volví rojo como un tomate. Menos mal que la confesión y la expresión «acabo de marcarme un Adán» les hizo gracia a todos. 

Hoy he ido impecable.


3 comentarios:

Juan Ignacio dijo...

Pues a ellos diles que se fijen en como van ellos por dentro y no tu por fuera, jaja

José Miguel dijo...

Paz.
Vi la puerta entreabierta y pasé. Con su permiso volveré a visitarle de vez en cuando. Sea pues.
Dominus vobiscum.

josemaria dijo...

Impecable es este artículo, don Enrique. Le saluda un valenciano. Feliz Domingo de Resurrección.