lunes, 12 de febrero de 2007

Marana tha

Me extraña no haber encontrado, en las tres o cuatro reseñas que he leído sobre Apocalypto, mención alguna a la impactante película El señor de las moscas (Harry Hook, 1990; sobre la novela de William Golding). En Apocalypto, la inicial caza del tapir trae a la memoria la caza del cerdo que los niños náufragos ejecutaban en su isla. Pero con el final de ambas películas ya no hay dudas: es exactamente el mismo. El personaje principal, perseguido por la barbarie, al límite de sus fuerzas, llega al borde del mar y justo entonces, en el último momento, aparece, para su salvación y nuestro alivio, una inesperada fuerza civilizadora. Los mensajes están bastante claros y son muy similares en las dos películas, pero simbolizan algo más —recuerden a Simone Weil: “Sin eco, no hay arte”. Mel Gibson, desde el mismo título de su película, va sembrando multitud de indicios que justifican ese extraordinario y salvífico deus ex machina. Y que apuntan a otro Deus ex machina, precisamente.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

No he visto Apocalypto, pero la crítica es unánime respecto al exceso de violencia. Gibson es muy crudo (Saving Private Ryan, When we were Soldiers, Braveheart, La Pasión...) todas tienen en común la intención de no ocultar el horror de la violencia. Quizá tenga un efecto catártico, no lo sé. Es un estilo más sincero. Hay que ver el despego con el que se trata la violencia en los juegos para niños, ¡eso sí que es para ponerle a uno los pelos de punta!

Anónimo dijo...

Es curiosa la diversidad de interpretaciones que está generando una película tan simple. La tuya me parece de las más traídas por los pelos.

(Y así, en voz baja, anacó: el soldado Ryan es cosa de Spielberg)

E. G-Máiquez dijo...

Pues no será tan simple, querido Ignacio, cuando da pie a las más diversas interpretaciones. Y sí, desde luego, la mía está cogida por los pelos, como a la Ocasión, que pintan calva (por atrás).

Otro asunto es el de la violencia, que parece mucho menor aquí que en La Pasión, tal vez porque allí no había resistencia ni culpa alguna.

Anónimo dijo...

¿Un objeto simple que propicia intrepretaciones diversas? ¿Tendré que recordar a nuestro inefable presidente o bastará con el jardinero Chance de Jerzy Kocinski?

Anónimo dijo...

En casa de Santiago Navajas (joven sabio granadino que aprovecho para recomendar en esta casa andaluza) se ha hablado algo, y por ahí sale mi opinión.

http://cineypolitica.blogspot.com/2007/02/apocalypto-de-mel-gibson.html

Anónimo dijo...

Toda la razón Ignacio, así en voz alta, se me ha colado una de Spielberg. Esto de escribir a bote pronto siempre tiene sus consecuencias: habrá que ser más cuidadosa.

Juan Ignacio dijo...

Reivindicación de las "interpretaciones" (aunque no hablo de la película de Mel Gibson, que no la vi).

1) El hombre puede asociar los signos del mundo visible con realidades más altas y perdurables. Y eso está bien.

2) Por otro lado, ni el mismo hombre autor de las cosas conoce todas las razones profundas por las cuales hace lo que hace, ni lo que puede simbolizar con una de esas obras.

Por todo eso y mucho más, bienvenidas las interpretaciones (y este blog las tiene muy buenas).

Porque no importa quizás tanto "lo que el autor quiso decir" como "lo que dijo", aunque ni él lo sepa.

E. G-Máiquez dijo...

Gracias por la reivindicación de las interpretaciones, J. I. Además, para mí, que a ésta le basta tu punto uno. Me da la sensación de que Mel Gibson es bastante consciente de esa asociación y deja indicios abundantes. No excesivos (y por eso los pelos de Ignacio) porque si no sería una alegoría y no un signo.

Anónimo dijo...

Muy buena la distinción entre alegoría y signo, que nos pone en la estela de Flannery, tan amiga de lo segundo, que no de lo primero. Mientras que en la alegoría cada elemento tiene ya un significado atribuido, cerrado, en el signo la interpretación queda abierta, dejando que la realidad se ramifique y vaya mucho más allá de sí misma.

No he visto la película de Mel Gibson, y la verdad es que no me atrae demasiado. Pero por lo que dice Enrique, lo más probable es que el autor -"malgré lui"- haya dejado apuntadas, siquiera en esbozo, más cosas de las que pretendía; o, a lo mejor no, y sí lo pretendia en realidad. La interpretación de la escena final me parece de lo más sugerente.

Salvando las distancias, yo, cuando oigo el "Ave Verum Corpus", percibo unas cosas, que quizás no tengan nada que ver con la intención de Mozart cuando lo compuso, pero mi interpretación es libre, y nadie me puede decir que lo que yo percibo no se corresponde con la realidad. Eso es el arte.

Dejemos, en fin, a la libre interpretación de cada cual buscarle los vericuetos a la obra de Gibson. Y no nos apresuremos a tildarla de simple, así sin más.