miércoles, 23 de agosto de 2006

Elogio de las tentaciones

Todavía no puedo evitar el respingo cada vez que una señorita me susurra: “He pecado”. Y ya debería yo saber, a estas alturas, que no viene a confesarse sino de que se ha saltado su régimen de adelgazar y se ha metido entre pechos y espalda una buena ración de papas con chocos o de churros. En ese momento, me falta poco para explicarle con contundencia qué es un pecado, al menos para mí, y qué es una chorrada o churrada.

Pero me callo. Como toma mi silencio por un profundo pésame, sigue contándome otras iniquidades: fumar a escondidas o saltarse la sesión de gimnasio. Yo entonces vislumbro una teoría: el culto al cuerpo va rodeándose —no podía ser menos— de todos los ingredientes de una religión, incluyendo mandamientos, infracciones y penitencias, tales como el ayuno y la mortificación. “Mañana no comeré postre y me someteré a una triple sesión de abdominales”, por ejemplo. Tanta liberación para acabar en lo mismo, ay, pero con menos fundamento.

Evitemos la teología, que puede ser otro pecado en estos tiempos, y concentrémonos en la psicología, más política y correcta. Parece demostrarse que para disfrutar de la vida son muy convenientes las tentaciones, esto es, el brillo embaucador de lo prohibido, la tensión de la lucha, el vértigo del abismo y, para acabar, la esforzada victoria final. Si no queremos creer en las acechanzas de siempre, hay que buscarse otras nuevas, aunque sean dietéticas. Lo sabía muy bien, hablando de victorias, Victoria de Accoramboni, Duquesa de Bracciano, que profirió la sabrosa frase recogida por Stendhal: “Qué lástima que tomar helados no sea pecado”.

Los publicistas, que son unos linces, se han dado cuenta de la mecánica y nos ofrecen anuncios inspirados directamente en las tentaciones de San Antonio. Cuando quieren que consumamos como moscas presentan el producto (helado, novela o coche deportivo) de la forma más pecaminosa posible. Lo malo es que una vez que se ha caído en la compra, el placer se evanece y quedamos con el regusto amargo del chasco en una mano y la factura en la otra. Lo mismo ocurría (y ocurre) en la moral tradicional. El sagaz refranero avisaba que “en el pecado, está la penitencia”. Lo bueno estaba antes, en la tentación.

Por tanto, para ser exquisitos, conviene no tropezar. Ulises nos dio una lección cuando disfrutó del canto de las sirenas sin tirarse al mar, amarradito al mástil. Y Jesús experimentó las tentaciones en el desierto, pero sin tocarlas. Luego, en el Padrenuestro, como Él es bueno y no quiere quitarnos nada, ni la picante sensación de estar vivos ni la emoción del peligro moral, no pide —fíjense— que no tengamos tentaciones, sino que no caigamos en ellas. Un aviso: no hace falta buscarlas, que eso ya es enredarse. Vienen solas. La gracia está en que también se vayan solas. Agradable es verlas pasar.
[Grupo Joly]

11 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Tentaciones de san Antonio? La publicidad, que llama "tentación" a cualquier helado o yogur que a lo mejor es una porquería, nos ha cambiado el significado de la palabra. En su origen una tentación es una prueba, que no tiene por qué ser una experiencia agradable. Recuerdo que de niño me produjo estupefacción ver un cuadro del siglo XVI o XVII, cuyo autor no recuerdo, sobre las tentaciones de san Antonio. En el cuadro aparecían unos demonios dándole una paliza al santo; uno de ellos le pegaba un buen tirón de pelos. ¡Pues vaya tentaciones!, me dije. La falsa identidad entre tentación y placer hacía parecer absurdo aquel cuadro tan certero, porque es mucho más "tentador", en su sentido original, una paliza que un yogur.

E. G-Máiquez dijo...

Quizá es que tengo que madurar (espero), pero lo cierto es que yo estoy más cerca del niño estupefacto que usted fue, hjalbero, y no me explico ese cuadro de las tentaciones de San Antonio... A no ser que el pintor sí que hubiese caído en ellas alguna vez y hablase a toro pasado (por encima suya), sabiendo lo que son después, en realidad, las tentaciones. Como usted bien dice, la identidad entre tentación y placer es falsa; pero sin ese engaño no son tentaciones.

