domingo, 21 de julio de 2019

Vaccacciones en Bracciano


21 de julio


Con un pie en el estribo (del avión a Italia), a Carmen se le ha caído una muela. Tenemos grandes dudas si el Topolino Pedrotti trabajará en Italia o si nuestro Ratón Pérez tendrá abierta una delegación en el lago de Bracciano. El viaje empieza con un suspense casi insoportable.

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El vuelo trae tres horas de retraso, como si fuese arrastrándose en vez de volar. Hemos buscado qué puede haber pasado en Fiumiccino y nos sale una alerta por ébola. ¿Quién ha dicho que en el siglo XXI viajar ha perdido todo su exotismo y su aventura?

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En el control de seguridad, me echan aparte. La señora me dice: “Lleva usted unas tijeras tremendas, que sobrepasan todos los estándares incluso para la vida terrestre. Me extraño muchísimo, lo que me da aún más pinta de sospechoso. Mete la mano en mi mochila y cuando yo estoy convencido de que va a sacar los aforismos de Ramón Gaya saca unas tijeras que parecen la Tizona y la Durandal hermanas. No me lo explico. Hasta que me lo explico y se lo explico. Una amiga tenía exceso de peso en su maleta y metió algunas cosas a mi maleta. Por lo visto es muy aficionada a la costura. O a la esgrima. O a las ordalías.

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Es muy duro ser profeta. El 24 de marzo había dicho esto, aunque yo lo había olvidado:


Sin embargo, hoy, cuando en efecto, después de un retraso de tres horas del vuelo hemos tenido que dormir (o intentarlo) en el aeropuerto, todos han recordado mi pofecía y, en vez de admirarme por ella, han decidido que yo he sido el gafe.

22 de julio

En mitad de la madrugada nos han despertado los gritos furiosos de una señora en un ataque muy raro de nervios, lanzándose al suelo y dando patadas al aire e increpando a los que cruzaban. Como mis niños dormían derrengados a mi lado, en un sofá del aeropuerto, me ha entrado el instinto protector, y me he desvelado. ¡Con lo bien que había cogido la postura (de la alcayata sólo cinco minutos antes!

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Cuando una enorme furgoneta llena de alemanes le pegó un tremendo tortazo al espejo retrovisor del coche que acaba de alquilar, supe que la mala suerte había cambiado de signo de golpe y porrazo. Porque aquello había sido para reventar el mini lancia que me habían dado (con grandes avisos, por cierto, sobre mi responsabilidad en caso de accidentes). Y no pasó nada. La conductora se bajó muy preocupada y no daba crédito al hecho de que mi coche no tuviese ni un rasguño. Como no sabía lo que habíamos pasado ni tampoco hablaba español no entendió por qué le decía alborozado, casi extravíado: “Ya era hora de que esto cambiase, ya era hora”.

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Ha durado 24 horas el ensalmo. Al principio, todos estaban muy impresionados por mi aprovechamiento del tiempo (oh, la escritura del artículo, del blogg y de mi reseña dantesca para Nueva Revista) además de mi concentración lectora. La única que ponía cara de escéptica es Leonor, que no en vano hoy es nuestro 22 aniversario de boda. Hoy, sin embargo, mientras han ido a la compra, yo me he despistado, ay. Y ya he aprovechado y me he quedado leyendo al coro de las chicharras, que son la hinchada del sol. Cuando han llegado con muchísimas bolsas y calor, me han sentenciado: “Ya sabemos por qué te da tiempo a escribir tanto, eh”. Leonor, por lo bajo, se ha sonreído.

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2 comentarios:

Juan Ignacio dijo...

Vaya, decidme si ese asterisco y la nada después fue planeado, es inquietante!

Anónimo dijo...

Ah, no, ya entendí, era una entrada en cuotas...