domingo, 25 de junio de 2017

Hierro


Carmen y Quique juegan a ser mamá y papá. Se han puesto nuestros zapatos y van arrastrando los pies por la casa imitándonos. Me encuentro a Quique tumbado en el chester con un libro entre las manos y con mi cadena con el escapulario y la cruz sobre el polo. "Soy tú", me explica. 

"Ser yo es muy duro: no compensa", me sincero. "Tienes que escribir un artículo, que preparar una presentación que está levantando muchas expectativas, que pagar los impuestos y, a la vez, el IBI, que educaros a todas horas --baja los pies del sofá, tú, por cierto--. Está la angustia del trabajo: los horarios del año que viene que ahora hay que preparar. El descenso de la natalidad, que caerá sobre vuestros hombros en el futuro. Mis dudas, con la ola de calor, de si no habré sido muy frívolo con el calentamiento global. La cuestión catalanista, que a ti te da todavía igual, pero que yo sufro. La mala conciencia del algarrobo que corté. La medrosa esperanza de que vuelva a crecer. Las meteduras de pata. Los compromisos. El dolor de cabeza..."

Y cuando creo que va a ponerse a llorar, se echa a reír. 

Su risa le quita mucho hierro a la cosa. 

Le doy las gracias y no le pido la cadena de vuelta. La lleva muy bien.




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