Mi mudez transitoria entusiasma a mis hijos, que no se cansan de mi silencio. Yo, sin embargo, no me rindo y he encontrado, para reñirles, un aliado natural en la simbología. Y ya van ellos captando los matices. Cuando nos divertimos, es mímica. Cuando educo, son iconos.
Y demasiado bien los captan. El summum de seriedad es mi dedo índice levantado, que debe dejarlo todo inmediatamente en suspenso. Y mi hijo Quique, entonces, hace una tijera con sus dedos y pretende despojarme de mi autoridad cortando por lo sano. Es un ejemplo clarísimo de la pulsión natural a matar al padre.
Claro que él eso no lo sabe, porque no lo haría.
2 comentarios:
Me encanta este post. La imagen, la anécdota y el final.
¡Oh, dedos enhiestos! ¡Nadie sabe!
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