El presentador de Historias
de un Dios menguante, Cristóbal Serna Donaire, nos contó con todo lujo de
detalles sus inquietudes, desazones, vicisitudes y desvelos desde que el autor
le pidió que interviniese en el acto. Fue desternillante; y aún así dejó caer
una clave de lectura esencial: hay que seguir el hilo no narrativo que une a
estos cuentos en principio completamente independientes. Estoy de acuerdo: una omnipresencia ausente —que se va haciendo obsesiva relato tras relato— es lo
que marca la diferencia entre estos relatos y otros cualquiera. Dicho lo cual y dicho como de pasada, Cristóbal Serna retomó la minuciosa descripción de sus zozobras y soliloquios.
Nos sentimos muy identificados cuando contó que una madrugada se despertó y se desveló
del todo ante la duda de si llamar al autor José Mateos o Pepín durante la
presentación.
José Mateos (o Pepín) también dejó caer algo fundamental en sus
palabras. A sus años, después de haber leído tantos libros maravillosos,
viajado algo, contemplado paisajes preciosos, oído músicas magistrales, visto
cuadros supremos, ha llegado al convencimiento de que nada es más hermoso que
una persona que se entrega por otra desvalida. El relato donde encarna esa
tesis se titula “La piedad”, pero podría haberse titulado “La plenitud”.
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