Veinte años [justos] releyendo
Retorno a Brideshead, y sólo ahora descubro la inmensa deuda que Waugh tiene [y reconoce] con el John Henry Newman de
Loss and Gain. De muestra, un botón: los nombres de los protagonistas, Charles Reding y Charles Ryder, nada menos.
Qué bien me hubiera venido leer la novela (que como novela no es gran cosa, pero como libro, ¡ah amigo!) en aquellos años míos de Universidad. Y qué pena no haber manejado el dato cuando hablamos de los nombres propios de Brideshead. Hace poco Manupé apuntó que tal vez Cordelia podría venir de Kierkeegard. Jo, en cada retorno una novedad.
Y así seguimos, descubriendo Mediterráneos. Otro: la deuda del Chesterton de
Ortodoxia también con Newman. ¿Recuerdáis aquel épico fragmento en el que GKC explica que a los cristianos se les acusa simultáneamente de cobardes y de sanguinarios, de puritanos y de carnales, de pobres y de ricos, etc., según el punto de vista del que los mira, como a un hombre normal lo ve gordo un anoréxico y anoréxico un gordo? Bien, pues lean a Newman. Lean:
He becomes the paradox witch Scripture enjoins. This is variously fulfilled in the case of men of advanced holiness. They are accused of the most opposite faults; of being proud, and of being mean; of being over-simple, and being crafty; of having too strict, and, at the same time, too lax a conscience; of being unsocial, and yet being worldly; of being too literal in explaining Scripture, and yet of adding to Scripture, and superseding Scripture.
[Parrochial and Plain Sermons, Vol. V, Longmans, Green and Co., London 1891, p. 67. Para la traducción esperaremos a que el sabio Víctor García Ruiz llegue al V. V.]
Newman me perdonará esta
mediterranitis profunda. A fin de cuentas, él, tan británico,
ergo tan atlántico, también descubrió en su momento el Mediterráneo, el
mare nostrum, la madre de todos los mares.
Y qué alegría descubrir anoche que el mismísimo
Papa de Roma está (o estuvo) leyendo a Newman con una pasión parecida [mucho mejor, pero parecida] a la mía. De rebote, Ratzinger me descubre otro Mediterráneo nuevo. San Agustín, con San Gregorio de Nysa, pensó al principio que, una vez convertido, todo sería una caída hacia la luz, como la de la gravedad, pero hacia la gracia. Enseguida se dieron cuenta, ay, que más que
ascensus alado la cosa era un
iter áspero, lleno de las curvas y los recodos de las
reconversiones. Encuentro aquí otro motivo para seguir admirando a Dante, pues en la
Divina Commedia, si uno cae, él no deja que nada se pierda: conjuga a la perfección la idea del
iter [a través del inferno y en la primera parte del Purgatorio] con la del feliz
ascensus [el segundo Purgatorio y, sobre todo, el Paraíso].