miércoles, 25 de julio de 2007

Santiago y cierra, España

Seamos realistas: Santiago, como patrón de aquí, lo lleva crudo. Corren vientos laicistas que despeinan al más pintado, y él, pintado normalmente en lo alto del caballo blanco, bien a la vista, está más expuesto que nadie al vendaval: véase esa su melena galopante en tantas representaciones. Zapatero me da a mí que no le reza con fervor. Luego, están aquellas cabecitas a los pies de su caballo que son —prepárense, sí, pónganse en lo peor— señores musulmanes. Encima él es judío. A Moratinos le amosca, y apuesto a que a María Teresa Fernández de la Vega le parece un santo insultantemente viril.

Como si con eso no bastase, va y se emplea de patrón de España, un país que a los ojos melancólicos de sus hijos más sensibles es apenas un nombre (Cernuda), una patria terminal (Juaristi) o un mapa de colores (Trapiello) con un futuro incierto (González-Iglesias). Aun así, patria terminal y todo, a nuestro amplio surtido de nacionalistas, de cínicos y de amiguitos de los pactos, Santiago se les aparece como protagonista de sus peores pesadillas.

Él podría tratar de ser más centrista y adaptarse a los tiempos. Cintura, contra lo que se piensa, tiene de sobra. Para empezar se llama, a la vez, Jacobo, Jaime, Yago y Diego, que ahí es nada. Y ha sabido ser pescador, apóstol, mártir, primer devoto de la Virgen del Pilar, santo con espada y pacífico peregrino de su propio Camino con pardo sayal, manto, bastón y vieira o venera al cuello. O sea, que si quisiera, podría transferirse, como las competencias de Sanidad, a cualquier comunidad autónoma y buscarse un chollo como icono de los suevos, por ejemplo. También podría ganar una pasta disertando a favor de la Alianza de Civilizaciones: “Me caí del caballo”, comenzaría sus conferencias.

Pero me da que no. No se llama uno impunemente “hijo del trueno”. A quien le cortan la cabeza del cuerpo mortal no se pone después, ya de cuerpo glorioso, a inclinarla. Un poeta lo llamó “apóstol canicular, entre dos meses ardientes” y los poetas no hablan por hablar: avisan. Seguro que Santiago, con el humor casi absoluto que otorga la santidad, se reirá pensando en un sentido nuevo del fiero “¡Santiago y cierra, España!”: si vamos a terminar con esta nación antigua, él se quedará el último para apagar la luz y cerrar bien de un portazo.

El último pero no solo, que todavía quedan nietos del trueno. Sin ir más lejos, si Santiago volviera, yo sería su escudero, que buen caballero era. Me consta que no es el mejor comienzo para llegar a ministro de Cultura, pero a mí plim. Como escritor de éxito, igual que Santiago como patrón de España, seamos realistas, yo lo llevo crudo.

[Joly]

29 comentarios:

Anónimo dijo...

Sobre el catolicismo

Por GUSTAVO MARTÍN GARZO


EL PAÍS - Opinión - 24-07-2007

“Sólo la gente buena”, escribió Mary McCarthy en Memorias de una joven católica, “puede permitirse el lujo de ser religiosa. Para la demás gente es una tentación demasiado fuerte, una tentación a los pecados mortales del orgullo, la ira y la pereza”. No hay más que ver la actitud de una buena parte de los católicos de nuestro país para concederle la razón a la gran escritora norteamericana. Claman ruidosamente contra esa aspiración irrenunciable en un Estado moderno de separar religión y sociedad civil, forman rebaños airados que toman ruidosamente las calles, se empeñan en decirnos cómo debemos vivir y educar a nuestros hijos. Es el problema de los que tienen una fe, que tienden a expresarse con la violencia e impunidad de los que se creen portadores de la verdad. Al escucharlos, no puedo dejar de imaginarme lo distinto que habría podido ser este país si hubiera optado por el ateísmo y el agnosticismo. Un país de plácidos y comprensivos ateos, ¿puede haber un sueño mejor para la convivencia?

