domingo, 7 de marzo de 2010

Escritor hasta la muerte

El artículo de hoy es testimonial, columna protesta o propuesta, si se me permite, al final. La literatura era la última de mis preocupaciones cuando lo escribí. Sin embargo, a mí, caso perdido, lo que más me gusta son dos pequeños trazos de escritor, sabiendo que lo más importante, por esta vez, es el fondo de la cuestión.

Primer trazo: los paréntesis del primer párrafo que dibujan el perfil de dos embarazadas, sobre todo el segundo (con su punto dentro.) Cada vez que lo leo, me entra un estremecimiento lírico. Qué hermoso caligrama, me digo.

Y como yo me lo digo todo, mi otra felicidad es más combativa. Más que felicidad, jolgorio o, incluso, cachondeo: un epigrama, vamos. Un adjetivo tan redondo, al menos en el sentido literal, que no se sabe si califica a su derecha o a su izquierda o a ambas en una confusión enorme, parecida a la que tienen: "Es una mentira de las gordas de las abortistas".

(No todas las abortistas --véanse las ministras-- están gordas, pero por ahí se entiende. Ni yo estoy muy en línea, desde luego, pero es que cuando uno escribe es la línea sobre el papel o el bolígrafo que la traza, y esos sí que son finos, o deberían.)

25 comentarios:

Juan Antonio González Romano dijo...

Y el humanismo es el código de circulación de la vida. Qué bueno. También en esto, me temo, Enrique, clamamos en el desierto. Un abrazo.

Verónica dijo...

Magistral tu artículo de hoy. Hace tiempo que este tema debería abordarse abiertamente. Yo tengo dos amigos de la infancia y una prima que, en el espacio de dos años, se han suicidado. Es algo que, en su momento, me marcó profundamente, y me llevó a plantearme por qué se habla tan poco de estos temas, que causan tal impacto familiar y social. Mejor hacer como si el problema no existiera. La raíz del asunto estriba, como tú con acierto apuntas, en el desarme moral de la sociedad, que, precisamente en el tema del suicidio, se enfrenta a todos sus fantasmas y contradicciones. Juan Pablo II lo definió certeramente como "cultura de la muerte", y refleja muy a las claras el punto de decadencia que Occidente ha alcanzado en nuestro tiempo. No quiero hacer política, pero me parece que ZP y su política representan, en este sentido, lo peor del panorama actual: ¿por qué su obsesión por el aborto -crea un Ministerio sólo para ampliar la ley-, por la eutanasia -apoyando al Dr. Montes y llevándoselo de campaña-?

Luego, eso sí, hace tiempo que sabemos que la primera causa de muerte entre los jóvenes en Andalucía (la Comunidad de Aido) y ahora, parece, también en el resto de España, es el suicidio. ¿Qué nos está pasando?

Retablo de la Vida Antigua dijo...

Coincido en la gran altura de su artículo.

Sería muy interesante analizar las épocas en las que el suicidio ha sido un hecho frecuente. Épocas de angustia, de total incertidumbre y de vacío.

No es casual, por ejemplo, que cuando las elites romanas dejan de creer en los dioses se difunda el estoicismo, con su justificación moral del suicidio.

O cuando la Ilustración deja de responder a todas las incognitas, dejando a la infalibilidad científica en su justo lugar ( es el tiempo de Werther).

O cuando el modelo sueco, en el siglo XX, deja ver sus enormes limitaciones (Aqui hay que recurrir a la lectura de Wallander, aunque no sea ni Cicerón ni Goethe).

Lo de ahora es incluso peor: "la muerte como catástrofe", de la que hablaba Max Scheler.

Saludos de su seguro lector.

marinero dijo...

De nuevo, me parece ver por aquí una sospechosísima tendencia a leer los datos de la estadística (e incluso los de la realidad) como a cada uno le place. Cito: "Entre los 10 países con mayores índices de suicidios en el planeta, seis son miembros de la Unión Europea, de acuerdo con el último informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS)". Dado que, como se ha dicho repetidamente (hace unos días aún lo recordaba Aquilino Duque) Europa es -entre otras cosas- hija del cristianismo, ¿concluimos que éste es un incitador al suicidio?
Otro dato: España es, dentro de los europeos, uno de los países con MÁS BAJO índice de suicidios. La culpa, sin duda, es de Zapatero, aunque todavía quede por establecer de qué tiene la culpa exactamente en ese asunto.
Claro que el problema existe; pero darle soluciones demagógicas diciendo que la culpa, por definición y sin razones (para qué) es de los otros, que para eso son los malos malísimos, no me parece a mí que sea la mejor manera de intentar afrontarlo.
Es un hecho, por ejemplo, que la gente no se suicida menos en los países cristianos que en los que no lo son (luego no será la causa algo tan simple como la falta de valores cristianos).
El problema de ciertas creencias, o de ciertas maneras de vivir una creencia (más bien esto último) es que se conocen las respuestas -generadas automáticamente por las propias convicciones- incluso antes de plantear las preguntas. Y, si luego los hechos no se ajustan a dichas respuestas, ¡tanto peor para los hechos! Y el problema de ciertas convicciones políticas es que llevan a la gente a empeñarse en ver la realidad sólo con un ojo -en este caso, el derecho; en otros, el izquierdo. Si se la ve con los dos, la cosa se vuelve, desde luego, más complicada. Y más interesante. Pero, eso sí, a costa de volverse imposible de ajustar, ni siquiera a hachazos, a ciertos estereotipos.

