viernes, 4 de febrero de 2011

Un inmejorable autorretrato

No, ya éste no es mío, que no cunda el pánico. Se lo pintó Giovannino Guareschi, el autor de don Camilo y Peppone, y me parece un extraordinario retrato de escritor.

Obsérvese: 1) la mirada perdida, enajenada; 2) la nariz abierta, husmeante; 3) la pluma en ristre, preparada para ensartar al vuelo las ideas, exactamente igual que en ese cuadro de san Ildefonso pintado por El Greco que tanto le gustaba a Julián Marías y que Guareschi, con casi toda seguridad, no conocía; 4) el lema nobilario y casi notarial de la obediencia (“Así me lo han contado”) y, finalmente, 5) el ángel y el demonio contándoselo, sí, a cada oído.


En mi cuadro favorito de escritor, el san Mateo perdido de Caravaggio, sólo hay un ángel soplándole al escritor y guiándole la tosca mano, pero ese escritor es santo y es el Evangelio. En la literatura ordinaria, es como lo pinta Guareschi. Y como afirmó rotundamente Gómez Dávila: “Gran escritor es el que moja en tinta infernal la pluma que arranca al remo de un arcángel”.


Gran escritor debe ser también, por tanto, el que salva a su demonio. Esto sería muy largo de explicar y no demasiado ortodoxo, aunque socrático. Como meta apostólica no está mal, ¿verdad? En el mundo invertido que es el infierno, ¿no redimirá uno en cierto modo a su demonio tentador si consigue que fracase? ¿Y un poco más todavía si aprovecha la tinta de sus tentaciones más negras y sus sinuosas insinuaciones para escribir con buena letra una obra luminosa?

6 comentarios:

Kris Kelvin dijo...

La "buena" literatura, ¿es luminosa en el sentido moral?

A mi no me convence mucho, o me he perdido en la reflexión...

Un saludo

María dijo...

Me pierdo en la cita de Gómez Dávila. Aunque me hace gracia el retrato de Guareschi, me parece que las insinuaciones del demonio más vale rechazarlas de plano, en cuanto se identifican como tales. No hay que dialogar con la tentación, ni para sacar provecho: eso ya sería caer en ellas. Pero yo es que soy muy cobarde.
Distinto es eso que dices de redimir a nuestro pobre diablillo particular. Y me ha recordado a las "Cartas del diablo a su sobrino" Ese pobre no daba una y lo mismo lo expulsaron de allí abajo. Me gusta, me apunto. (Aunque no se si cuela, a ver si se pasa Don Enrique y nos dice)

José Luis Piquero dijo...

Gran escritor, con una prosa diáfana. Creo, salvo error, que he leído todo lo suyo (todos los libros de Don Camilo y los que no son de Don Camilo, como "Vida en familia"). Y esta es una admiración que tiene mérito, viniendo de quien viene. Por cierto, también me encantaban las películas con Fernandel y Cervi.
Saludos cordiales.

Juan Ignacio dijo...

¿Así que es Giovannino y no Giovanni? ¿O es un apodo cariñoso el tuyo? Como sea, muy lindo retrato.

(Por cierto, en sentido estricto el demonio ya está condenado y no se lo puede redimir. Pero calculo que no estas haciendo teología...)

Pablo dijo...

Guareschi es un grande, un escritor humano, directo como pocos y de una gran ternura.

Toda gran literatura (no revelada) tiene algo de diabólico detrás... tal vez metafóricamente, pero es cierto. Es parte de nuestra naturaleza el llegar a sentir cariño hasta por nuestros propios demonios; a fin de cuentas los tenemos que soportar toda la vida...

E. G-Máiquez dijo...

Kris Kalvin, no digo yo expresamente que sea luminosa en un sentido moral... No lo digo, pero lo pienso, y tú, telépata, además de astronauta, me has leído el pensamiento. Pero, prudente, no lo digo porque ese "inclusivismo literario" mío (análogo al teológico) tengo que pensarlo más y argumentarlo por escrito. Cuando lo haga, te avisaré, para que me ayudes con tus peros.

Lo del demonio y Gómez Dávila lo explica mejor que yo Paulus Albus en su comentario, y también merecería un texto explicativo. Lo bueno es que, mientras, se me ha ocurrido una definición de aforismo: explicarse sin dar explicaciones.

José Luis, gracias. Yo no lo he leído tanto, aunque acabo de releerlo. En cuanto conteste esto, me lanzo a comprar su Vida en familia. Entre sus encantos, no será el menor que me lo haya recomendado quien me lo recomienda.

Giovannino era su nombre. Le hacía gracia incluso a él, que era enorme.