viernes, 4 de mayo de 2007

Terciando

Me debo haber perdido algo —no sé, que en un pueblo se hayan empeñado en conservar la vieja tradición de tirar una cabra desde el campanario o similar— porque, si no, se me escapan los motivos de las entradas de dos de mis más (y ya es decir) admirados contertulios de la blogosfera. De fondo tienen toda la razón, por supuesto. Dice uno: “Sólo habría que dar la batalla en favor de las tradiciones cuando éstas garantizan, frente a las innovaciones irreflexivas, la defensa de un orden moral”. A lo que yo respondo: “Amén”. Secunda el otro: “La labor regeneradora que debe hacer un conservador —para sí mismo, en primer lugar—, es considerar qué cosas merece la pena conservar”. Yo repito: “Amén”. Dichos los cuales amenes, confieso que a estas alturas de la historia tanto aviso me descoloca un poco, porque va de suyo. Quiero decir que en la misma entraña de la tradición está su depuración constante, a cargo de lo inexorable del olvido y el acabamiento. El conservador irremediablemente ha de preguntarse qué hay que conservar de entre lo mucho bueno, puesto que conservarlo todo es imposible y lo malo ya sobraba desde el principio. Además las innovaciones reflexivas de ayer terminan engrosando las tradiciones de hoy, que también habrá que defender mañana. El conservador lucha dentro y contra la corriente del tiempo una batalla que de antemano sabe perdida y que a la vez es inacabable, lo cual le da ese halo suyo de melancolía y de emoción y hasta, si se me permite, de heroísmo trágico. Sólo la memoria misericordiosa de Dios podrá salvar la suma de lo noble, lo hermoso o lo delicado que los calendarios revuelven sin parar y se llevan por delante. La compasión, por eso, es el alma del conservadurismo. Y tras la piedad, la acción, en la medida (muy pequeña) de lo posible. Lejos de estar vuelto de espaldas, el amor a las tradiciones mira de frente, preguntándose qué puede ofrecer al futuro. Estas notas apresuradas, mientras reconocen las necesarias críticas (claro, claro), no quieren dejar de decir que también tendríamos que conservar a los conservadores, esa especie en peligro de extinción.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Hombre, para ser honestos hay que mirar un poco más a la realidad y menos a las novelas británicas. Y los conservadores que uno conoce en su entorno tienen como meta en la vida conservar sus bienes y privilegios, y apoyan la tradición y la continuidad sólo en cuanto que les beneficia.

E. G-Máiquez dijo...

En España no hay conservadores sino conservaeuros, denuncia el Marqués de Tamarón. Y ésos deben de ser, Ignacio los que tú conoces como son muchos de los que yo conozco. A los cuales no les vendría mal leer un poco más (también novelas británicas.)

Jesús Beades dijo...

"Tanto aviso" es necesario, o al menos a los dos contertulios se lo parece por alguna razón; quizá sea la misma de Chesterton, que veía como labor prioritaria defender lo que durante siglos ha resultado evidente, y ahora no, por el procedimiento de mirarlo mil veces para verlo de nuevo. O de dar un lago viaje para volver a casa.

Por otro lado, en realidad lo que ambas citan tienden a deslindar es la noción esencial de conservador de los conservadurismos; que no son teorías sobre tirar cabras convenientemente, sino más bien una actitud ante la vida, que se aferra y se aferra, y desconfía y desconfía, y no piensa ni lee (ni siquera novelas británicas).

No sé si hay que conservar a los conservadores; como liberal -mucho más que conservador- diré que lo que no se conserva solo, que se extinga. Si algo tiene razón de ser, será. Salvo que tú seas el modelo de conservador, en cuyo caso me manifestaré en la puerta del Sol para que subvencionen el conservadursimo.

Dal dijo...

Lo que no es tradición es plagio.

Anónimo dijo...

La expresión original era conservaduros, creo. Suena mucho mejor, pero se perderá con el cambio de moneda como tantas tradiciones ;-)

Por otra parte, no me acaba de gustar el recurso de restringir la definición de lo que estamos defendiendo a los aspectos positivos. Me refiero a frases del tipo: ah, pero eso no es amor de verdad, o no son vascos, son hijos de puta, que en el fondo vienen a negar que el amor sea en ocasiones un sentimiento dañino, egoísta y maléfico, o que hay vascos que son unos hijos de puta.

En el caso que nos ocupa, el conservadurismo es una postura que tiene lados mejores y otros peores, y habrá que valorarlo en su totalidad. Cuando, por ejemplo, los conservadores de todos los tiempos se han opuesto a las mejoras de vida de los que tenían por debajo estaban haciendo mal en tanto conservadores, no a pesar de esa condición.

Jesús Sanz Rioja dijo...

Amén. La tradición es algo siempre "in fieri". Nada de fósiles.

E. G-Máiquez dijo...

Ignacio, tienes más razón que un santo (ups, con perdón) en denunciar el reduccionismo positivo y el no valorar las cosas con integridad. Mea culpa. Asumo todo lo que dices de los errores de los conservadores en tanto conservadores. Estando en estas razones, en defensa del conservadurismo acude -como era de esperar- Eliot a mi memoria: concretamente cuando decía [hablando de poetas, pero extensible al caso] que casi siempre los defectos son condición necesaria para las virtudes paralelas. Además, como creo en el trabajo en equipo, ya se encargarán los progresistas de corregir esas resistencias innecesarias y esa pizca de exageración cada vez más necesaria y menos exageración.

También muy touché por Beades y su manifestación en la Puerta del Sol. Es mutuo, que conste. Liberales y conservadores estamos condenados a ir de la mano(¡qué dirían nuestros bisabuelos!), dejando los interesantes matices para estas discusiones blogzantinas...

Anónimo dijo...

Yo hablaba en mi texto de tradición, de actitud ante las tradiciones. Había leído recientemente unas cosas de Popper al respecto, que, en conjunto, suponían una defensa de la tradición (para él, la principal fuente de conocimiento). Esa defensa de la tradición por parte de un liberal convencido me resultaba paradójica sólo en apariencia; al fin y al cabo, y entre otras que podrían ser compartidas por un liberal, éste se adscribe a "su" propia tradición, es decir, a la tradición liberal. En el caso de Popper, además, a una tradición científica. Yo hablaba, como digo, de tradición y de actitud ante las tradiciones, y, a cada paso, se me planteaba la cuestión del conservadurismo, entendido no como una posición ideológica exclusiva de los que conocemos como "conservadores", sino como una respuesta compartida por muchas ideologías a la hora de enfrentarse a la presión, al desafío de los cambios. Es un asunto sobre el que merece la pena meditar.