miércoles, 19 de julio de 2006

Por añadidura

Ayer logré levantarme y desayunamos juntos, luego rematé mi traducción para "Matador" sobre joven poesía neoyorquina, leí a san Pablo (fundamental, según Leon Bloy, para saber qué pasa en el mundo), fui a misa, comulgué, oí un disco de Jordi Savall y mandé mi artículo al Grupo Joly, esta vez bastante combatido por el viento sofocante y racheado de levante. Todo eso antes de las doce.

De modo que a mediodía yo ya había cumplido con la devoción y hasta con la obligación. Todo lo demás se me daría por añadidura. Y vaya si se me dio. Fuimos a Sevilla a comer a casa de los Duque. El viaje en coche lo hice con José Mateos. Nuestras santas esposas se quedaron trabajando: consecuencias de la liberación de la mujer. En el viaje, hablamos un poco de todo, como tiene que ser, pero bastante de no perder la fe en la poesía, que es el peligro que acecha a los poetas según se van cumpliendo años.

En Sevilla hacía calor, así que bañándonos en la piscina de Viñamarina, a la sombra de un árbol del paraíso, hablando de Portugal y contemplando como los perros dormitaban con los gatos en una armonía que recordaba a los leones paciendo con los corderos, uno tenía tentaciones de proponer lo de las tres tiendas...

Si en la piscina se habló de Portugal, en la comida de Italia. Aquilino había cocinado una gallina de Guinea según una receta napolitana. A las gallinas guineanas las llaman en Italia "faraonas" que tiene toda la grandilocuencia un poco gallinácea de los italianos, tierna por tremebunda. Mateos se acordó, con oportunidad, de Las gallinas del licenciado de José Jiménez Lozano.

Comía con nosotros una amiga americana de Sally. Había sido alumna en Stamford University de Flannery O'Connor, pero, como entonces era muy jovencita, sólo se acordaba de que le puso la máxima nota. La vanidad tiene una memoria portentosa: lo sé bien por experiencia. Luego nos habló de sus investigaciones sociológicas con la tribu mejicana de los zapotecas. Parece que las mujeres usaban con frenesí la píldora anticonceptiva, a escondidas de los hombres. Lo cuento aquí para que cuando nos vengan con que los españoles extinguimos a los índigenas zapotecas, podamos defender el honor de nuestros abuelos, los colonizadores, con datos incontrovertibles.

A media tarde, llegó a Abel Feu, que sí trabaja. Hablamos de edición y de un desconocido poeta alemán que ha empezado a traducir Aquilino y de cuyo nombre no puedo acordarme, aunque estoy casi seguro de que no era un tal Alzheimer. Habría que ir a estas reuniones de amigos con una grabadora, para estudiar luego. Muy natural , sin embargo, no quedaría.

Caía la tarde y empezaban a borrarse nuestros rostros. Éramos voces que charlaban. Resfrescaba. Con Abel, habrían hecho falta cuatro tiendas, que no teníamos. Además, estaban nuestras mujeres. Haciendo un esfuerzo, nos despedimos.

12 comentarios:

Ángel Ruiz dijo...

¿Stratford? ¿Flannery profesora? Algo no cuadra ahí, o quizá es que la americana tenía alucinaciones.
Por cierto que acaba de salir una edición de cuentos seleccionados de Flannery en la editorial Encuentro, con un prólogo entrevista de Guadalupe Arbona a José Jiménez Lozano: ¡canela fina! Yo me quedé con las ganas de llevarme el libro, pero me parecía demasiado comprar otra vez los cuentos sólo por una entrevista, por muy buena que sea (y esta seguro que lo será).

E. G-Máiquez dijo...

Profesora visitante, nos contó. No parecía alucinar, pero por si acaso, investigaremos...

Aquilino Duque dijo...

¿No sería Stamford? Aquilino

E. G-Máiquez dijo...

Mi oído es malísimo, así que, aunque lo verificaremos, lo cambio inmediatamente. Como siempre, me fio más de Aquilino.

Dal dijo...

¿Las zapotecas usaban la píldora anticonceptiva? ¿Hace cuánto? Por eso y por lo de Flannery quizás vuestra amiga ejerciese el plebeyo placer del anacronismo que, como todos los hombres de buen gusto, detestaba Pierre Menard.

Ángel Ruiz dijo...

Flannery no fue nunca profesora. ¿No estaría hablando de otra escritora?

E. G-Máiquez dijo...

No, el anacronismo es mío, me temo, Dal. Las zapotecas, que habían sobrevivido a la dominación hispánica, tomaban la píldora a finales de los sesenta, que es cuando nuestra amiga americana andaba por allí investigando. No sé si habrán sobrevivido a la modernidad.

Anónimo dijo...

Justo hoy llegó el ponientito. ¡Gracias, Enrique!
Según Quiñones, el levante es una toalla caliente gracias a la cual Cádiz es habitable (por seres humanos, no sólo por cangrejos). Pero yo creo que tenemos que agradecer al levante que, seguramente, muchos turistas juren no venir más.

Anónimo dijo...

Off topic. Food for thought.

http://www.el-mundo.es/elmundo/1998/noviembre/22/nacional/manifestaciones.html

Corina Dávalos dijo...

Creo que es Stanford (California), por cierto muy buena universidad. Has conseguido que me diera un poquito de envidia esta reunión poético- gastronómica, ¡y encima en Sevilla! Por lo que cuentas en esta entrada tendrías que haber puesto unas 400 tiendas... Y por supuesto, nada de perder la fe en la poesía, que sostienes la fe de otros...

Ángel Ruiz dijo...

Vuelvo al tema: Flannery nunca fue profesora, y creo poder asegurar que nunca estuvo en California.
He dicho

E. G-Máiquez dijo...

Te agradezco, Arp, que pongas en el mío el mismo interés que en tu blogg porque no se nos cuelen errores.
Quede, pues, la cosa como fue: la amiga de Sally aseguró que había sido alumna de la O'Connor. Yo ni quito ni pongo rey.

Y a ti, AnaCó, te agradezco que me confirmes en la fe poética.