Quiero decir dos palabras (o sea,
doscientas)
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Para mí el amigo es el gran
acontecimiento.
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Cuando voy en taxi, siento una euforia
absurda y terrible.
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Hay admiraciones abyectas.
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El arte de la lectura es la relectura.
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Estamos tan olvidados del sufrimiento que
su dolor nos parecía, cada vez más, una dolencia psicológica, casi una locura.
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La perfecta soledad ha de tener por lo
menos la presencia numerosa un amigo real.
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Esta es nuestra degradación: sufrir
menos, cada vez menos, hasta olvidar. […]
Tenemos un miedo tan idiota al sufrimiento, y son tan pocos nuestros instantes
de tristeza total. Qué bueno es sufrir de viejas penas.
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Yo me sentía violado cuando el profesor
hablaba de sexo (y, de amor, ni una sola palabra). […] mucha educación sexual y
nadie se dispone a ensayar una “Eduación Amorosa”.
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El hombre comienza a ser hombre después
de los instintos y contra los instintos.
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En realidad, yo no me asombro de que
alguien, papa o no, vea a Dios. Lo que asombra, verdaderamente, es que Dios no
sea visto, a toda hora y en cualquier parte del mundo.
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A todas horas, en todas partes, la vida
injerta el pasado en el presente.
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[la desaparición del sombrero fue la
desaparición de la cortesía] Somos más solitarios porque nos cumplimentamos
menos.
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[Le pidieron hablar contra las palabrotas].
No puedo. Todas las palabras son rigurosamente lindas. Somos nosotros los que
las corrompemos.
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No sé qué cruel fatalismo está siempre
empujando a nuestras izquierdas hacia el error, hacia la equivocación, hacia la
alienación.
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Este pueblo está viviendo una época de
poquísimo amor. El odio está más promovido que una marca de refrescos.
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Los “comprensivos” son cada vez más. Nos
los encontramos por todas partes. […] Somos hoy un pueblo de poquísimos
asombros. […] Suprimió de sus textos el punto de exclamación.
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Los idiotas perdieron la modestia, la
humildad de milenios. […] A simple vista, cualquiera percibe la ascensión
social, económica, cultural, política del idiota.
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El brasileño es un Narciso al revés que
escupe sobre su propia imagen.
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La verdad es que no hacemos otra cosa en
la vida sino olvidar el espíritu.
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Si me preguntan que es lo que se salva de
mí diré, con la frente erguida: ¡La memoria!
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Hoy nadie respeta a la inteligencia ni la
inteligencia se respeta a sí misma.
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El aplebeyamiento comenzó cuando el
intelectual se politizó.
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Así como Zé Celso halla que el espectáculo
no tiene nada que ver con el autor, yo entiendo que el teatro no tiene nada que
ver con el público. Sólo reconozco en el público una función estrictamente
pagadora. No debería tener derecho al aplauso. El aplauso ya me parece una exageración.
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Los que capitularon necesitan destruir al
que no se rindió.
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Juntos nos reímos porque la amistad debe
ser una relación graciosísima.
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Cada quince minutos aumenta el
desgaste de nuestra delicadeza.
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