María dijo...

Educación vital, sí señor. Cómo afrontar una cuesta arriba, o acaso más difícil, la cuesta abajo.
No marearse en las curvas, resistir l vértigo del exceso de velocidad, la vida está llena de todo esto.
Y cuán relacionado está el aborto con el suicidio. ¿Se está investigando eso?

E. G-Máiquez dijo...

Mi estereoscópico marinero, lo de Europa, más que a sus raíces cristianas, creo yo, después de mirar bien con los dos ojos, puede deberse a su opulencia. Y a su flirteo con la cultura de la muerte, que como dice María ese es un camino que hay que investigar.

Por otro lado, le reconozco que el Cristianismo potencia al máximo la libertad individual, y algunas personas, acostumbradas a ejercer su santa voluntad, pueden acabar haciéndola cuando ya no es santa y se revuelve contra uno. No olvidemos que uno de los íntimos de Jesús se suicidó. Quizá por todo eso la Iglesia ha sido siempre tan dura con los suicidas. Dureza que defendió Chesterton en páginas inolvidables que Borges leyó no olvidó: en su poema "El suicida" hay ecos de ellas.

Con todo, y como usted, que mira todo con tantísima atención, sabe, Europa a estas alturas no es sólo cristiana, sino muchas cosas más, y no está bien sacar ahora lo de la Cristiandad para cargarle con el muerto del suicidio. Gómez de Lesaca apunta, con mucho tino, a distintas épocas de la cultura europea, donde ha tenido desfallecimientos. Ese es un hilo que tendríamos que seguir.

En todo caso, le agradezco que me dé carrete, a usted y a todos, porque como advierte Verónica, este es un tema que hay que coger por los cuernos, y todas las manos y todas las perspectivas son pocas.

E. G-Máiquez dijo...

El que no clama en el desierto, querido JAGR, es Francisco Bejarano, a pesar del título de su columna. ¿Has visto los votos que tiene?

Juan Antonio González Romano dijo...

Gracias, Enrique, por el enlace; el artículo es excelente, muy valiente. Y los votos, esperemos que sean todos reales. Un abrazo.

marinero dijo...

No tengo claro por su respuesta si EGM ha entendido mi intervención anterior. Yo, desde luego, no deduzco del dato facilitado por la OMS que el cristianismo sea especialmente incitador al suicidio: sólo pongo esa deducción absurda como ejemplo de a dónde puede llevar el leer los datos en la dirección que nos parezca.
Yo, que no soy creyente, desde luego no soy -menos aún- anticristiano. Pero sí desconfío de quienes tienen un sistema de creencias que les proporciona ya de antemano ciertas respuestas: la tentación de encajarlas con los datos reales, cuadren bien o cuadren mal (o no cuadren en absoluto) es, mucho me lo temo, sumamente difícil de resistir.
Cuando EGM dice en su artículo -y se muestra luego orgulloso de la frase- que "sobre mi cuerpo decido yo es una mentira de las gordas de las abortistas" olvida, interesadamente -supongo-, que esa opinión no la sostienen únicamente "las gordas de las abortistas", sino muchísimas mujeres que no han abortado en su vida, ni lo harán, y muchísimos hombres además. Que él no esté de acuerdo con esa opinión no le autoriza, creo, a ocultar ese hecho.
Más: quienes están a favor de la despenalización del aborto no están "a favor del aborto", sino sólo a favor de que quien decida libremente recurrir a él pueda hacerlo sin arriesgarse a morir por las pésimas condiciones sanitarias e higiénicas a que se verá obligado a a someterse, ni tener que gastarse un dinero que acaso no tenga en dirigirse, para ello, a un país -como ocurre en la mayoría de los europeos- donde la ley sí reconozca la posibilidad de hacerlo en condiciones apropiadas.
Hay mucha gente favorable a dicha despenalización que es personalmente contraria al aborto, pero que no piensa que eso le dé derecho a excluir de todo amparo social y sanitario a quien decida abortar. En este asunto NO HAY un grupo de "buenos" (los antiabortistas) y otro de "malos" (quienes no lo son), sino ideas y convicciones mucho más complejas y matizadas de lo que aquí se lee.
Y digo lo mismo respecto al suicidio, a la eutanasia o a cualquier otro problema moral que se plantee.
Por eso quiero recordar, y termino, que no condenar radicalmente alguna de esas posibilidades, o todas ellas, no equivale a ser antihumanista (ya recordé en su momento que el humanismo no es un invento cristiano, y que quienes recibieron por antonomasia ese nombre se remitían a la antigüedad clásica, cuyas convicciones no eran las del cristianismo), sino sólo a ver las cosas de una manera distinta. Una manera que no les convierte ni en amorales ni en monstruos, aunque ciertas fáciles simplificaciones prefieran no verlo así.

