sábado, 12 de agosto de 2006

El mar. La mar. El mar. ¡Solo la mar!

Tal vez la poesía de Rafael Alberti haya muerto de éxito, al menos la neopopular. Un síntoma es que fue pasto de parodias que muchos recuerdan por encima de los versos parodiados. Parte de culpa tuvo, me temo, el propio interesado, que cultivó hasta la desecación su imagen de poeta del mar.

Sin embargo, lo excelente de su obra (que abunda) merece una resurrección. Marinero en tierra, por el buen rato —como una brisa— que regala, muy a propósito para el veraneo. A quien se haya quedado sólo con las parodias le sorprenderá aquel joven que en los felices veinte (suyos y de Europa) escribía unas canciones siempre llenas de encanto y, a veces, incluso, de un monarquismo sentimental o de una religiosidad popular. El “Triduo de alba” es la única poesía moderna, hasta donde yo sé, que ha sido oficialmente ascendida a oración. Recitar sus tres sonetos tiene indulgencia parcial, como explicábamos aquí.

Los lectores de poesía (que haberlos, haylos) objetarán que el mar es tratado con más profundidad en el insondable Diario de un poeta recién casado de Juan Ramón Jiménez. Y así es, pero Marinero en tierra resulta imprescindible por la sal de sus versos: “¡Dejadme ser, salineros,/ granito del salinar!”.

El acierto esencial de este libro es expresar la nostalgia por su infancia a la orilla del mar con una pureza infantil. Sus poemas son, con las sombras justas, una elegía luminosa. La mejor manera de leerlos es en voz alta y, si puede ser, a un niño o a varios. Lo primero, porque destaca la musicalidad de estas canciones. Y lo segundo, porque los niños nos ayudan a compartir su atractivo inexplicable.

Que guste a los niños no quiere decir que sea literatura de menos calidad artística, sino más bien lo contrario. Marinero en tierra entronca con la gran tradición española: por una parte, el romancero, Gil Vicente, Lope de Vega y los cancioneros; por otra, Garcilaso y el Renacimiento. Y todo, con los aires tan modernos de 1924. Por ejemplo, para acabar con un verso refrescante, fíjense cómo éste, casi una greguería, describe el hielo: “cuerpo de roca y alma de vidriera”.
[La Gaceta de los Negocios]

4 comentarios:

Corina Dávalos dijo...

Acudiré a Albeti y a Juan Ramón, entre otras cosas porque me ha llamado mucho la atención eso de leérselo a los niños... si Alberti es capaz de captar la atención de una niño con sus poemas, debe ser -sin duda- algo digno de ser leído.

Breo Tosar dijo...

Recitar poesía a los niños es algo que les encanta si sabes crear el clima adecuado en el aula, si en unos momentos te conviertes en un severo rapsoda o en un divertido trovador. Mis pequeños alumnos conocen mi pasión por la poesía, pasión que intento trasmitirles desde sus cortas edades.
También he sido profesor de secundaria y quizá con menos fortuna he comprobado que los pequeños atienden antes a la poesía porque, como poetas, les asombra el mundo.

Juan Ignacio dijo...

Como siempre, anoto lecturas nuevas en lista de espera.

Hablando del mar, me acordé de algo completamente de diverso origen, ¡pero es que tu título juega con esas palabras!

(...) Decía siempre "la mar". Así es como le dicen en español cuando la quieren. A veces los que la quieren hablan mal de ella, pero lo hacen siempre como si fuera una mujer. Algunos de los pescadores más jóvenes, los que usaban boyas y flotadores para sus sedales y tenían botes de motor comprados cuando los hígados de tiburón se otizaban altos, empleaban el artículo masculino, le llamaban el mar. Hablaban del mar como un contendiente o un lugar, o aun un enemigo. Pero el viejo lo concebía siempre como perteneciente al género femenino y como algo que concedía o negaba grandes favores, y si hacía cosas perversas y terribles era porque no podía remediarlo. La luna, pensaba, le afectaba lo mismo que a una mujer.

Que es de "El viejo y el mar", y dista mucho de la poesía que tu citas, pero no pude evitar compartirlo.

Anónimo dijo...

¡Qué bien que nos traigas el mar, Enrique!
La escritora canaria Josefina de la Torre, que también formó parte del 27 (aunque entre los llamados poetas menores) nos acerca a menudo a las orillas isleñas:

"La noche trajo a la luna
sobre la playa y el mar,
y las rocas se adornaron
con su brillo, humedecidas."