jueves, 15 de mayo de 2014

Levante rabioso


"Hace un levante rabioso", le hemos dicho a los niños cuando los recogimos del autobús. "¿Por qué está enfadado el viento, por qué?", preguntaba Quique, insistía. He tenido que explicarle lo que es una metáfora y una prosopopeya. 

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Empiezo a recibir whatsups quejumbrosos y lastimeros como nuestros saludos y conversaciones:



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Para quejumbrosas, las veletas, que rechinan de pura rabia… porque hoy nadie les pregunta qué viento hace. 

[Y encima, le leo a Vicente Núñez: "¿Qué saben del viento las veletas, si nunca han sido árboles?"]

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Pero yo he empezado a agradecer el viento. 
Me ha pasado a cámara lenta una golondrina muy cerquita. Iba tratando de controlar el vuelo. Su cola de arpa vibraba como una emoción decimonónica. Sacaba una música delicada, un andante, del alma de la ventolera.

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Las gaviotas --tan serenas en los días de bonanza-- van como políticos en tiempos de campaña electoral: más pegadas al suelo, más inciertas, temerosas y esforzadas. 



Las palmeras washingtonia se dan de bofetadas con el levante.

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Un hojita de bugavilla: una mariposa vivísima, volandera. 



Los aspersores (ay de sus preciosas colas de caballo) están desmelenados y desde muy lejos nos riegan un poquito, traviesos. 

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La luna llena parece divertida. 
















Qué revuelo de ramas.

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El tremendo lamento del viento cuando me acuesto, como si le diese miedo quedarse enhiesto, solo, desvelado, de guardia, de qué. 




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