lunes, 2 de enero de 2017

Primera lección del 17


Con el rollo melancólico del fin de año y sus exámenes de conciencia, empecé a pensar en el desgaste que me supone el artículo diario y en la posibilidad de tirar la toalla. Fue tomar la decisión y la rendición (virtual) me estaba sentando de maravilla: respiraba con otra capacidad, calculaba las horas de lectura que ganaría, soñaba en la paz por las noches, disfrutaba la libertad por las tardes, imaginaba nuevos poemas... Enseguida aparté de un manotazo la tentación. Sueldito aparte —que ya es hacer bastante aparte—, está la oportunidad de defender mis ideas, de obligarme a tenerlas también, de poder replicar desde mi esquina, la adrenalina del cierre, la épica de ir a la contra... No, no lo dejaría.

Pero no di por perdido el tiempo de la tentación, de las fantasías y de la honda sensación de alivio. Me hice el firme propósito de recordar, cuando me digan que lo deje o tenga que abandonar por una razón u otra, de recordar, digo, ese momento y alegrarme de verdad como si hubiese sido yo el que dijo que no. A menudo somos tan tontos como para lamentar que nos inviten a una fiesta y luego, al otro día, lamentar que no nos inviten, en vez de ir con el paso del espíritu humano cambiado, y alegrarnos de que nos inviten cuando nos invitan y de que nos dejen tranquilos cuando no. Apenas basta un poquito de memoria y algo de imaginación para estar muchísimo más satisfechos, la verdad.




1 comentario:

Pablo75 dijo...

Para todo verdadero escritor, lo esencial es su Obra. Si los artículos son Obra publicable en libro (como en el caso de Unamuno, Azorín, Ortega, etc) están, desde el punto de vista literario, justificados. Si no, el verdadero escritor, al final de su vida, se arrepentirá de haber escrito tantos textos circunstanciales en detrimento de los esenciales.