E. G-Máiquez dijo...

La mentira de las gordas es que el feto sea su cuerpo, y eso, nos pongamos como nos pongamos, es mentira, lo sostenga quien lo sostenga.

Aunque tuerto, no había entendido mal su aportación; simplemente me pienso mucho todo lo que usted dice. Y me dije: "Anda pues es verdad que un apóstol, nada menos, se ahorcó, y que en algún momento, Jesús dice que más vale tirarse a un río con una piedra de molino atada al cuello..." Qué interesante, ¿verdad?

La ley actual rebasa con mucho el argumentario buenista, marinero. Reconoce el aborto como un derecho.

Y finalmente, quizá, usted no leyó bien mi mención al humanismo. Es una defensa de la educación y la cultura en general, sin excluir a los clásicos, nuestros abuelos. Si no se les estudia y se les aprecia de corazón, ¿cómo vamos a entender su punto de vista sobre el suicidio (o la esclavitud) y la radical revolución que impuso el cristianismo?

marinero dijo...

No seguiré una disensión que encuentro un tanto inútil; sólo recuerdo que en ningún momento he descalificado la postura contraria a la que yo defiendo, que me parece enteramente respetable aunque no la comparta. Quisiera estar más seguro de lo que lo estoy de que, por la otra parte -y no me refiero específicamente a EGM, siempre respetuoso y razonable- la actitud es la misma.
Y diré, de paso, una cosa para terminar: me hace mucha gracia el término "buenista", tanto en sí mismo como en la intención de emplearlo como "descalificativo". ¿Qué hay que ser, se supone? ¿"Malvadista"? ¿"Sadista"? ¿O quizá "neutralista", ni bueno ni malo, ni pa ti ni pa mí? Es verdaderamente cómico, en mi modesta opinión, ver en quienes suelen hacer profesión de (aspiración a la) bondad, y tantas veces a una bondad exclusiva (y excluyente), ese uso de un término fabricado a partir de ella.
Yo no creo que quienes defienden lo que defiende EGM sean, ni ellos ni su "argumentario", "malistas" ni "neutralistas", sino sólo que piensan, razonable y legítimamente, de un modo distinto al mío. Aunque, ciertamente, disienta en la intención que observo de convertir a toda costa ciertas convicciones privadas, del todo respetables en ese terreno, en obligaciones públicas que alcancen a todos, sean cuales sean sus convicciones o sus, en principio, igualmente respetables creencias...
Pero en fin, yo procuro disentir desde el respeto; las descalificaciones las dejo para otros. Ya hay demasiada gente a quien le apasionan; no es mi caso, o intento al menos que no lo sea.

Ignacio dijo...

Digo yo que para poder empezar a intentar sacar conclusiones de los datos de suicidio, aun a sabiendas de lo resbaladizas que son las estadísticas, sería necesario disponer de esos datos, y no del topicazo de que los suecos se suicidana puñaos por más estado del bienestar que tengan.

Nunca he entendido ni entenderé el secretismo oficial que rodea al suicidio, el mito del contagio (¿no se contagiarán las palizas a la propia esposa, de tanto comentarlas?), pero mientras lo que tengamos sean datos con cuentagotas y no generosas tablas de Excel con referencias cruzadas para aburrir, como las hay de cualquier fenómeno, estaremos hablando a oscuras.

Dicho esto, creo que la razón de que las muertes por suicidio adelanten a otras en el ranking en los países prósperos es que no nos morimos de otras cosas. En Irak es más fácil que te reviente una bomba antes de que te coja el spleen, en Nigeria encontrarás más fácilmente un vecino que te abra la cabeza con el machete antes de que en ella entren negros nubarrones de muerte. A veces las cosas son tan sencillas como eso.