Y es que pocas cosas han tenido una influencia más nefasta sobre nuestra historia que este catolicismo militante. Muchas veces me he preguntado qué podía haber en el pensamiento de aquellos religiosos a cuyos colegios todos los de mi generación acudimos durante años. Recuerdo la perversidad de sus sermones, el silencio amenazante de sus iglesias y nuestra angustia al escucharles. Unos adultos aterrorizando a unos niños, ¿nos hemos parado lo suficiente a considerar todo esto? El país en que vivíamos no era distinto a esos colegios oscuros. ¿Acaso los obispos actuales lo han olvidado? No, no lo han podido olvidar, y la pregunta es por qué entonces no se han vuelto más prudentes. ¿Tal vez porque en el fondo de sí mismos siguen añorando esos tiempos y el poder que tenían en ellos? Pero nosotros no podemos añorar tiempos así y por nada del mundo quisiéramos regresar a ellos.

Queridos obispos, os recordamos rigiendo la vida entera de este país. Diciéndonos cómo debíamos comportarnos, las películas y libros que podíamos ver y leer, hasta dónde podían llegar nuestras caricias. Recordamos vuestras lúgubres Semanas Santas, vuestros colegios clasistas, vuestra feroz persecución del deseo, vuestras terribles amenazas, vuestra malsana obsesión por los asuntos de alcoba. Os recordamos introduciendo a Franco bajo palio en las catedrales y, sin embargo, hemos guardado un respetuoso silencio para no disgustaros. Pero eso lejos de bastaros os ha servido para envaneceros y volver a clamar contra todo aquello que no se pliegue a vuestros preceptos. Creo que va siendo hora de que os calléis. Hora, por ejemplo, de poner fin a los insensatos privilegios económicos que seguís reclamando, y de volver a la idea de una educación laica, ajena a cualquier creencia religiosa. Se habla de los derechos de los padres a decidir la educación de sus hijos, pero por encima de estos derechos están los de los propios niños, sobre todo, el derecho a ser educados en los valores universales de la razón y la tolerancia.

Y sin embargo, yo, que no soy creyente, estoy agradecido al catolicismo, porque escuché sus historias de labios de mi madre. Claro que mi madre nunca nos imponía nada y se limitaba a transmitirnos su fe a través del amor, que no busca atemorizar sino la complicidad y el consentimiento. Sí, eso era el catolicismo para ella: una religión de la vida y de la belleza. Pues si un dios había sido capaz de morir por nosotros ¿cómo era posible que nuestra vida pudiera no tener sentido? Ese catolicismo dio a mi infancia exaltados momentos de altruismo, ritos raros y carentes de utilidad práctica, el sentido del misterio y la maravilla. Me enseñó a respetar a la mujer, a amar a los animales, a permanecer vigilante ante el mal y a creer, mientras fui niño, en la resurrección de la carne, que puede que sea una de las historias más disparatadas y hermosas que el hombre haya concebido jamás.

Pero ¿qué tiene que ver todo esto con las consignas de las autoridades eclesiásticas? Nada. Siempre he pensado que estas autoridades, y su corte de vociferantes ejércitos de moralidad, son como esos maestros sin vocación que teniendo hermosos cuentos no los saben contar a los niños. O no se molestan en hacerlo, tal vez porque son los primeros en no creer en ellos. Sin embargo, son cuentos traspasados de romanticismo que hablan de cosas tan esenciales como la responsabilidad individual, la igualdad entre los hombres y la posibilidad del milagro. Que critican el poder y el afán de riqueza, que nos dicen que los niños son sagrados y que el encuentro entre un hombre y una mujer puede ser lo que fue en el edén. Pero también, como todos los verdaderos cuentos, que reclaman el silencio para cumplirse. Es eso lo que percibimos al entrar en los bellos templos católicos, que allí se entra no para vociferar o hacer proclamas sino para estar en silencio. No hay más que contemplar las imágenes que nos reciben. Ángeles aturdidos, santas que se derriten de amor, obispos absortos en la lectura de misteriosos libros, cuerpos que, aun llenos de heridas, gimen de gozo, madres que lloran. Todos guardan silencio, ninguno sabe decir lo que quiere o lo que le pasa. La Biblia está llena de historias así. La historia de la burra de Balaán, que vio un ángel, la de Agar y su pequeño Ismael, la del discreto Noé, preparando su arca, la del obstinado Job, la de Raquel y sus ovejas, y por encima de todas la de la silenciosa María. Una muchacha que en un pueblo perdido recibe la visita de un ser alado que le anuncia que será la madre de un rey. ¿No es el comienzo de un cuento de hadas? Gran parte de la religión católica se centra en este ser adorable, que representa el misterio de la bondad, y cuya contemplación ha dado lugar a alguno de los más hermosos cuadros que se han pintado nunca.

