miércoles, 16 de mayo de 2007

Elogio de la hipocondría

De todas mis enfermedades, la única real es la imaginaria. Del mismo modo que no sé pasar por un poema o una novela sin hacer mías su emoción o sus vicisitudes, soy incapaz de leer las indicaciones del prospecto de un medicamento sin convencerme de que fue hecho específicamente para mí. Oír la descripción de una patología es sentirla en mis propias carnes.

Por fortuna, además de una fuente de ingresos para los médicos, la hipocondría es una fuente de felicidad. Quien acude a una consulta convencido de padecer cáncer de huesos y resulta que tiene, quizá, un conato de reuma, sale dando botes de contento. Ponerse en lo peor facilita que la realidad nos sorprenda, en la mayoría de los casos, para bien. Mi fervor realista se fundamenta en que la vida misma acostumbra a endulzarme, contra todo pronóstico, la existencia. (Se complace, en cambio, en amargar a los utópicos.) Asumo, desde luego, que alguna vez mis sospechas se mostrarán fundadas; pero entonces me consolaré del disgusto echando en cara a mis incrédulos, guasones, indiferentes familiares eso tan satisfactorio de: “Ya lo decía yo…”

Para la práctica de la lírica, la hipocondría es maravillosa. Antonio Machado pensaba que escribir sobre la muerte es una obligación profesional de los poetas y que hay quien la cumple como quien rellena un formulario. No así el hipocondríaco, que lo hace con mucho sentimiento. Sin hipocresía ninguna, yo me he escrito varios epitafios. Entre ellos, el que me gustaría que grabaran en mi mármol: “Esperanza, compañeros:/ las almas viven y encima/ resucitarán los cuerpos”. El mismo Machado, que sabía que el golpe de un ataúd en la tierra es una cosa perfectamente seria, nos perdonará la sonrisa. Si nos pusiésemos perfectamente metafísicos, habría que proscribirla. O todo lo contrario, que teniendo en cuenta lo inevitable de la cosa, cualquier humor es —bien mirado— humor negro.

La hora de la verdad nos planta, como su propio nombre indica, frente a la honestidad en punto, y la hipocondría hace el papel de aquel esclavo que en los triunfos romanos iba susurrándole al Emperador: “Recuerda que eres mortal”. Sería de agradecer que nuestros hombres públicos (políticos, fiscales, magistrados) dispusiesen de ese Pepito Grillo virtual, por no hablar de la conveniencia de haber leído al menos la primera parte de la Divina Commedia y de creer en el Juicio. De esa forma ejercerían sus funciones —por ejemplo, en el caso de la legalización a medias de la ANV— sin tantas concesiones al cálculo inmediato, con más valor y coherencia. Con otra responsabilidad. Un memento mori a tiempo es de lo más saludable.
[Joly]

11 comentarios:

Enrique Monasterio dijo...

"De todas mis enfermedades, la única real es la imaginaria." El artículo entero es redondo como su primera frase.
Estupendo

Anónimo dijo...

En plan hipocondriaco, pensé: todo el artículo no va a ser tan bueno como el comienzo. Pero me equivoqué, para bien, y es aún mejor. [Pido disculpas por la desconfianza].

Inma dijo...

Muy buen artículo: ¡redondo!
¿Qué hubiera sido Juan Ramón sin su hiperestesia e hipocondría?.

Ay, quiero que empiece a dolerme algo...

Anónimo dijo...

Acertadísimo. ¡Qué consuelo! Mira, Rocío:¡otro hipocondriaco! Ayer mismo hablábamos de esto.

Anónimo dijo...

Pocos meses antes de morir, Hume escribió estas palabras: "En la primavera de 1775, tuve un mal de entrañas, que, en principio, no me causó ninguna inquietud y que, con el paso del tiempo, juzgo mortal e incurable. Asumo, desde ahora, mi pronta desaparición. Esta enfermedad se ha visto acompañada de poquísimo dolor y, lo que resulta más extraño, pese al decaimiento de toda mi persona, nunca he sentido que se abatiera mi espíritu; de suerte que, si se me preguntase a qué época de mi vida me gustaría regresar, estaría tentado de responder que a este último período." (David Hume, "My own Life")

Alberto dijo...

Dice Steve Jobs, fundador de Apple y Pixar, que la muerte es el mejor invento de la vida. Me ha encantado tu artículo Enrique, y me he acordado de un famoso hipocondríaco llamado Woody Allen que dice eso de: "no es que tema a la muerte, es sólo que no quiero estar ahí cuando llegue".

SalU2!!!

Anónimo dijo...

¡Qué bonito! Hay que tener arte para hacer un artículo tan sonriente y genial empezando por la hipocondría y acabando en los novísimos.
Y es que no sé cómo serás de hipocondríaco, pero optimista desde luego lo eres un montón: ¿No te parece que para que el recuerdo de la muerte despierte la responsabilidad y plante frente a la honestidad, primero tiene que haberlas? ¿Y si les da por el carpe diem: Hoy comamos y bebamos, y pactemos y blindemos, y les demos y folguemos que mañana ayunaremos...? ¿De qué serían capaces algunos en viéndose libres de pasar por las urnas? No sé yo si casi mejor sin Pepito Grillo.

Jesús Beades dijo...

"Las dos palabras más hermosas del mundo no son "te quiero", sino "es benigno" ", decía también Woody Allen.

E. G-Máiquez dijo...

Mas trincao, CB. Ya sabía yo que lo del Carpe diem rondaba amenazante toda mi teoría, pero no pude (por falta de espacio) explicar/excusarme. Yo me barrunto que, en el fondo, pensar en la muerte les chafa el Carpe diem, que sólo funciona bien cuando la inconciencia o mejor, cuando, como en nuestro caso, se puede exclamar: se vive una vez, sí, y es para siempre.

Laia dijo...

Hola, no he podido evitar hacer un comentario de tu artículo. Hay alguna parte que me parece bien, pero se nota mucho que no eres hipocondriaco. Un hipocondriaco nunca podría pensar como tu. Un hipocondriaco optimista?? Lo dudo mucho...Un hipocondriaco saliendo dando botes del médico? Imposible! Si, tenemos humor, humor negro, pero en el fondo, por mucho que nos ríamos siempre nos ronda el ¿y si? Siento ser la única crítica. Però de todas formas me ha gustado el artículo. Buen intento!

E. G-Máiquez dijo...

Todo lo contrario. Me encanta tu crítica y te la agradezco. Quizá mi optimismo se deba (descontando la inconciencia] a algo que me dio pudor contar: la creencia de que, a fin de cuentas, morirse no es el final,ni mucho menos.