Por otra parte, encuentro ridícula la expresión cultura de la muerte referida, por lo que creo entender, al modo de vida imperante en Occidente. ¿Qué quiere decir, que queremos morirnos todos, que nos encanta morir, que la vida no nos gusta a quienes hemos desarrollado técnicas complejísimas para prolongarla, como nadie antes, a nosotros que gastamos cantidades ingentes de dinero y arriesgamos otras vidas por salvar a un montañero perdido?

¿O que encontramos solaz en matarnos unos a otros, precisamente la única generación sin guerras desde hace milenios?

Porque no puede referirse al placer estético que se pueda encontrar en representaciones de la muerte, no. Alguien que venera a un tipo clavado en una cruz no puede extrñarse de eso, sería una bizquera demasiado grave.

María dijo...

De Bejarano no entiendo el comienzo

"Hace veinte años, o más, escribimos sobre la conveniencia de regular las realidades sociales por desagradables que fueran"

Es una realidad social el asesinato ¿daremos un margen al asesino para que en determinados supuestos y sin coladeros pueda asesinar? ¿o a los maltratadores, si es que la mujer es una pelma o amenaza su salud psiquica? etc, etc
Por lo demás, suscribo su artículo, pero no me trago el coladero ese. . .

AFD dijo...

Creo que se extravió mi comentario, pero el artículo es brillante. En especial la justificación lógica entre la legalidad del aborto y la legalidad del suicidio: si nuestro cuerpo es nuestro, ¿por qué demonios no podemos darle muerte?
Un abrazo

marinero dijo...

Las dudas que plantea María quizá puedan vislumbrar una solución si considera que el asesinato -o la violación, o el maltrato- son condenados por la generalidad de nuestra sociedad, independientemente de creencias u opiniones personales. No ocurre así con el aborto -más exactamente: con la despenalización del aborto-, sobre la que no sólo hay opiniones encontradas, sino que el hecho de que el PP, cuando pudo hacerlo, no aboliera o siquiera modificara la ley que lo permitía, sólo cabe entenderlo como miedo a la pérdida de votos que le hubiera supuesto; en otras palabras, convicción -supongo que fundada- de que no sólo sus contrarios, sino un número suficiente de sus votantes naturales, no la apoyarían.
El problema es, repito, tratar de convertir una opinión privada en una obligación pública. Siguiendo la misma línea de razonamiento, y puesto que la Iglesia Católica es contraria al preservativo o a cualquier otro medio de anticoncepción, ¿deberíamos prohibirlos todos por ley, y encarcelar a quienes sean sorprendidos utilizándolos o vendiéndolos? Incluso podríamos, siguiendo los principios católicos, condenar a quienes tal hicieran por comisión, o colaboración al menos, en un asesinato...
Para mí, es claro que la sociedad civil NO PUEDE regirse por principios religiosos, sean de la naturaleza que sean, porque ni todo el mundo es religioso, ni todos los que lo son tienen las mismas creencias.
Yo, personalmente, no soy partidario del aborto; pero tampoco lo soy de que se encarcele a quienes sí lo sean. Y es una postura que no me plantea ningún conflicto interno: tengo perfectamente clara la distinción entre mis convicciones privadas y la necesidad de hacer de la convivencia pública un lugar donde quepamos todos.
Me da mucho miedo la tendencia de algunos -de izquierda o de derecha, es igual- a hacer, si pudieran, de la convivencia civil un lugar donde sólo ellos, y quienes piensen como ellos, puedan sentirse a gusto, sin dejar para los demás más alternativa que el silencio o la cárcel. Yo a eso (sea de derechas o de izquierdas, repito) le llamo dictadura. Y creo de veras que es un nombre que le conviene perfectamente.

Verónica dijo...

Con respecto al último comentario, aun siendo consciente del riesgo de retomar un debate iniciado ya hace días, no creo que, en el tema del aborto, sea cuestión de imposición de unas creencias -religiosas o no- de una parte de la sociedad a otra, que no las comparte. Es cuestión de proteger el interés que se considera más necesitado de protección: si el de la mujer, cuya sola voluntad omnímoda puede decidir -sin ningún tipo de cortapisa, durante las primeras catorce semanas, ampliables hasta veintidós en determinados casos- sobre la vida de su hijo, y la del bebé concebido, del que, según los datos científicos de que disponemos, es dable afirmar que constituye una vida humana independiente y distinta de la de la madre. En los ordenamientos jurídicos que se preciasen de ser verdaderamente avanzados, es evidente que la balanza debiera inclinarse en favor del más débil; ésta es la proclama que, desde siempre, ha hecho suya la izquierda, aunque no debería monopolizarla: cualquier persona de bien la suscribiría.

