No todo es misantropía. Confieso que, a veces, me resisto a quedar con amigos porque no me leen. No es rencor, sino fría lógica. ¿Qué interés pueden tener en verme -descartada, claro está, la estética- si lo más sopesado mío es lo que escribo y pasan? ¿No será, entonces, que quieren que les escuche, verdad? Marcial, mi hermano, mi semejante, se lo dijo a las claras y para siempre a su amigo Galo: «En mi lugar, te dará los buenos días mi libro» (Epigramas I, 108). No creo que fuese irónico, sino honesto, con el corazón en la mano.
Esto siempre tuvo un efecto colateral. Que con aquellos que no son mis amigos, pero son mis lectores, me encanta verme, para desconcierto de Leonor, que sufre mis retraimientos habituales. Al menos, ellos han mostrado un interés previo. Y ahora hay un nuevo efecto colateral amable e inesperado. Como, durante agosto, no estoy escribiendo artículos, ha mejorado mucho mi vida social. He perdido ese rechazo marcial a echar la tarde con unos y con otros, oyéndoles.
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