Corina Dávalos dijo...

Gran artículo, enrique, he disfrutado y caído en esta tentación, leyendo tu blog a primera hora de la mañana, antes de merecer el descanso. Me parece muy interesante esto que dices acerca de la identificación entre placer y pecado. Quizá el cuadro que menciona hjalbero sea una manera simbólica de representar el fragor de la lucha por no caer, que en ocasiones puede ser así de cruenta (la agonía de Getsemaní, por ejemplo.) No estoy muy segura de que sea agradable ser tentado porque existe la posibilidad de ser derrotado. Eso sí, la alegría del vencedor es un placer humildemente sublime.

Anónimo dijo...

He encontrado el cuadro de marras. Lo pintó el macabro Grunewald... tenía que haberlo sospechado. Se puede ver en: http://www.abcgallery.com/G/grunewald/grunewald23.html
Me he explicado mal antes. No quería decir que las tentaciones tengan luego malas consecuencias. Lo que quería era señalar la diferencia entre el significado corriente (y publicitario) de tentación y el significado "técnico" de la moral cristiana, donde tentación es casi sinónimo de obstáculo. No nos dejes caer en la tentación, no significa "no nos permitas sucumbir al atractivo del placer" sino "no permitas que fracasemos a la hora de la verdad". Lo que le sucedió a Lord Jim cuando creyó que su barco naufragaba es un buen ejemplo de caer en la tentación.

Anónimo dijo...

impresionante el cuadro. Ya se ve que lo que ha tentado siempre a los alemanes es el expresionismo. En el Museo del Prado las Tentaciones son mucho más.... tentadoras

Jesús Beades dijo...

"Eso sí, la alegría del vencedor es un placer humildemente sublime." Esta senda, amiga Anacó,es deslizante y peligrosa. El Vencedor es Uno (que es Tres) . El santo no piensa en su victoria (que sabe que no es suya, aunque su libertad la haya elegido), es más, no piensa en sí mismo si no es estrictamente necesario.
Más que placer lo llamaría alivio.

Juan Ignacio dijo...

Buenísima entrada, genial.

(Se vislumbra una "nueva religión" que tiene además las mismas deformaciones que otras. Quizás haya un falso precepto de esta nueva religión que dice: "todo lo rico hace mal y lo sano no es tan rico". Es quizás una frase un poco "ciega" -como somos nosotros ante las tentaciones tantas veces-, porque si se mira bien, uno se da cuenta de que comiendo en gran cantidad, lo rico ya deja de ser rico).

E. G-Máiquez dijo...

Mira, Beades, yo pienso alegrarme --incluso sin la humildad de AnaCó--, si logro alguna vez alguna victoria sobre alguna tentación; al menos como el niño (o el aficionado talludito) que cuando vence su equipo de fútbol grita entusiasmado desde el sillón televisivo: "¡Hemos ganado!"

Corina Dávalos dijo...

Todos , también el santo, aunque no piense en sí mismo piensa desde sí mismo, y como soldado lo que mejor conoce es su existencia, su particular campo de batalla. Y aunque tenga bien claro que las batallas las gana el ejército al completo, con su capitán por delante, no ignora los golpes que ha parado, los que ha recibido y los que ha evitado. Esa alegría después del combate -llámale si quieres alivio- es un placer humilde porque no es sólo suyo y sublime...por lo mismo. Alegría y de la buena.
Muy sabia apostilla, Mora-Fandos

Jesús Beades dijo...

La vida no es sólo combate. Es más: lo que tiene de combate es lo más perecedero. Lo importante está más allá, y hay mejores cosas de que alegrarse.

Adaldrida dijo...

Uauuu!!! Entrada genial. Beades, como siempre, habla. Yo creo que esta vida es combate y fiesta, y nostalgia y fiesta. Y que el que se alegra de "su" victoria es como el niño que se alegra de no haber roto hoy el jarrón... sin darse cuenta de que su madre lo ha protegido com una mampara de antemano. Aún así, se alegra, y es bueno.