Yo no digo que haya que criminalizar a nadie (quizá, y sin quizá, la mujer es la que más sale perdiendo), sino que privar de toda protección jurídica al nasciturus, aparte de chocar frontalmente con la interpretación sostenida por el Tribunal Constituciiona (STC 53/1985, de 11 de abril), iría contra los principios más elementales de una sociedad avanzada y democrática.

Es como si dijéramos: cómo vamos a meter en la cárcel a estos pobres cachorros de ETA, si no han conocido otra cosa, si los han educado en el odio y la venganza, si son los menos culpables de todos,... No digo yo que esto no sea así, pero explíquenle a los familiares de cualquiera de sus víctimas que la opción legislativa es dejar esos crímenes impunes, porque el Estado no se siente con altura moral suficiente para hacer cumplir la ley.

Se ponga como se ponga, es exactamente igual en el caso del aborto. La vida del bebé está en manos de todos: en las suyas y en las mías también.

marinero dijo...

No seguiré, como ya dije, una disensión que, en efecto, es vieja. Sólo quisiera señalar a Verónica una cosa: eso que dice acerca de los ordenamientos jurídicos "que se preciasen de ser verdaderamente avanzados".
Copio de la wikipedia: "El 25% de la población mundial vive en 54 países que lo prohíben completamente o lo permiten sólo para salvar la vida de la mujer. Entre los países que sancionan el aborto de modo total y sin admitir excepción alguna se encuentran: El Salvador, Honduras, Chile, Filipinas, Somalia, Andorra, Vaticano, Malta, Luxemburgo e Irlanda. Estos países que han decidido la penalización absoluta son hoy una minoría en la comunidad internacional. El principal argumento en estos países es que se considera más importante el derecho a la vida del no-nato –que debe ser protegido por el Estado–, que el derecho a abortar de la mujer".
Ya ve la lista de países que comparten su criterio. En cambio, los países nórdicos, Alemania, los Países Bajos, Inglaterra, Francia, los USA... están por la despenalización, en términos no menos amplios (y en muchos casos más amplios) que los españoles. Dejo a la discreción de quien lea comparar ambas listas y escoger entre ellas la que contenga más "países verdaderamente avanzados". (Para qué hablar del hecho, que puede confrontar en la propia wikipedia, de que la mayoría de los países prohibicionistas están en sitios como África, Asia o América del Sur; lo de los "países avanzados", a fin de cuentas, es cosa de cada uno).
El problema con Verónica, y con quienes piensan como ella, es que, así como yo no me canso de insistir en que respeto la opinión contraria a la mía y el derecho a sostenarla de quienes la profesan, ellos no parecen estar por la labor: no tienen, se diría, la más mínima duda de tener toda la razón, y cualquier disentimiento, supongo, podrá proceder solamente de ignorancia o maldad (o de ambas a la vez, que no se excluyen).
Cosa complicada, se diría, convivir con quien, seguro de no poder equivocarse, no deja a los otros más sitio que el correspondiente al tonto o al malo de la historia...

Verónica dijo...

Desde luego, este último señor se dice las cosas él solito. Yo no he llamado tonto ni malo a nadie, antes al contrario, creo que dije que no se puede criminalizar a nadie. La lista de países que cita está traída de modo parcial y sesgado: un país tan avanzado como Estados Unidos admite de modo abrumadoramente mayoritario la pena de muerte, y no por eso creo que debiéramos imitarle. Y se supone que es la democracia más avanzada del mundo.
Por otra parte, he hablado de los países que se preciasen de tener un ordenamiento avanzado y protector de los derechos humanos, no de los que lo sean en realidad. Hace años era impensable la abolición de la esclavitud, sin ir más lejos. Y pensadores de talla intelectual enorme la defendían, y ni se la cuestionaban.
Ni que decir tiene que la suma de los votos no convierte en bueno lo que es malo, ni en justo lo que no lo es (los ejemplos son innumerables; pero no me iré muy lejos: Hitler llegó al poder en 1934 por mayoría absoluta). Menos aún, la suma de los votos de los esforzados diputados y senadores: la mayor falacia de nuestra democracia es la dictadura de los partidos. Si, como dice la eximia pensadora Leire Pajín, esta ley goza de amplio consenso social, que sean valientes y convoquen un referéndum: en Suiza están hartos de hacerlo. Lo que pasa es que les da miedo ni siquiera el planteárselo.