Pero ni siquiera a ella la dejan tranquila. ¿Podemos imaginarnos a Hamlet regentando un negocio de pompas fúnebres, al capitán Achab con un puesto de pescados congelados, o a la Celestina dando cursos para reforzar la autoestima? Pues es lo que hacen esos supuestos devotos de María, llenan su boca de palabras que nunca pudo pronunciar, transformándola en poco más que en una antecesora de Rappel. No les basta que se aparezca a unos pobres pastores, sino que quieren que les hable de la conversión de Rusia, que profetice el atentado de Juan Pablo II o nos advierta de los peligrosos abismos a que nos encaminamos. Pero María es pura y hermosa y ficción, ¿por qué habría de venir al mundo para ocuparse de lo real? El camino debe ser el inverso: es lo real lo que debe mirarse en el espejo de lo verdadero. De haber entregado algo a aquellos pastores de Fátima habría sido esa página en blanco a que se refirió Isak Dinesen, pues la verdad necesita el silencio, un mundo de encinas, niños pobres y animales somnolientos para manifestarse. No los palacios arzobispales. No sus procesiones, sus cónclaves, su obsesión en decirnos lo que tenemos que hacer y pensar.

Sí, es cierto lo que dice Mary McCarthy, la religión sólo debería estar permitida a las gentes apacibles y bondadosas, a esas gentes que no desean imponer sus ideas a los demás y se limitan a detenerse ante las imágenes de su devoción buscando sólo belleza y consuelo. Pero una religión así ¿por qué habría de estar en contra del matrimonio de los homosexuales, del uso de los preservativos, de que las parejas se separen cuando huye de ellas el caprichoso amor, o del encuentro libre y gozoso de los cuerpos? No entiendo la obsesión de todos estos guardianes de la moralidad por el sexo, como no entiendo su complacencia con los poderosos. Deberían hacer como Francesco de Asís: construir iglesias diminutas, hablar con los pájaros y los lobos, bailar bajo la lluvia, llamar hermanos al dolor y a la muerte. Sólo así estarían a la altura de las historias que dicen guardar. Por ejemplo, de la historia del encuentro entre santa Clara y Francesco. Santa Clara era una muchacha noble que llevada por la devoción al santo de Asís lo abandonó todo, incluso se cortó su melena dorada, para seguirle. Y muy pronto otras muchachas se unieron a ella y formaron una comunidad atenta a las enseñanzas del pequeño santo. Y cuentan que santa Clara sólo vivía para imitarle y añorar su compañía, pero que, Francesco, siempre tan ocupado, apenas la iba a visitar. Y que una de las veces que lo hizo quedaron en una casa situada en una colina. Nadie supo qué hicieron ni de lo que hablaron esa noche, pero todos los que andaban por los alrededores vieron un resplandor y, al acercarse, supieron que lo que ardía era la casa en que Francesco y santa Clara estaban juntos.

Eso debería ser la religión, un mundo de delicadezas, desatinos y misterios. Contemplar esa casa incendiada en la noche, hacernos creer que también a nosotros puede estarnos destinado un lugar así en este mundo. Lo demás es silencio.

E. G-Máiquez dijo...

Curioso Garzo: protesta de los cristianos que se empeñan en decirnos cómo debemos vivir y él dedica su artículo a decirnos cómo debemos vivir los cristianos y qué podemos creer y qué no.

Adaldrida dijo...

Prefiero tu artículo, que tiene buen humor. Los católicos precisamente somos los que queremos la separación de una vez de iglesia y estado, no que desde el estado nos impongan clases de religión laica y que los ateos sean los que más comenten lo que dice el papa... cada uno a lo suyo y Dios en lo de todos, ay no...

Anónimo dijo...

