miércoles, 4 de abril de 2007

Las once mil vírgenes

Tomando pie en la leyenda de Santa Úrsula, Enrique Jardiel Poncela escribió una novela preguntándose Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? La pregunta, aunque retórica, es estupenda porque conjuga a la perfección el cinismo cosmopolita con el atávico atractivo hacia el harén que sentimos los que tenemos el alma de nardo del árabe español. El libro no lo leí, lo reconozco, quizá por temor a que no estuviese a la altura de su título, que es un cocktail burbujeante y frívolo.

E irreal: si algo nos queda claro durante la Semana Santa es que sí hay once mil vírgenes. En cualquier pueblo y ciudad de Andalucía salen cada tarde a las calles —si la lluvia lo permite— varias advocaciones de la Virgen. La suma de todas daría una cifra muy cercana a la jardielesca, y eso sin contar las vírgenes del resto de España, que también es tierra de María.

Protestará alguno arguyendo que estoy hablando de la única Virgen, no de once mil. Y desde luego. No creo que exista nadie que no sepa que todas las imágenes representan a una sola figura histórica, pero habría que recurrir al CIS (o mucho más arriba) para medir las preferencias y devociones que cada uno tiene por unas representaciones sobre otras. Y ahí es donde yo quería llegar, porque lo milagroso aquí es el efecto multiplicador del amor. El cariño tiene eso: exalta y ahonda y expande y especializa el corazón.

Todo muy natural. Con nuestros amores laicos pasa lo mismo. Quien quiere a alguien conoce bien y estudia con gusto creciente sus perfiles, sus modos de ser, sus diversos humores. Luego, unos le despertarán más ternura que otros y acabará prefiriendo ciertas fotografías o recuerdos concretos. De lo cual podemos sacar una provechosa lección los que tenemos, como decíamos, el alma de nardo del árabe español. Un buen monógamo no necesita renunciar ni siquiera a la variedad: no hay nada más distinto a una mujer que ella misma de otro ánimo. “Todas las mujeres son iguales”, lo exclaman los donjuanes o esos —los extremos se tocan— a quienes una señorita ha devastado el corazón. Los casados sabemos por experiencia propia que cada mujer es un mundo muy particular y en buena parte ignoto. Y las casadas saben la viceversa por pura paridad.

Por supuesto que hubo y habrá once mil vírgenes repartidas entre las muy diversas órdenes religiosas, pero para constatar lo evidente no hace falta un artículo. Quizá convenga aprovechar el espléndido espectáculo barroco de estos días de Semana Santa para pedir a las once mil imágenes de la Virgen que nuestro pecho sea un prisma donde la blanca luz única se refracte en multitud de colores brillantes.
[Grupo Joly]

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Brillante.

Claudio dijo...

Enrique, permíteme comentar un poema tuyo que he encontrado hoy, y pasar de este post..

Está aquí:
http://www.nidodepoesia.com/poetasmenor.htm

Gracias por este poema. Gracias de verdad.

Necesito cargar las pilas de vez en cuando. Mis gritos para hacerme escritor están grabados mas allá de las nubes... pero, no hay que desanimarse.

Además, descubrí que tenemos amigos comunes (Carlos Rodríguez-Lluesma ¿?) y naciste en Murcia, mientras que yo viví casi siempre en Cartagena, aunque soy alemán por parte de madre... y vivo en Alacant.

Rezo por ti, para que ese fuego no se apague, para que no nos volvamos gilipollas, que la vanidad no se nos suba a la testa.

Voy a ver si remiendo mi artículo sobre Jesús, y lo mando al periódico antes de que eche el cerrojo la Pasión de la Semana Santa.

Sorry por molestar.

Abrazos

E. G-Máiquez dijo...

Claudio, tú nunca molestas, hombre. Y eso que eres medio de Cartagena, vaya, lo cual para un murciano no es un título de honor, que digamos. Lo remedias de sobra con Alicante, con la compartida amistad con Carlos R-Ll. y también con la de Nacho D. de R., que habla maravillas de ti.

Corina Dávalos dijo...

Grandísimo artículo. Y esta frase El cariño tiene eso: exalta y ahonda y expande y especializa el corazón. junto con el final... magnífico. Gracias!

Jesús Beades dijo...

Coincido milimétricamente con Anacó en su preferencia.

Y esto otro

"Un buen monógamo no necesita renunciar ni siquiera a la variedad: no hay nada más distinto a una mujer que ella misma de otro ánimo"

es de muchos kilates.

E. G-Máiquez dijo...

Pues os lo agradezco mucho a todos de verdad, que algunas dudas ya tenía con este artículo.

Juan Ignacio dijo...

Lo de:

"Un buen monógamo no necesita renunciar ni siquiera a la variedad: no hay nada más distinto a una mujer que ella misma de otro ánimo"

es muy bueno y me hizo acordar a aquello que dijo alguien de que "la mujer es siempre igual... porque permanentemente está cambiando".

Saludos.

Anónimo dijo...

¡¡¡Qué maravilla Enrique!!!
Cómo se nota que llevas años casado, mi madre siempre me decía que una mujer nace actriz porque fue, es y será mil veces otra dependiendo de su estado de ánimo.

Anónimo dijo...

Qué preciosidad de artículo, es todo un tratado sobre el amor.
Y hablando de las muchas otras y de madres, es cierto, pero además de en función del ánimo, también y mucho de las ocasiones: Cuando llega la Semana Santa siempre recuerdo a mi madre, y el asombro que me producía, después de verla toda la mañana en la cocina remangada preparando torrijas, el momento en que colgaba el delantal de cuadritos para aparecer al rato toda otra: el vestido negro, el collar, más alta y con aquella sonrisa con la que empezaba la fiesta. ¿Cómo lo hacía? Aquella aparición era mejor aún que las torrijas.
Ya me gustaría haber aprendido, y más lo de la aparición que las torrijas.

Enrique Gallud Jardiel dijo...

Muchas gracias por la referencia a la obra de mi abuelo. Un saludo.