jueves, 3 de abril de 2008

Confesional

A estas alturas del curso mis alumnas de Cuidados Auxiliares de Enfermería me han cogido cariño. Eso —contra lo que puedan pensar— es terrorífico. En mitad de la lección, cambian de tema o me gastan bromas: “Si quieres, te lo recuerdo el próximo día, que a ti se te olvida todo, Enrique”. Cuando empieza —por estas fechas siempre— ya sé que antes o después se producirá la pregunta embarazosa.

Fue ayer. Una alumna, en una clase sobre las estrategias de la negociación (tema VI de “Relaciones en el Equipo de Trabajo”), levantó la mano: “Eh, digo yo: tú, ¿tienes hijos?” Como las demás se alborozan y guiñan, se conoce que ya lo han hablado en algún recreo.

A la inquisidora podría contestarle: “A ti qué te importa”, pero como me importan mucho las cosas de todas ellas, no voy a negarles la recíproca. Descartado el corte, contesto: “No, no tengo hijos”. Saltan todas. La más cara dura: “¡Se te va a pasar el arroz!” La más dispuesta: “Pero ¿a qué esperas?”. Y la más tierna: “Los niños…, son tan monos, ¿no?”

Entonces sí que me apetece volverme a la pizarra a dibujar el esquema de la estrategia de la inacción. Pero no me resigno a que se lleven para siempre la idea de que su profesor de RET era un bon vivant comodón que no tenía hijos para llegar al IES en un cochazo, escribir más libritos, jugar al golf y salir por las noches con su mujer —de la que, porque nos vieron una vez en la cola del cine, ya saben mucho: que es inesperadamente alta y elegante. Así que, arrostrando el impudor, me confieso: “Quisiera tener hijos. De hecho, hago todo lo que puedo [aquí se ríen bastante]. Pero los niños, por alguna razón misteriosa, no vienen”.

Algunas se apresuran a revestirse con dignidad de profetisas y me auguran muy serias: ya vendrán. Ya veremos, digo. Otras (las que prefiero) sonríen melancólicas y, sonrojadas, subrayan algo en sus apuntes. Pero la mayoría no se entera. Siguen dale que te pego con lo del arroz y los ánimos, venga, y lo mono de los bebés y el elogio de la baja por paternidad. No es que sean torpes mis alumnas; es que son muy jóvenes. No han aprendido todavía que los deseos a veces no se cumplen. Lo aprenderán, las pobres, pero conste que yo se lo evitaría, si pudiera. A fin de cuentas, a estas alturas del curso uno también les ha cogido cariño.
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23 comentarios:

Carlos RM dijo...

¡Qué entrada tan tan tan emocionante! Yo también subrayo algo en estos apuntes tuyos.

Nadie dijo...

Encantadora y tierna entrada, Enrique. Y ojalá que llegue lo que deseas.

Néstor dijo...

Supongo que es difícil explicárselo, pero lo has logrado (a ellas y a nosotros) de forma elegante, digna y certera.

Juan Antonio González Romano dijo...

Siempre lo he dicho, y ahora me reafirmo: yo de mayor quiero ser profesor de FOL. Aunque la verdad es que serlo de Literatura también tiene su encanto, sobre todo ahora que mis alumnas de cuarto comienzan a hacer sus pinitos literarios.

Ángel Ruiz dijo...

A mí me preguntaban mis alumnas en La Mancha si estaba casado. Yo disparaba a córner o cuando estaba de humor les contaba una historia lacrimógena sobre una novia que acababa muriendo a la orilla del mar, hasta que me daba el ataque de risa, con gran enfado de las oyentes, que estaban a punto de la lágrima.
Hoy, que estoy tan contento como Woody Allen aquella vez en Hannah y sus hermanas, tengo la sensibilidad más a flor de piel, así que me ha tocado mucho esta entrada: gracias.

Anónimo dijo...

¡¡¡Quiero ser alumna tuya!!!

Anónimo dijo...

