lunes, 21 de septiembre de 2009

10 libros 12

El peligro de Madrid son las librerías. Aprovechando que tengo la superstición de los números redondos, quise ceñirme a un estricto decálogo, que es el número moral por excelencia. Muchos fueron los llamados, pero estos los escogidos:

1- Escolios a un texto implícito, naturalmente de Nicolás Gómez Dávila, pero ¡por fin completos!, editados por Atalanta. A la edición colombiana de Villegas la he perseguido por la Red durante años, pero siempre se me escurría. El sábado lo descubrí en el escaparate de la Librería Rafael Alberti y enseguida mordí el anzuelo. Me hubiera venido muy bien tener el libro leído para la lectura de por la noche en la Residencia de Estudiantes, pero son 1407 páginas. Así que cuando empezaron a hacernos múltiples fotos antes, durante y después del acto, no me quedó más remedio que contar aquella historia de Los agujeros negros de Aquilino Duque sobre un fotógrafo especializado en retratar difuntos. Hacía retratos familiares y el que posaba siempre con más naturalidad era el finado, porque el resto se envaraba delante de la cámara. Yo, envarado mientras nos fotografiaban sin parar, lo conté varias veces y ahora que hago memoria creo que a la misma persona. Me sabía, ojo, lo del macabro ojo tuerto de la fotografía, que dijo Ramón Gaya, pero me pareció más distendido lo de los cadáveres de Aquilino. Todo se habría solucionado si me hubiese llevado leído este escolio de Gómez Dávila de la página 427: “La fotografía nos muestra cómo el imbécil ve el mundo”. Así, como un flash, hubiese quedado deslumbrante, aunque tampoco sé si habría despertado demasiadas adhesiones.

2- Shakespeare, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, Nortesur, 2009. La verdad es que ya ojeándolo en la librería me di cuenta de que no íbamos a estar muy de acuerdo el Príncipe de Lampedusa y un humilde servidor. Afirma que los pareados finales de los sonetos son prescindibles, que la poesía está en los doce versos anteriores. “Qué disparate”, pensé con todos los respetos y traté de hacer un alarde de memoria y recitarme allí mismo un pareado redondo. No me acordé, aunque ahora, nada más llegar a casa, ya está: “For nothing this wide universe I call/ Save thou, my rose; in it thou art my all”. Pero un príncipe siciliano, qué quieren que le diga, es un príncipe y Shakespeare, otro. Así que me traje el librito.

3- El arte de tener siempre razón, de Arthur Schopenhauer, El Barquero, 2009. Este libro no tiene razón. Ahora lo sé y eso que aún no lo he abierto. El arte sería, en todo caso, estar siempre en lo cierto, y para eso hay que reconocer muchísimas veces que no se tiene razón. La voluntad es la que se empeña en llevarse el gato al agua a toda costa. Me lo leeré para justificar el gasto, pero sin esa ilusión ilusa que me hizo cogerlo al vuelo de una estantería: un lapsus libri.

4- Cartas. Emily Dickinson. Lumen, 2009. Estoy tan enganchado a la correspondencia de Flannery O’Connor que me he apuntado a cartearme con toda solterona americana con talento que se me ponga a tiro. A ver qué tal con ésta, porque he catado las cartas y las veo tan enigmáticas —y con los mismos guiones— como sus poemas: genio y figura hasta la sepultura. Claro que no me faltará, como ella dejó dispuesto, unas migas de pan que compartir con su célebre petirrojo.

5- El simple arte de escribir, de Raymond Chandler, Emecé, 2004. Más cartas, pero de un solterón esta vez, para que nadie diga que hago discriminación (positiva) por razón de sexo. Ahora mismo, al escribir el título, me ha dado mala espina: ¿simple el arte?, ¿simple escribir? Huy, huy…

6-Si me necesitas, llámame. Raymond Carver. Anagrama, 2001. Tampoco discriminación por razón de género, ea, que ya leí sus poemas, y ahora voy a darle una oportunidad a sus relatos, tan recomendados por tantos amigos.

7- Aforismos. Georg Christoph Lichtenberg. Cátedra, 2009. Lo abrí y empecé a encontrarme autorretratos míos: “Espera no sobrepasar los tres platos en la comida y los dos en la cena, con un poco de vino, y no carecer ningún día de patatas, manzanas, pan y también un poco de vino; en ambos casos se sentiría desgraciado. Ha estado siempre enfermo cuando ha vivido más allá de esos límites. Leer y escribir es para él tan necesario como comer y beber; espera que nunca le falten libros. En la muerte piensa muy a menudo y nunca con repugnancia; desearía poder pensar en todo con tanta serenidad, y espera que su Creador le pida afablemente un día una vida de la que él, en verdad, no fue un poseedor excesivamente buen administrador, pero ciertamente tampoco un malvado”. No un malvado, pero sí un poco vanidoso: me lo compré corriendo para ver qué sigue contando de mí.

8- Epigramas venecianos. Johann Wolfang von Goethe. Hiperión, 2009. Es fama que los de Jerez, cuando paran en el peaje de la autopista de Sevilla, enseñan el pasaporte. Los del Puerto no llegamos a tanto, pero yo, a pesar de las librerías, cuando viajo a Madrid padezco jet lag. Por eso, este epigrama de Goethe me llegó tan hondo:
Ancho y hermoso es el mundo, pero cómo agradezco a los cielos
que un jardincillo cerrado por gracia me pertenezca.
¡Llevadme otra vez a mi casa! ¿qué hace un jardinero viajando?

