martes, 8 de abril de 2014

Media luna


Ayer escribí una entrada que era media entrada, por lo apresurada y lo quejosa, una cita apenas, para leída al sesgo. Luego salí corriendo para el trabajo. Paré, como suelo, en un bar de carretera, rozando con taberna, a por el cortado espeso de la primera mañana. Me senté, como suelo, en la atestada barra, y abrí mi libro de ese día. La novela de Ferrara, de Giorgio Bassani. 


Y entonces vi que la señora a mi lado era italiana. (Que era guapa ya lo había visto antes.) Su marido o novio hablaba sin parar. Qué perfecta casualidad, me dije, relamiéndome; e hice todo lo posible para que viesen que a las ocho de la mañana, al borde de la carretera, al sur de España, se lee a los italianos con veneración. Pero, a pesar de mis contorsiones, la casualidad se me quedó cervantinamente a medias. Preguntaron al camarero cómo llegar a Cádiz capital, se fueron y no hubo nada. No vieron la cubierta de mi libro y no se redondeó la mañana con un par de reverencias filológicas. 

El día siguió así, apuntando, sin culminar.

Pero a media tarde, miré al cielo de reojo, y allí estaba, una media luna perfecta, la más aristotélica de las lunas, ese in medio virtus de una curva pronunciada y una recta rectísima. Creo que la media luna se merece más poesía de la que por ahora le hemos dedicado (por no hablar del azul del fondo). 




Me reconcilié con mi día. 

Aunque por la noche, en una ironía del destino, que se complace en jugar con los hijos de los hombres, una carta de mi hermano Jaime vino a redondear del todo mi media entrada de la mañana. Y me alegré, claro. 


1 comentario:

Anónimo dijo...

...me sobra media luna
y medio mar: la parte
que te tocaba a tí de aquel nosotros.