He pensado dejarle una nota en el buzón al dueño del ciprés de dos o tres casas más al norte. Cuando subo las escaleras de nuestro dormitorio, ahí está el ciprés, de guardia, enhiesto, indicándome el camino. Y, como las escaleras son empinadas y yo soy lento, me da tiempo a recibirle todos los ánimos físicos y luego los más espirituales y metafóricos. El ciprés siempre firme, haciendo más azul el cielo, más sensual el pino.
jueves, 10 de marzo de 2016
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