jueves, 16 de octubre de 2008

La virtud educativa de la desgracia

Joven y bella, Carlota Sofía Willhöft, después de haberse sacrificado mucho por su marido, el poeta Enrique Stieglitz y viendo que su obra no adelantaba gran cosa, decidió matarse. Pensó que la profundidad del dolor le provocaría alguna poesía extraordinaria. Dejó escrito: “Había agotado todos los medios que me sugería mi espíritu estimulado por el amor y el deber. Entonces es cuando pensé en la virtud educativa de la desgracia”.

Lo cuenta José Jiménez Lozano en Segundo abecedario y lo cuento yo, estremecido, cada vez que tengo ocasión. Cuando me escucha Leonor dejo muy claro, eso sí, que el sacrificio de Carlota fue inútil del todo. Su marido la sobrevivió quince años, en los que siguió intentándolo, pero nada.

El otro día volví a contarlo. A mitad de la historia me di cuenta de que la mujer de un músico allí presente ponía una cara de honda tristeza. Quizá ella se lo estaba pensando y descubría ahora que ni eso sirve. O quizá se asombraba de la generosidad de Carlota, aún mayor que la suya, que es muy grande. Fuese lo que fuese, su melancolía era indudable.

Por ella le busqué a la historia un final feliz, dentro de lo que permiten los hechos. Y lo encontré: Carlota murió de un accidente y en ese momento su marido, con la frialdad que da la inspiración —en el ojo del huracán sentimental—, concibió, por fin, una obra insuperable. Él redactó la carta de suicidio de su joven esposa.

Quedaría marcado como un mediocre sin remedio, pero qué importaba —incluso lo fomentaría para darle a la historia un patetismo más redondo. A cambio su mujer se transfiguraba en un símbolo de entrega y sacrificio, en una heroína romántica cuyo gesto sería recordado en libros y en artículos y en innumerables reuniones de artistas y escritores. La belleza fugaz de Carlota sería evocada con una emoción intensa y perdurable.

Aquella carta fue la gran obra de Enrique Stieglitz.

7 comentarios:

Adaldrida dijo...

Pero qué artículo tan bueno!!! Excepto que en el suicidio no me parece que haya nada grande (creo que a ti tampoco), secundo cada sílaba... Me quito el cráneo.

Enrique Baltanás dijo...

Precioso el final reescrito. Ahora sí que la historia es insuperable.

Carlos Rodríguez Morales dijo...

Feliz giro, mejor y más hermoso así. Otra Carlota alemana para la galería de sufrimientos: los de Werther, los de Stieglitz.

Ángel Ruiz dijo...

Yo estoy muy sensible a la cuestión de alterar los hechos, aunque sea con 'buena' intención, así que prefiero quedarme con el relato de Jiménez Lozano y pensar en las formas torcidas de demostrar amor, tan conmovedoras dentro de su error.

Jesús Sanz Rioja dijo...

Non è vero, pero è ben trovato, qué duda cabe.

E. G-Máiquez dijo...

Qué cosas, Ángel, porque a mí me preocupa justo lo contrario. La verdad desnuda de los hechos está salvada en el primer párrafo, y mis problemas de conciencia con este texto vienen después y con la verdad última de aquello. Puede que realmente el suicidio de Carlota fuese el fruto más emocionante de la poesía de Enrique Stieglitz, su justificación como artista, que algo haría para justificar tanta entrega. Me temo que esa lectura cabe hacerla entre líneas y me parece terrible.

Aunque quién sabe, al juzgarnos a nosotros mismos o a nuestros textos no somos muy objetivos.

Anónimo dijo...

La experiencia literaria es el consuelo de saberse acogidos por una irrealidad que, sin necesidad de competir con la terquedad de los hechos, los supera en profundidad y sentido.