Mi padre había podado su jacaranda y me ofreció la leña. Corrí a recogerla ilusionado y de vuelta a casa a encender la chimenea. Esperaba una llamarada azul, como si fuese de gas, pero de flor. La llama era como siempre, pero nos gustó lo mismo, y además les conté a mis hijos lo del verso de Sánchez Mazas que asimila las hogueras a tremolantes —rojo y oro— banderas nacionales. Ellos me miraban como quien oye arder. Sin embargo, igual que a la puesta de sol las últimas tardes de verano le veíamos el rayo verde, aunque no, a la primera chimenea del invierno le veíamos la leve flor de la jacaranda, y quizá, eso sí, su olor.
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