domingo, 25 de mayo de 2008

La salsa de pomodoro

Mientras Telma Ortiz trata de escapar de su celebridad, Cherie Blair ha escrito un libro de memorias (Speaking of myself. The autobiography) en el que airea su vida privada. Explica detalles tan íntimos como la concepción de su último hijo, que por lo visto tuvo lugar en el Castillo de Balmoral, residencia de verano de la Reina. Eso, que puede justificar que la orgullosa madre llame a su niño “mi príncipe” o así, a los demás nos interesa bastante poco, creo.

A mí, por lo menos, me trae al fresco. Como que en los lejanos años de su juventud tuviese dos o tres novios a la vez. Mi interés por los noviazgos ajenos es limitado y nunca he seguido programas tipo Tomate. Que ahora Cherie nos venga con su particular versión del “Cherie, yo te quiero, Cherie, yo te adoro, como a la salsa del pomodoro” no se merece un artículo.

En cambio, hay un fragmento de sus memorias que requieren una puntualización. Escribe la ex primera ministra consorte, según transcribe El Mundo: “Podría parecer extraño que una chica como yo, con una educación católica fuera tan ligera de cascos. Pero es lo mismo que los anticonceptivos. La mayoría de los católicos los usa. Uno siempre puede ir luego a confesarlo, aunque lo cierto es que yo nunca me he confesado sobre mis fornicaciones. Quizás lo haga un día en mi vejez. Diré: ‘Padre, perdóneme, intento arrepentirme pero todavía hoy lo encuentro difícil’”.

Habría que decirle a la simpática Cherie que su educación católica tampoco es para tanto. Con peor estilo, recuerda lo de Valle-Inclán, cuando se lamentaba de la honestidad de unas bellas marquesas que olvidaban que “basta un punto de contrición al sentir cercana la vejez”. En realidad, las marquesas tenían razón, y Valle-Inclán y Cherie Blair una considerable empanada mental (y doctrinal).

Tendrían que haberle explicado a Cherie que comprometerse íntegramente con el cristianismo no es un castigo, sino todo lo contrario. Dios y la Iglesia nos proponen un modo de vida conforme a unos principios exigentes porque así somos más felices y plenos, no por fastidiarnos, ni para pillarnos en un desliz. Si esperamos para confesarnos al último momento, vale, Dios nos perdonará, pero nosotros nos habremos perdido su amistad durante muchos años. Y ésa era la verdadera aventura: vivir a su lado.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

ole tu gracia, has dejado un tema tan claro que ni 20 parrocos en sus homilias dominicales consiguen. A mi me ha ayudado gracias y saludos.

Rafael G. Organvídez dijo...

Has dado en el clavo, Enrique: Lo mejor de la gracia es que ilumine toda una vida, acompañando nuestro itinerario.
Un saludo

Juan Ignacio dijo...

Breve y claro. Muy bueno.

(Por otro lado, si es por cosas que hacen "la mayoría de los católicos" le podemos decir a la señora que la mayoría de los católicos pensamos mal del prójimo, nos dejamos llevar por la pereza o simplemente muchas veces no manifestamos amar a Dios por sobre todas las cosas. Es más creo es más grande el porcentaje de católicos que comenten alguno de estos pecados que el que utiliza anticonceptivos, si de estadísticas se tratara...)

Nadie dijo...

Sinceramente, no creo que abstenerse de usar anticonceptivos, o vivir a pies juntillas ciertas normas eclesiásticas, haga que se esté más cerca de Dios o se pueda disfrutar más de su amistad.
Dicho esto, coincido en lo ridículo y carente de interés de las cosas que dice la ahora transgresora Sra. Blair.