A mí lo que más me llama la atención del artículo del Sr. Garzo es que pide una religión que no hable, que no se viva y que se quede relegada al terreno de los cuentos de hadas para que no moleste a esos (y éste sí que es un cuento de hadas)"placidos y comprensivos ateos".
O sea, que sólo se viva y se hable si se piense como él...
Bravo, señor, M. Garzo, ya lo hemos entendido.

Enrique Baltanás dijo...

"forman rebaños airados que toman ruidosamente las calles"
¿Se refiere a las manifestaciones contra la guerra de Irak? ¿a los asaltos a las sedes del pp?
"se empeñan en decirnos cómo debemos vivir y educar a nuestros hijos"
¿no es eso en lo que se empeña la nueva FEN, o sea, la EPC?
"aquellos religiosos a cuyos colegios todos los de mi generación acudimos durante años"
Esto de los colegios de curas merece comentario aparte, otro día, porque es todo un género literario.
¿Tenían razón, al menos en parte, Azaña, Pérez de Ayala, M. Garzo?
Tu artículo, estupendo.

Ángel Ruiz dijo...

Martín Garzo me cae bien porque estuvo en una conferencia que di sobre la diosa Cibeles, pero no me parece bien que un anónimo coloque el artículo para quitarle protagonismo a tu artículo, que es genial.
Qué gran ministro de cultura serías.

Dal dijo...

¡Qué hospitalario eres! Por mi parte, a las diatribas de la segunda mitad del Siglo XX (o primera del XXI) les diría lo que d'Ors, que no merecen ni el honor de la hoguera.

Tu artículo, espléndido.

Y me tienes en ascuas con el poema de Pedro Sevilla.

Pericoteo dijo...

Occidente y la estrella, la católica España aunque a muchos le duela. Yo me he sentido Europa, y Cristiandad, y Grecia y Roma, y España al entrar en aquella catedral y escuchar a gentes de todas las tierras entonar:
Firme y segura
como aquella columna
que te entregó
la Madre de Jesús,
será en España
la Santa Fé Cristiana
que nos legaste tú.
¿ Y esa cruz sobre las negras capas, como en Velazquez, no es España?

Juan Manuel Macías dijo...

Enhorabuena por el artículo. Parece que el apostol era políticamente incorrecto y eso despierta todas mis simpatías. Hubiera aplaudido en D. Anónimo más capacidad de síntesis, pues creo que el artículo íntegro no está liberado (todavía) en la web de "El País". No sé, un par de frases hubieran resumido perfectamente las opiniones de Martín Garzo.

Jesús Sanz Rioja dijo...

Algunos poetas han dicho cosas más agradables sobre España, como J. García Nieto en "España Dulcinea" ("Geografía es amor")

(Baltanás, por favor: la FEN nunca quiso cambiar la antropología ni la moral)

Lucía dijo...

Me ha encantado tu artículo ¡muy bueno!
Y respecto al Sr.G.M.G.¡menos mal!que dice estar muy agradecido al catolicismo porque si no lo llega a estar habría mandado rayos y truenos sobre los católicos.Debería haber aprendido de su madre que no imponía nada...

Anónimo dijo...

Alguien (se llama Yesi) ha dejado en mi blog, a propósito de la fiesta de Santiago, un comentario enlazándome esta entrada.
Sólo quiero decir que me ha parecido buenísima. Creo que cualquier cosa que yo añadiera, sobraría así que simplemente gracias.

Agus Alonso-G. dijo...

Yo, la verdad, estoy cansado de cobardes anónimos en este magma de lo 2.0, con lo audaz (y moderno) que es llevar la contraria y criticar lo que en un blog o en cualquier grupo es lo "políticamente correcto".

El artículo de Garzo me provoca varias reflexiones:

1) la fácil, casi diría la facilona: país de plácidos y comprensivos ateos. O sea, la cuadratura del círculo. Es decir, que quizá el sr. Garzo lo sea (un plácido y comprensivo ateo), no significa que todos, ni siquiera la mayoría de los ateos lo sean. Cfr. la placidez de los regímenes ateos al uso (y abuso).

