Uno de mis temas de preocupación es trazar la línea que separa la huera vanidad del legítimo orgullo. Quizá se sepa por su compañía: la vanidad puede ser (tan a menudo) vanidad herida, pero casi nunca triste. El orgullo, en cambio, puede ir acompañado (tan a menudo) de una honda melancolía, jamás de enfado o de resentimiento.
Lo pienso cuando leo el último, ay, el último artículo de Carmen Oteo, en que hace el regalo de nombrarme y en la mejor compañía: la de Paco, su marido, nada menos.
2 comentarios:
La vanidad busca el aplauso de los demás y -si nunca es buena- al menos es mejor que el orgullo malo. Hay un orgullo bueno que se quita el sombrero para saludar a los amigos de los que se enorgullece.
Cuánta razón tiene usted. Muchas gracias. La vanidad siempre está volcada hacia los demás, y al menos por eso tiene un pase. El orgullo puede encerrarse en sí mismo.
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