Por lo demás, no hay más ciego que el que no quiere ver. Si a usted su madre hubiera decidido abortarle, no estaríamos hablando ahora mismo. El primero de los derechos es el de la vida: la del feto (no lo digo yo, sino una instancia tan laica como el TC español: léase la sentencia, es muy ilustrativa), como mínimo, tanto como la de la madre que lo lleva dentro. Y si hasta se protegen los "derechos" del lince, ¿cómo vamos a dejar en el limbo jurídico la vida de un ser humano, como usted y como yo? Insisto, el ordenamiento jurídico debe optar por proteger al más necesitado, al más vulnerable: sólo el espejo deforme de las feministas puede considerar que ese interés es el de la progenitora. De ahí las sonrisas inexplicables de Aído y las demás ministras al aprobarse la ley: ¿de qué se ríen tanto, si todos coincidimos en que el aborto es una tragedia? Pura ideología. Eso sí: luego, los que imponemos somos los demás. ¡Es increíble!

Si tiene usted argumentos racionales, y no sólo estadísticas de wikipedia, me encantaría que los compartiera. Si no, es mejor dejar esta conversación.

Ignacio dijo...

Marinero, verá: el problema es que se trata de una de esas cuestiones (que las hay, no crea) en que no es posible que las partes se encuentren en un término medio, aceptando parte de los argumentos contrarios hasta un consenso.

Hay quien, como las sonrientes ministras, está convencido de que el feto es una parte del cuerpo dela mujer, como una oreja o un juanete. Y que por tanto el aborto es una cuestión indiferente moralmente. Quienes piensan así sólo aceptan las restricciones como una concesión necesaria a los prejuicios ajenos.

Y hay quien está igualmente convencido de que el óvulo fecundado es indiscutiblemente un ser humano. No es de extrañar que defiendan su vida con enorme intensidad y repudien lo que a todas luces les resulta un asesinato, y no ven cómo se podría siquiera empezar a discutir en qué condiciones autorizarlo.

¿Cómo van a ponerse de acuerdo, sobre qué bases van a discutir?

(Yo no es que me sitúe olímpicamente a distancia, yo es que soy un mar de dudas)

Y, Verónica, la única solución que un gobierno puede dar a esta cuestión es buscar un punto de equilibrio artificioso, fijar una definición de vida humana basada en un plazo. Es falaz que la ciencia pueda establecer la cuestión: la ciencia puede describir con todo detalle la evolución del feto, pero no es su misión definir cuándo hay un ser humano, o un ciudadano.

Una ley de plazos no satisface a ninguno de los convencidos; éstos deberán aceptarla como una miseria de la vida en sociedad, una más de las dolorosas renuncias que el acuerdo social nos exige.

Lo que no sirve para nada es discutir sobre el fondo de la cuestión cuando se parte de premisas opuestas.

marinero dijo...

Agradezco el sentido común de Ignacio, y, por lo que a mí respecta, doy por cerrada la cuestión.
Sólo quisiera señalar una cosa: la sentencia del TC en que tanto insiste Verónica es, ella misma lo dice, de abril de 1985; es decir, de ANTES de que se aprobara, en ese mismo año 85, la ley que ahora se cambia. Sin duda habrá sentencias posteriores, sean del TC o de otros tribunales, en sentido bien distinto, ya que si esa ley hubiera sido declarada inconstitucional, no podría haber seguido vigente todos estos años.
Y más: yo no digo que la mayoría, ni siquiera la mayoría reconocidamente más avanzada (parece obvio que, socialmente, entre los países que han optado por la despenalización están, con alguna rara excepción como Luxemburgo, todos aquellos en los que cualquiera piensa cuando se habla de "países avanzados"), tenga que tener razón por ser mayoría; sólo digo que los "ordenamientos jurídicos que pueden preciarse de ser verdaderamente avanzados", según la opinión general hoy en día, no apoyan precisamente su tesis.
Y, termino: es cierto que Verónica no ha llamado tonto ni malo a nadie; ésa es sólo una deducción mía. Pero también lo es que yo, repito, he dicho una y otra vez que respeto las opiniones contrarias a la mía -la de Verónica, por ejemplo-, y su derecho a ser defendidas. No he visto que Verónica, ni ningún otro de los defensores de la prohibición, hagan lo mismo con la de sus contrarios: según ellos, si entiendo bien, la opinión despenalizadora es apoyar un crimen, y en tanto tal ni dicha opinión ni los que la profesan tienen defensa alguna. Me parece pues (pido perdón si me equivoco: mi intención no es crear polémica sino al contrario, evitarla si es posible) que las respectivas actitudes, de una y otra parte, no son precisamente iguales.

Ignacio dijo...