9- Prosas entreveradas. Fernando Aínsa. Ediciones de la Librería Cálamo, 2009. Una excepción: este librito no lo compré por su contenido, sino por su diseño. Luego, dentro, me encontré con que “a toda excepción le gustaría encontrar su regla” y con esa maravilla laboral que ya había recogido Navascués al final de su entrada y que quizá utilice para algún artículo y con este uni-verso de desamor: “He perdido demasiado tiempo en su cuerpo” y con este microcuento de amor constante más allá de la muerte (del amor):
Ella me dijo al separarnos:
—Seguro que te olvidarás de mí.
—Sí —le confesé— me olvidaré de ti todos los días
10- Instantes. Nueva antologia del haiku japonés. Traducción, introducción y notas de José María Bermejo. Hiparión, 2009. Las traducciones, a un golpe de vista, son maravillosas, y mantienen más o menos el molde métrico, lo que se agradece. Se agradece casi siempre: en un haiku de Yasuhura Teishitsu que en japonés es
korewa korewa/ to bakari hana no/ yoshinoyama
ha traducido: "Oh, oh, oh, oh,/ balbucí ante las flores/ del monte Yoshino". Es muy útil la edición bilingüe porque uno puede atisbar que en la v.o. sólo balbuce dos veces “Oh”, que es una medida bastante sensata de balbuceos. Los cuatros ohs de la versión española son excesivos y rozan o la tartamudez o la verborrea. Uno se los explica sólo por las cinco sílabas de rigor, porque un caballero ante las flores del monte Yoshino lo más que balbucea es Oh, oh, y ya eso es de sobra emocionante. Pero es un fallito menor, carne de entrada de blog y nada más, en unas traducciones que por lo que he podido ver son excelentes.

Y así estaba yo, tan contento con mi relativa austeridad de número redondo, cuando al día siguiente aparece de pronto mi hermano Jaime y me trae un regalo de El Rastro: First and Last de Truman Capote. Menos mal que mi primo Fernando López de Artieta traía bajo el brazo un sobre con un libro suyo manuscrito. Mentalmente hice la suma y salían ¡doce! Un número precioso, simbólico. “Todo perfecto, las doce en el reloj”, suspiré mientras me arrellanaba en el sillón del tren de vuelta a casa.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Raymond Carver, relatos, gran elección.

Fuego negro dijo...

Me quedo con tu comentario al libro de Schopenhauer.

" El arte sería, en todo caso, estar siempre en lo cierto, y para eso hay que reconocer muchísimas veces que no se tiene razón".

Yo añadiría que la única manera de estar en lo cierto es decir: "No lo sé".

Ignacio dijo...

¡Qué gran noticia la edición de los Escolios! Corro a buscarla.

El arte de tener razón es un título irónico. Trata de cómo ganar discusiones con todo tipo de artimañas. A mí me divirtió mucho, porque coincidió con mi etapa de forero desatado y me vi retratado.

Y siguiendo con los títulos, el de las cartas de Chandler tiene toda la pinta de ser un invento del editor, jugando con el de otro libro suyo (de relatos), El simple arte de matar.

Los epigramas venecianos, ¿son de algún modo sobre Venecia o sólo escritos allá? es que estoy recopilando cosas sobre la Serenísima.

Que tengas buena y provechosa digestión.

Luis Valdesueiro dijo...

¿1407 páginas? ¡Pues sí que ha crecido! La edición que yo tengo de Sucesivos escolios a un texto implícito -Instituto Caro y Cuervo, Santafé de Bogotá, 1992- tan sólo tiene 184, y lo cierto es que, según mi opinión, si tuviera menos, el libro lo agradecería.

E. G-Máiquez dijo...

No sé qué tal selección harían en Bogatá, Luis, pero la completa es una fiesta. Ya te diré cuando acabe, pero por ahora me temo que se me quedará corta... Haces bien en correr, Ignacio.

Supongo que tendrás razón en la ironía del título de Schope. Yo no la tengo, entre otras cosas, porque todavía no me he leído el libro. Luego, ¡tiembla, querido amigo!

Ah, el simple arte de matar, eso sí tiene sentido. Gracias.

Y sí, tiene algunos epigramas estrictamente venecianos (sobre las (malas) costumbres, principalmente). Para tu trabajo, merecerá la pena, creo. Supongo que conocerás el libro sobre Venecia de José Luis García Martín, y su blog, donde no para de darle a la Serenísima.

Ignacio dijo...

No lo conocia, muchas gracias. La idea, visto que añadir más palabras a la montaña ya acumulada sobre la ciudad me resulta empresa vana y presuntuosa, es escribir un libro de citas (que es la mejor manera de ser original, según un epigramista que no recuerdo).

Me lo fío largo, pero lo acabaré haciendo.

E. G-Máiquez dijo...

Hay una de Gaya, describiendo Venecia en la imagen de la olita que rompe en el escalón de mármol que es inolvidable. Creo que está en Diario de un pintor.

Manupé dijo...

Pués me quedo con Schopenhauer y sobre todo con Truman Capote.