Yo comparto pupitre con las melancólicas y sonrojadas.
Y sé que algunas lo que subrayan son tus palabras.
Mientras que otras dibujan corazones partíos.

Corina Dávalos dijo...

Preciosa entrada, Enrique.

Anónimo dijo...

Si esta entrada es confesión
es también fe de esperanza,
cordillera donde alcanza
alta cumbre la emoción.
Transparente el corazón
que confiesa su verdad
y a la joven mocedad
inportuna por curiosa
responde con luminosa,
delicada claridad.

ESPINELETE

Anónimo dijo...

A mí los chavales de secundaria siempre me preguntan si soy gay. Incluso cuando me vieron con mi prometida se acordaron (no sé cómo) del concepto "tapadera".

El troll

Anónimo dijo...

hay una simplísima pregunta que no solemos hacernos unos a otros, a veces incluso después de años de trato, por corte y porque puede que sea la que más al aire nos deja: cuál es tu pena.
Y menos mal, porque no todos sabríamos hablar de ella con esa elegancia, sencillez y bondad, y encima haciendo sonreir. Muchísimas gracias.

Anónimo dijo...

Nunca se sabe...

EL INSPIRADO dijo...

No se cumplen... O si se cumplen son de la forma que nosotros no queríamos. Mira tú lo que nos enfada que nos convenga esto y no aquello. Nadie es buen juez de si mismo. Pero es el único que dicta sentencias firmes.
Gracias por la omisión de intentar explicar. Y por el cariño.

A las del arroz diles, lo que le decía yo a un amigo que ahora anda enamorado. Voy a hacer una paella con el arroz que se nos pasa.

A seguir siendo felices y disfrutando en el intento.

Un saludo. Te agrego como canto rodado en mi bitácora

Anónimo dijo...

Los hijos no tienen siempre por qué venir por el camino habitual. Algunas veces hay que ir a buscarlos a otro país, o a alguna institución social del nuestro, y traerlos a nuestra casa porque no hay tiempo que perder para quererlos y para que nos quieran. El camino de llegada da igual, lo que importa es que vengan e iluminen nuestro corazón, ¿no?

Anónimo dijo...

Decía Borges en uno de sus poemas, como cierre de una relación de imposibles:

"el hijo que no tuve"

Salud

Jacinto Molero dijo...

¡qué fácil haces lo difícil de explicar! Gracias Enrique.

Juan Ignacio dijo...

Si los que tenemos hijos defendiéramos como tu a la familia, qué bien que nos iría (a los hijos y a las familias). Recuerdo tus anécdotas derivadas de la participación en el encuentro de la familia y la manifestación en Madrid, así como tus denuncias de la "cultura de la muerte". Si eso supieran tus niñas, no podrían juzgarte de bon vivant.

Anónimo dijo...

hola, soy vicente garcia. Me ha gustado mucho Casa propia y tambien tu blog, enrique.

Anónimo dijo...

eres de las pocas personas que conozco, que con sutileza e inteligencia nos has dicho tanto de ti y nos has hecho sentir tanto (no sólo por esta entrada sino por tantas otras). Deseo con todas mis fuerzas que tu empeño se haga realidad. ¡suerte!

E. G-Máiquez dijo...

Vicente, muchas gracias por la visita. A mí tu libro De ayer a hoy siempre me gustó mucho. Abrazo.

Donna Angelicata dijo...

Me uno al comentario anónimo:

¡Yo también quiero ser alumna tuya!

Adaldrida dijo...

Y yo... y leer el artículo, que he llegado tarde, coño ya (uca dixie ni pixie: a daldrida no le gustan los tacos mais esta expresión coño ya le cae en gracia...)

Juanluís dijo...

Estimado Enrique, como conozco este blog gracias a ti, imagino que ya lo habrás leído. Anyway: http://unsacerdoteentierrasanta.blogspot.com/2008/06/la-gruta-de-la-leche.html
Si don Santiago dice que funciona y tú haces todo lo que puedes, ya hay algo más que puedes hacer si es que no lo has hecho antes. No sé si me explico...