No sé si se da usted cuenta, marinero, de lo que tiene el aborto de caso límite. Si uno está de veras convencido de que el feto es a ya los dos segundos de existir un ser humano como usted y como yo simplemente no puede soportar que se lo asesine tranquilamente. No es una cuestión en que uno pueda negociar o transigir, no es como el tabaco o la llamada memoria histórica. Tampoco es algo que como el adulterio o el vestir gótico uno simplemente pueda optar por no hacer, dejando a los demás en paz que lo hagan o no.

Trate de figurarse cómo se sentiría usted si viviera rodeado de miembros del KKK que negaran la condición humana a los negros y dijeran poder asesinarlos a capricho. Imagine que, mayoritarios, hicieran ley esas ideas, pero con algunas restricciones en atención a usted, y que en el debate le llamaran a usted fanático e intransigente por no ver diferencia importante entre crímenes indiscriminados o restringidos, que le instaran a ponerse en el punto de vista ajeno, que no entendieran su cerrazón y se sintieran insultados por ella.

Así, exactamente así se sienten nuestros amigos que, por fe o por convencimiento humano, están absolutamente contra el aborto.

marinero dijo...

Así como antes agradecí a Ignacio su sentido común, en esta última intervención creo que le ha fallado un poco.
Sobre no ser cierto que -por mi parte, y por la de mucha otra gente- se llame "fanáticos e intransigentes" a quienes defienden la prohibición (yo, aquí mismo, he repetido varias veces mi consideración y respeto hacia esas ideas y hacia quienes las defienden), todos vivimos "rodeados" de ideas que contradicen, incluso gravemente, las nuestras.
Yo soy contrario a la pena de muerte; pero entre la gente que defiende, precisamente, las ideas de que aquí se trata, abundan quienes entienden que es una lástima su prohibición. Abunda quien, incluso, critica esa oposición mía, igualando al aborto con la pena de muerte; es decir, sosteniendo demagógicamente (como lo hacía una pancarta vista en una manifestación reciente en contra del aborto y sostenida por un niño de pocos años -sin duda, proporcionada por sus padres, con la mejor intención demagógica-: ZAPATERO QUIERE MATARME) que el aborto es exactamente idéntico a la ejecución o el asesinato.
No, lo siento por Ignacio, pero en esta ocasión me parece que no acierta. Que el aborto sea (estoy de acuerdo) un caso límite, como también lo es la pena de muerte, NO JUSTIFICA el que quienes se oponen a él no estén dispuestos a "soportar, negociar o transigir", como tendría que hacerlo yo si el día de mañana se aprueba democráticamente el restablecimiento pleno de dicha pena de muerte. O en otro caso, y si de veras no pudiera soportar vivir en un país donde ocurriera tal cosa, irme a otro sitio.
Y me extiendo porque tocamos aquí, en mi opinión, un punto peligrosísimo. Con la historia de este país a la vista, no es nada imaginario (por desgracia) pensar que quienes consideran cosa del todo insoportable la despenalización del aborto, o cualquier otra cosa que vaya en contra de sus Sagrados Principios (por ejemplo, la igualdad de derechos concedida a los homosexuales, de quienes San Pablo decía que es tema del que no se debe ni hablar -de ahí, según creo, lo de "pecado nefando"-, y que por tanto podría entenderse que atenta contra las mismas Sagradas Escrituras), se sientan tentados a apoyar (o promover activamente), por ejemplo, un golpe de Estado, que siempre será menos grave que el "genocidio" que supone, según ellos, la mentada despenalización...
En la convivencia civil, cada uno tiene que ceder para que quepamos todos. Y, en este asunto, si la mayoría -como lo parece: recuerde que el PP, cuando pudo hacerlo, ni siquiera se planteó modificar la ley que ahora se cambia: sería por algo- es partidaria de esa despenalización, quienes no lo sean seguirán naturalmente pudiendo poner en práctica, y con todo el derecho, esa convicción en sus vidas privadas, pero tendrán que resignarse a que no se imponga en lo público, como yo tendría que hacerlo a la pena de muerte si una mayoría suficiente, en uso legítimo de su libertad, la aprobara.
Y repito, y termino: no comprender esto es peligrosísimo. Es abrir la puerta, por lo menos en el plano teórico (pero de él se ha pasado a la práctica demasiadas veces) a los salvadores de la patria, a los Tejeros, Francos, Pinochets "e tutti quanti". Reflexione un poco Ignacio, y verá que es exactamente lo contrario de lo que él afirma: nadie actualmente, por fortuna, vive "rodeado de miembros del KKK". Pero si toleramos que los principios privados, religiosos o de la naturaleza que sean, se pongan por encima del derecho democrático que la sociedad -donde conviven muchas ideas distintas, religiosas y no religiosas- tiene a regirse por principios democráticos, podemos acabar, entonces sí, rodeados de guardianes del Principio Sagrado que toque, guardianes autorizados, en nombre de él a secuestrar la libertad de todos.

