A España, desde el trenEn el libro, el paisaje es invernal y ahí está Trapiello en la remota Extremadura cortando leña en el enero de 2000. Cómo me alegro de haber emulado a Arp y haber traído La cosa en sí para viajar en tren. Para empezar, veo que la realidad también se adorna y tiene sus ramalazos de ironía: se duele Trapiello, ese grafómano-grafólogo-tipógrafo, de que sus olmos se hayan podrido por culpa de la ¡grafiosis!
se la ve bastante bien.
Mi visión estereoscópica no da para más y procuro no distraerme con la conversación a gritos de una familia (numerosa) de gitanos que van en el vagón. Hablan de caballos (los españoles, insisten, son los mejores), de dinero y tratos, de comida... Van a Madrid al hospital (un estremecimiento recorre el vagón) a ver a un nieto/sobrino recién nacido (un suspiro de alivio generalizado). Tener que oír, velis nolis, los comentarios molesta un poco. Oí a una señora susurrándole al marido: "No es la raza; es el volumen". Pero también da gusto ver cómo se quieren. El momento álgido es cuando se ponen a hablar de nombres. Por supuesto, los más jóvenes defienden "los nombres raros, sonoros como Abraham". Eso ya, con la insistencia, ya no tiene gracia. Ni que piensen que Nerea es un nombre bíblico. Lo bonito fue que todos (hablo de cuatro o cinco) querían poner a sus hijos los nombres de los abuelos. Pero la abuela se llamaba Zafra, aunque fue bautizada como Carmen. Y el abuelo Romano, aunque en el DNI pone Carlos. Eso creaba indecisiones. Zafra insistía en que no podía entender por qué le pusieron Carmen si ella es Zafra de siempre. Tuvo que ser por su madrina, de la que no se acuerda. De su padrino sí, el Pichardo, el más famoso tratante de ganado de toda España. Una hija terció, rápida: "Pues menos mal que no te pusieron el nombre de tu padrino". Y otra: "¿Tu madre no se llamaba Carmen?" Y la Zafra: "¿Mari Carmen, sí, pero tenía que ser por mi madrina, como tú que te llamas Isabel por la Rosa?". Al final me dio un poco de pena llegar a Madrid.
6 comentarios:
no me extraña que te diera pena bajarte. Mucho mejor la raza con volúmen que La Cosa en Sí, parece.
¡Qué bueno! Sobre todo al pensar que Trapiello los hubiera pintado en sus diarios con unos tonos que nos deprimirían un poquito, por altivos o distantes, o culturalistas, al contrario que tú, que eres aquí un retratista con realismo, aunque con visión benevolente. Y la verdad es que tiene mérito. Lo de la raza y el volumen es cierto, pero es para pensarlo, no para decirlo.
Es que los que vivimos en mundos un poco aislados, como yo en el universitario, sólo nos relacionamos con la vida en sitios como el tren. De todos modos, espero que puedas disfrutar de algún otro trayecto en tren en silencio y te surja un poema al ritmo de las ruedas de hierro.
Y puestos a pedir, estaría muy bien una crónica del encuentro poético.
A quién no sé cómo habría retratado Trapiello es a mí. Con ellos habría sido emocionante. Y no es que pudieran más, AnaCó: la prosa de Trapiello habla en voz baja, y ante aquellos torrentes...
La explicación-no-pedida-acusación-manifiesta de la buena señora, no tiene desperdicio. Vale la pena la falta de sosiego si nos da estos apuntes tan sustanciosos.
Me gusta (y mucho) lo que de maiqueziano tiene este pasaje trapiellable.
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