Mi admiración por Jacques Maritain era perfectamente descriptible hasta que me he metido con las cartas que le escribió Léon Bloy. De Maritain conocía, y están bien, La intuición creadora en el arte y en la poesía y el Humanismo integral, pero nada comparable a estas cartas. No las suyas, que no están recogidas, sino las de Bloy, donde la paciencia, la entrega, la docilidad son de Maritain. Se entiende que Bloy se autorretratase como un mendigo ingrato. Y se quedó corto: ingrato, llorón, exigente, orgulloso, inflamable, un poco picajoso. Casi con toda seguridad yo le habría dicho: “Mira, tú, nos vemos en las librerías”. Y no para quedar allí con él, ¡ni de broma!, sino para leer sus libros incandescentes, y adiós muy buenas. Claro que así la posteridad se habría perdido otro epistolario estupendo de Bloy. Mi cariño y mi admiración por Maritain y su mujer Raïssa se han levantado mucho. Que la amistad es un arte, lo sabía, pero que lo era hasta esos extremos me pasma.
También me pasma la capacidad de Bloy para engrandecer a los que le rodeaban: a su mujer, a sus hijas, a sus amigos… ¿También a sus lectores?
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5 comentarios:
Es perfecto su comentario de hoy. Leí hace poco tiempo los Diarios de Bloy y recibí esos dardos luminosos de su mujer, Jeannne. Qué labor silenciosa, antropológica, "anular"... frente al escritor siempre una voz histórica y "secular", incluso Bloy. Y, en efecto, Maritain me había resultado de cierto interés pero su actitud para con Bloy eleva su estatura hasta la enormidad. Gracias.
Sed contra, esto
Yo, francamente, no sé qué le encuentran a Leon Bloy los que le encuentran algo a Leon Bloy.
El tono malhumorado y apocalíptico no es garantía de nada, y en el caso de este autor (ciertamente dotado para la invectiva) no encuentro que haya detrás mucho que rascar. Aplicado constructor de hombres de paja, se crea un burgués a su mdidad, suma de todos los males, y se dedica a darle palos sin cuento.
Yo, por mi parte, soy bien burgués y no me reconozco en la caricatura.
Me compré su Exégesis... por confianza en los criterios de El Acantilado, y la he dejado por aburrimiento a menos de la mitad.
Por otro lado, el campeón de los corresponsales incómodos es seguramente el inigualable Frederick Rolfe, aka Baron Corvo.
Nada más leyendo los extractos de cartas que saca Symons en su biografía se le ponen a uno los pelos de punta de imaginarse enredado con semejante individuo.
Aparte del tono íntimo de la entrada, muy buena, he observado con desproporcionado interés el título en cursiva...
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