2) que estoy de acuerdo en que algo hemos hecho mal los cristianos, y seguimos haciéndolo, cuando la Iglesia en España está tan mal valorada. Y no se trata de síndrome de Estocolmo, sino de conocer Historia. Algo será debido a la alianza (contra la naturaleza de la Iglesia) de parte de esta con el poder político, lo que supone decir con el poder económico, con los poderosos, y otro poco lo será por esa apocalíptica visión moralista que no ha sabido hacer suyos los logros de la modernidad o lo ha hecho tarde (autenticidad, libertad, relativa autonomía,...). Confiteor.

3) es innegable que la Iglesia ha sido una autoridad (sobre todo moral) en España. Es innegable que se ha resistido a perder esa autoridad. (A todos nos jode perder el partido cuando el balón es nuestro). Por eso, entiendo el escepticismo de quien dice que -"ahora, ¿no?"- la Iglesia quiere aconfesionalismo. Toca mostrar y demostrar que efectivamente creemos en ello, y que cuando seamos mayoría de nuevo -si lo somos-, no utilizaremos fraudulentamente la democracia para imponer lo que la mayoría para entonces querrá.

4) el escepticismo sobre las buenas intenciones de la tropa de Marina (en la que parece que Garzo se autoincluye) es más que razonable cuando uno comprende que lo que les jodía cuando la Iglesia era la suma autoridad no es que hubiera una (suma autoridad), sino que no fueran ellos. De ahí, el cóctel positivista-relativista-de-género-libertario-seudoilustrado-roussoniano-laicista que nos quieren endosar.

5) ¡vivan los cuentos de hadas!

Juan Ignacio dijo...

Este artículo por el día de Santiago es magnífico. Con humor y energía de trueno.

Y que hable la gente...

Anónimo dijo...

"...con el humor casi absoluto que otorga la santidad...", frase imborrable, como el resto del artículo.

El artículo de Martín Garzo no lo he leído porque me da pereza. Además, prefiero guardar de él el buen recuerdo que me dejó su prólogo a "El hábito de ser" de Flannery O'Connor.

Además, eso de colgar un artículo de otro, para hacerle sombra a tu brillante discurso, no me gusta nada. Estoy con Arp.

¡Felicidades a Vercingétorix, alias Jaime!

Anónimo dijo...

Yo no sé ustedes, pero a mí me resulta fácil distinguir, en situaciones corrientes, quién tiene razón y quién no, quién es la víctima y quién el verdugo. No hablo ya de las leyes que deban aprobarse, hablo de algo más básico, de simpatía humana.

Entre dos criaturas que se quieren casar y un grupo de gente que vocifera con pancartas porque no les quiere dejar que lo hagan, lo tengo claro.

Si no lo ven, si han perdido la capacidad de distinguir lo siniestro y lo antipático cuando se presentan así de claro... creo que tienen un problema.

Si en ese artículo leen una voluntad de imposición simétrica de la que pretenden ejercer los obispos sobre toda la sociedad... que su dios les conserve la vista.

Hale, con dios...

(Qué rostro más feo han mostrado hoy los parroquianos)

Agus Alonso-G. dijo...

Menos mal que, gracias a Dios, todavía contamos con ejemplos modélicos de la ética de la autenticidad, estándares intachables de lo posmoderno como usted, sr.Ignacio, que no desiste de hacernos entrar en razón (¿o es con mayúscula, Razón?). Es una lástima que esa posmodernidad sea por definición suicida y es posible que dentro de unas décadas no quede rastro en la vida cotidiana de ella.

Partamos de la base de que defender que hay una verdad hoy en día es jodidamente antipático. Especialmente si eso supone establecer normas, criterios o disposiciones generales que obliguen a nuestra naturaleza. En parte, pues, estoy de acuerdo con usted, sr.Ignacio.

Especialmente difícil es si -como usted mismo hace- se presenta como una pugna entre “dos criaturas” (qué maternal suena) y “un grupo de gente que vocifera” (falta la foto de El País, de algún curilla o monja, o ¡mejor!, de Martínez Camino, con cara de mal café). Como propagandista y manipulador, usted no tiene precio, tan sibilino, espolvoreando con esa delicadeza un lenguaje adecuado en medio de un discurso aparentemente contenido, moderado, medido.

