miércoles, 3 de julio de 2019

El ronquido salvífico



Hablo mucho de mi mujer, pero si la conociesen lo entenderían. Siempre que salía el tema de lo que roncaban los maridos y todas las amigas protestaban, ella ponía cara de póker, sonrisa angelical y silencio profundo. Estuve diecinueve años de matrimonio creyendo que yo no roncaba. Hasta que en un retiro espiritual me tocó compartir dormitorio con un inglés, y a ella (tan anglófila) le dio un acceso de pundonor conyugal y patriótico: «¿Y no lo disturbarás con tus ronquidos?».

Eso fue hace tiempo y ya había vuelto a olvidar mis ronquidos, pero anoche me desperté de madrugada y bajé a dormir al fresco del porche. Mi mujer abrió un ojo, vio nuestra cama vacía y como me había dejado trabajando en el ordenador y muy nervioso con lo de Hacienda, pensó tiernamente: «A ver me lo encuentro frito de un infarto frente a la pantalla». Fue a bajar a ver, pero desde la escalera oyó mis ronquidos, y qué inmensa alegría, me contaba.

Era el ronquido salvífico.



1 comentario:

Adaldrida dijo...

Tu blog salva, Enrique.