domingo, 11 de febrero de 2007

"Difícil no tener nada que esconder",

me decía en un comentario un recién llegado visitante. Y yo me defendía recordando que la práctica periódica de la confesión sacramental y de la literatura confesional me tienen muy hecho a la transparencia. Hay en ello un lejano perfume de Las flores del mal y una soñada emulación de San Pablo [2 Cor 12, 5]: "pro me nihil gloriabor, nisi in infirmitátibus meis". Y sin embargo...

Y sin embargo el respetable [en este caso el respetable Piru] siempre tiene razón, y algo me guardaba detrás de la espalda. Así que, después de darle su razón, voy a tratar de hacer verdadera mi entrada, aunque sea retrospectivamente, y mostraré lo que ocultaba.

No iba a contaros que me he pasado diez días leyendo entusiasmado la novela El Padre Elías de Michel D. O'Brien. Uno tiene el snobismo de la gran literatura y no pensaba reconocer que estaba absorto en un best-seller. Un best-seller muy especial, encima, porque hay que haber tenido cierto trato con estigmatizados, devoción al Lignum crucis y creer que el Apocalipsis es literatura revelada para meterte sin reparos en la historia. Como la he leído en inglés, no sé hasta qué punto su prosa es buena, pero resulta eficaz y ágil. Sus referentes recuerdan al grupo Númenor, esto es, Tolkien por un tubo, y Chesterton, Newman y algo de C. S. Lewis. Al fin, también de los libros se podría decir que por sus frutos los conoceremos: yo he salido de la novela más grave y más piadoso, lo que tampoco -todo hay que decirlo- era muy difícil.

1 comentario:

Anónimo dijo...

A lo que recuerda es a Benson y "El Señor del mundo", en versión actualizada. Yo también disfruté.