Hoy en día, en efecto, es mucho más feo defender un ser humano en lo fundamental ya realizado que otro en continua creación autónoma al tipo Hakuna matata, y también, fíjese, estoy de acuerdo en que a veces nos falta gracia, salero, comprensión y buenas maneras para hacer nuestro mensaje más atractivo. La estética es parte de la ética, la forma de decir la verdad es parte de esa misma verdad.

Y aun así, me quedo de todas todas con esa idea del hombre, aunque solo fuese defendida por monjas con bigote, jóvenes cursis, clérigos ceñudos o atildados, colores oscuros, cantos chirriantes, voces monocordes y olores de incienso. Porque nada hay más siniestro que lo que siéndolo se disfraza con cáscara de fanfarria. Y de prepotencia.

(No sé si estas confesiones autocríticas que me está arrancando la entrada en cuestión son producto del complejo de culpa católico o del cambio climático).

Agus Alonso-G. dijo...

Extractos de una carta al director de El País, remitida por Pachi González, que se declara vecino de Chueca (3 de julio de 2007):

“Hasta este año me parecía que [las fiestas del Orgullo Gay] tenían un cierto sentido lúdico, de respeto hacia los gays y un excelente ejercicio mental para lograr que algunas mentes cerradas se abrieran a otras formas de ver y vivir la vida”.

Ya no tiene ningíun sentido reivindicativo si “la fiesta gay europea se reduce a ponerse de alcohol hasta los topes, mear en todas las esquinas del barrio, dejar cientos de toneladas de basura en las calles, ...palcos escénicos donde hay de todo menos calidad artística, horarios que solo España y sus políticos absurdos permiten consiguiendo que los vecinos del barrio empiecen a pensar que más que en Madrid están en una zona de guerra”.

“Esta misma mañana de domingo, sobre las 10, había cerca de veinte personas en el suelo, tiradas como trapos, como basura...”.

“Si todo esto que casi no soy capaz de contar sin que me venga a la garganta la náusea es lo que el mundo gay quiere como ejemplo de reivindicación, les sugiero que se lo piensen dos veces, organizadores, Zerolo and company, y todo aquel que tenga algo que ver con estas fiestas, ¡reaccionar! Solo estáis consiguiendo que os empecemos a tener manía”.

“Lo que ha pasado en Chueca estos días no es una fiesta reivindicativa, ni siquiera es una fiesta, es solamente un negocio que además de malo es sucio y sin ideas”.

Hakuna Matata.

Anónimo dijo...

A ver si me hago entender: entre dos señoras que van tranquilamente a misa y un hatajo de energúmenos vociferantes que se disfrazan y recochinean de lo que para ellas es sagrado, el que no tenga claro quién agrede y quién es víctima es que tiene atrofiadas las glándulas del sentido moral más elemental.

Lo mismo, lo mismito que en el otro ejemplo.

Ahora, si no se saben ver las vociferaciones y los energumenismos de los colegas, pues se presenta un rostro feo, que es lo que yo decía ayer.

Otra cosa: la impopularidad de una causa no garantiza que sea justa; más veces que menos la mayoría está en lo cierto.

Anónimo dijo...

"El último pero no solo, que todavía quedan nietos del trueno".
Bueno, pues mientras cerramos la puerta, contad conmigo.

Agus Alonso-G. dijo...

Ignacio, si se refiere a la manifestación en defensa de la familia que hubo hace ahora dos años con respecto a “lo vociferante” de algunas actitudes, miente. Porque el ambiente de aquello para nada fue como pretendes venderlo, como el de esos antisistema tan bien mirados por algunos. El resto de vociferaciones las hay. Y yo las he reconocido. Lástima que no haya reciprocidad por su parte al reconocer los inmensamente positivos frutos de la religiosidad. (Ha llegado a insinuar que la conexión entre la religiosidad de una sociedad y sus obras de arte es el azar, tan rigurosa y desapasionada es su visión de la religión). Ni al reconocer “el malestar de la modernidad”, que básicamente no ha sabido dar respuestas ni a los demás, ni a sí misma.