Ignacio dijo...

Creo que no me acaba de entender: no digo que se les tenga que hacer caso, sólo trato de que se entienda la intensidad del conflicto, y la racionalidad última de su no negociar ni resignarse.

Mi postura política es la del post anterior. En el siguiente intentaba simplemente un ejercicio de empatía. Un desacuerdo no es igual que otro, unos abarcan a partes secundarias de la vida y otros a la totalidad o a cuestiones centrales. Y el desgarro que provocan unos y otros es muy distinto.

Por poner un ejemplo muy alejado: no sé si lee usted a Sostres, brillante periodista con ideas para mí marcianas. Sostres cree con toda su alma que Cataluña es una nación oprimida, y nada pero nada que no sea la total y absoluta independencia le satisface. Desde su punto de vista la diferencia entre la situación con Franco y el actual Estatuto es ínfima, despreciable.

Esto nos da una analogía con el caso del aborto y una diferencia importante. La primera es que resulta igual de ocioso discutir las respectivas cuestiones con Sostres o EGM: no se van a mover, negarán la mayor.

La diferencia es el desgarro: no creo que la falta de independencia duela como duele el aborto.

Jose dijo...

Contesté esta misma tarde al último comentario de Ignacio. Como mi contestación no ha aparecido, quiero pensar que por algún error informático (quizá mío al enviarlo), vuelvo a contestarle ahora.
Yo entiendo, y respeto, el enorme disgusto que puede producir a algunos la legalización del aborto. Pero ocurre que la democracia es un sistema pensado para que todos tengamos sitio. Y, en ella, las convicciones privadas sólo pueden convertirse en obligaciones públicas si las apoya la mayoría necesaria, expresada por los cauces legales correspondientes (elecciones libres, votación parlamentaria...). En otro caso, y por más que duela, esas convicciones privadas tendrán que quedarse en el ámbito de lo privado. No comprender, o no querer aceptar, o entender que no se acepte, eso, es, ya lo dije, peligrosísimo: es, también lo dije, abrir la puerta a las "soluciones" de fuerza.
Este país tiene una historia que permite ver claramente que ese riesgo es, por desgracia, real. Ignacio parece pensar que no lo corremos en absoluto: ojalá tenga razón; quisiera estar tan seguro como él.
Yo no intento, y termino, convencer a nadie que crea que el aborto debe prohibirse absolutamente de que cambie de idea; sí me gustaría aportar lo que pudiese para convencerle de que NO TIENE MÁS REMEDIO, en democracia, que resignarse a aceptar que pueda no ser así, o luchar -si quiere y puede hacerlo- por sus convicciones EXCLUSIVAMENTE por los cauces que la misma democracia permite. Porque la alternativa ya la conocemos todos, por experiencia personal o por lo que nos han contado y hemos leído. Y ESA ALTERNATIVA ES ATROZ, SANGRIENTA E INACEPTABLE. Es el infierno, aunque algunos tengan cierta proclividad a confundirlo con el paraíso.
Recuerdo a los antiabortistas (que en realidad no son tales, sino contrarios a la legalización del aborto; como ya he recordado varias veces, la discusión no es aborto sí/aborto no, sino aborto penalizado absolutamente o despenalizado en algún grado: no sé de ningún país que no le ponga límites) que el aborto está legalizado en la mayor parte de los países europeos, básicamente cristianos, y sus respectivas poblaciones conviven con ese hecho, por triste que a algunos personalmente les resulte, sin que en ningún modo parezca plantearse el riesgo de que eso quiebre la convivencia y acabe con la misma democracia en la que viven. No pretendo que nadie cambie sus convicciones; me bastaría con poder estar seguro de que aquí tampoco corremos un riesgo semejante. Y, desde luego, en este asunto, si por desgracia existiera tal riesgo, no será por parte de quienes piensan como yo. Que sin dudarlo aceptaría la prohibición absoluta, si ésa fuera la voluntad democrática, democrática y legalmente expresada, aunque en mi opinión personal (y en la de muchísimos millones de personas más, aquí y en el resto de Europa o del mundo) no sea ésa la mejor solución.

marinero dijo...

Por despiste mío, el comentario anterior ha salido con el nombre de "Jose", que utilizo a veces en otro blog. Naturalmente, como éste, es "marinero" quien lo firma.