Al final no me daba tiempo a escribir sobre la marcha las impresiones del viaje y ahora tendrán que venir aquí según vayan viniendo, desordenadas, tal y como han terminado en mi memoria. Primero, la que menos me gustaría que se perdiese.
Los antecedentes son varios. Colecciono monedas de dos euros de Dante. Eso es de antiguo. Mis hijos han heredado la compulsión del coleccionista y andaban como locos con tanta abundancia de monedas como había en Italia, cuerno de la abundancia.
Además de coleccionistas, son muy dantescos, y cada Dante que veían me lo señalaban inmediatamente, como el de la Catedral de Orvieto:
El último antecedente: la zona azul, donde nos hemos dejado una fortuna estos días.
Ahora el hecho. En Caprarola, que es un pueblo en abrupta cuesta como su propio nombre indica, tenía que pagar para la dichosa zona azul. Bajaba la pendiente vertiginosa cuando informé a los niños, que habían quedado atrás: «Sólo tengo para pagar monedas de Dante».
Ellos, desde arriba, casi desde la explanada del Palacio Farnese se dejaron caer corriendo sin control, agitando las manos, conteniendo las lágrimas y gritando con angustia: «Las de Dante, no, papá, las de Dante, no». Los caprarolenses no entenderían nada, pero les conmovió tanta emoción dantesca en unos extraños y, en cualquier caso, les llamó la atención el dramatismo y el suspense de la carrera cuesta abajo, que pudo terminar en tragedia.
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