miércoles, 23 de mayo de 2007

Los últimos de la lista

Un deporte nacional nuestro es meternos con los políticos. Ellos corresponden dando motivos. Al menos en esto no defraudan las expectativas del pueblo soberano y cumplen con la afición. Sin embargo, de eso al desesperado estoicismo del “todos son iguales” media un trecho. Si fuesen idénticos, la democracia no tendría sentido y nos echaríamos a suertes a los alcaldes, como propuso paródicamente Chesterton en El Napoleón de Notting Hill. Algo ahorraríamos en campañas electorales, con sus kilos de basura en carteles y demagogia.

No es el objetivo de este artículo explicar qué políticos son más iguales que otros, que ya se ve, creo. Lo que sí pretendo es decir cuáles son los más diferentes y, por tanto, los mejores. Mis políticos favoritos son los que van los últimos de sus listas, o sea, los que jamás tocarán poder.

Al sacar de mi apretado buzón la propaganda electoral y echar un vertiginoso vistazo a las fotos de los candidatos, mis ojos se han parado con ternura en los puestos finales de cada lista. Allí están los que, sin ninguna esperanza de alcanzar su canonjía, prestan rostro, nombre, prestigio personal y profesional a un partido político que es bastante probable que no lo merezca. Incluso en el caso, tan frecuente, de que sus siglas no sean para nada las mías, siento gran admiración por quienes asumen un compromiso desinteresado.

Porque señalarse —y uno, como articulista, lo comprueba cada semana— no es lo más cómodo: ni siquiera los más o menos partidarios se quedan del todo contentos, o por más o por menos. Afortunadamente, en Andalucía, gracias a nuestra tolerancia congénita —uno de los grandes activos de esta tierra—, no es necesario llegar a los extremos heroicos de otras partes de España, donde defender según qué ideas o ir por según qué partidos puede costarte un disgusto muy serio; pero en cualquier caso también aquí supone dar un paso al frente. Como es imposible que todos compartan nuestras posturas, significa arrostrar en muchas miradas una mezcla de perplejidad y leve reproche.

Para los que saquen plaza de ediles, todo eso va en el sueldo, al menos en el sur, donde la sangre no llega al río. Para los que no, su único pago será la satisfacción del deber cumplido. Si hubiese listas abiertas, yo empezaría a votar de atrás para delante, pero como no me dejan, escribo este artículo. No puedo hacer otra cosa. Ni siquiera exclamar: “que gane el mejor”, porque sería reaccionario. En democracia gana el más votado y punto, o ni eso, que luego vienen los pactos post-electorales… De ninguna de las maneras ganarán los últimos, ay, que son los primeros en mi lista particular.
[Joly]

1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué haríamos entonces con los que quedaron fuera de semejante listado?

Anteponerlos a los últimos tal vez? Y los que ni tan siquiera se plantearon participar en cualquier fórmula de asociación, y así sucesivamente, los iríamos colocando delante?

Tal vez de ese modo, probablemente, llegaríamos a nosotros mismos. Nos apuntaríamos decididamente con el pulgar nuestro rostro con los pelos descosidos y nos diríamos, mirando esa planicie espectral:

"Tú eres mi mejor candidato!"

Saludos.