Estoy absolutamente de acuerdo con que la impopularidad de una causa no garantiza que sea justa. Es más, no garantiza que sea verdadera, que es lo que a mí más me importa de las cosas, que sean verdaderas o no. Así que aplíquense el cuento usted y los plácidos ateos y tengan la modestia de no pensar que la abrumadora mayoría de la humanidad que tenemos creencias somos memos de baba dispuestos a creer en cuentos de hadas porque sí. Tengan la humildad de abrir puertas a la posibilidad de que el limitadísimo conocimiento sensorial es no solo limitadísimo sino incompleto.

Anónimo dijo...

Y por lo que pudiera servir, agus, el primer comentario lo hice cuando el primero suyo no estaba visible.

Juan Manuel Macías dijo...

Respondiendo a Ignacio, y con permiso del dueño de la "parroquia": Eso de las "dos criaturas que se quieren casar" y que no pueden por culpa de los malvados "vociferantes" me ha llegado al tuétano. Parece un folletín. Yo soy el primero en defender los derechos de los homosexuales. Hubiera estado muy bien una ley de uniones civiles. Pero el matrimonio es otra cosa, ya desde la noche de los tiempos. Si Safo o Kavafis levantaran la cabeza...

Anónimo dijo...

¿Renuncio a explicarme? Naaaah, no sería yo...

No creo que sea tan difícil de entender. Hay una diferencia notable entre sostener una opinión y salir a la calle a vociferarla. Yo opino que los delincuentes deben pagar, pero nunca entenderé a los que se van a la puerta del juzgado a gritarles.

A ustedes les parece mal que se casen: pues no miren. Pero echarse a la calle con pancartas en contra es feo y malencarado y siniestro.

Recuerdo una escena de una película sobre la pena de muerte. Velando la noche antes de la ejecución en la puerta de la cárcel hay dos grupos: unos con velas y en silencio, por el idulto; otros llenos de rabia y odio, por la ejecución.

No estoy seguro de quién tiene razón en el debate, pero me es totalmente evidente quiénes son ahí las buenas personas.

E. G-Máiquez dijo...

Ignacio, mi habilidad para mirar hacia otro lado es realmente extraordinaria, te lo aseguro. El problema del matrimonio homesexual es precisamente que no permite mirar hacia otro lado, sino que implica que la sociedad, el Estado, lo mire de frente y lo apruebe y no de cualquier forma, ojo. Y es una pena que eso ocupe tanto tiempo nuestro cuando se podría haber solucionado, como dice JM Macías, con una buena ley de uniones civiles, al gusto de todos, sin más vociferaciones.

Lucía dijo...

Me pregunto por qué nos ha entrado la manía de cambiar el significado de las palabras y llamar a cosas diferentes con el mismo vocablo.Nos podemos empeñar en decir que una silla es una mesa o una mesa una silla ,podemos decir que un pie es una mano o que un piso es un palacio ( ya quisiera yo más metros cuadrados) o que la piscina es el mar,o que un primo es lo mismo que un vecino, pero entonces estaremos cambiando el significado a las palabras,desposeyendolas de su contenido y haciendo que no nos sirvan para expresarlo.Si el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer,a otro tipo de uniones le podemos llamar gaymonio o similiunión,o masunión y feminaunión... porque que yo sepa la unión de homosexuales no engendra ("matrix")

Nodisparenalpianista dijo...

Pedazo de texo. Por aquí yan nos han cortado la luz, pero, escudero, no va a ser tan fácil que nos cierren la puerta.
Sobre GMG, casi estoy con Verónica. Con un libro suyo quedé inmunizado (y saturado)para las cosas que dice, así que mejor me las salto.

Anónimo dijo...

Un ataque será un ataque por más que sus autores lo sigan llamando defensa. Siento que no sean capaces de verlo, y ahora sí, lo dejo.

Agus Alonso-G. dijo...

Perdone, es que todavía no me he enterado, ¿qué es un ataque? Porque también pensaba que sabía lo que era matrimonio, o nación, o. Pero veo que hay un grave problema de comunicación.

Y no me hable de evidencias, ni me pregunte socarronamente si es que hay que ponerse ahora de acuerdo en cosas evidentes, porque de eso se trata precisamente. Lo contrario me resultaría demasiado "dogmático" por su parte.