Cuando he de hacer gestiones por el Puerto, me autocompenso oyendo las conversaciones de la gente. Normalmente son muy divertidas y así entretengo el sopor administrativo. Ayer, sin embargo, fueron un mazazo, sumado a la cantidad de pequeños negocios que se traspasan y a los mendigos incluso en los portales de las casas de vecinos. Una señora y su hijo. Éste protestaba de su padre, porque "y además se niega a ir a Cáritas". Me partió el alma, más que por Cáritas, por la protesta. Luego, en la puerta del banco, otra conversación: "Me dijo que si lo denunciaba me arrancaba la cabeza". Uf. ¿Qué se fizo de la simpatía y el humor de la salada gaditanidad? Más tarde, en la cola del supermercado: "No tiene un detalle conmigo, ni me invita a comer", dice un joven. Contesta la chica, más misericordiosa: "A lo mejor no tiene dinero". "Qué no. Si le tocó un número y cogió 400 €. Ya me podía invitar a comer". Esa insistencia en comer me recordó al Lazarillo. Y aunque el libro me gusta mucho, el recuerdo se me hizo amargo. No hace nada que los paseos por El Puerto me recordaban a los Álvarez Quintero, o tempora.
sábado, 24 de noviembre de 2012
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2 comentarios:
O tempora, o paupertates (o algo parecido en latín podría decirse ¿no?). Realmente triste. Han de venir tiempos mejores. Mientras tanto, habrá que estar atentos para arrimar el hombro.
Da pena el Lazarillo que pasa hambre, y más el que termina teniendo asegurada la comida.
Jilguero.
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